Jose-Antonio-Ramos-Sucre

©José Miguel del Pozo

El interés por entablar diálogos con creadores se presenta en esta nueva serie casi desmedido. Sin tablero de la Ouija, epifanías ni desdoblamientos pero con el recurso de la invocación y la apropiación, el poeta venezolano José Antonio Ramos Sucre (1890-1930) responde el cuestionario de Proust desde su eterna estancia (*).

 

¿Cuál es su mayor temor?
El tiempo es un invierno que apaga la ambición con la lenta, fatal caída de sus nieves. Pasa con ningún ruido y con mortal efecto: la tez amanece un día inesperado marchita, los cabellos sin lustre y escasos, fácil presa a la canicie, menguado el esplendor de los ojos, sellada de preocupaciones la frente, el semblante amargo, el corazón muerto.

 

El principal rasgo de su carácter.
Amo el dolor, la belleza y la crueldad.

 

La cualidad que prefiere en los hombres.
Mi compañero, inspirado de una curiosidad equívoca y de una simpatía vehemente por los seres abatidos y réprobos, andaba de brazo con una joven extraviada.

 

La cualidad que prefiere en las mujeres.
He visto una mujer de fisonomía noble, de rasgos esculpidos por la memoria de un pesar.

 

Lo que aprecia más en sus amigos.
Mis amigos, seducidos por el bullicio de la fiesta, me dejaron acostado sobre un diván. Pretendieron alentar mis fuerzas por medio de una poción estimulante. Ingerí una bebida malsana, un licor salobre y de verdes reflejos, el sedimento mismo de un mar gemebundo, frecuentado por los albatros.
Ellos se perdieron en el giro del baile.

 

Su principal defecto.
Mi alma es desde entonces crítica y blasfema.

 

Su ocupación favorita.
Yo me censuraba fielmente. Quería atinar un desliz de ineptitud o de apatía en el proceso de sus dolores inhumanos y no recordaba sino mi actividad y mi presencia continua en el aposento.

 

Su idea de la felicidad completa.
He abolido mis ojos y estoy libre y consolado.

 

¿Cuál sería su mayor desdicha?
Los años habrán pasado sin amortiguar esta sensibilidad enfermiza y doliente, tolerable a quien pueda tener la única ocupación de soñar, y que desgraciadamente, por el áspero ataque de la vida, es dentro de mí como cuerda a punto de romperse en dolorosa tensión.

 

Si no fuese usted mismo, ¿quién le gustaría ser?
El Dios.

 

¿Dónde le gustaría vivir?
Ya no aspiraré a más: habré adaptado mis ojos al feo mundo, y cerrado mi puerta a la humanidad enemiga. Mi mansión será para otros impenetrable roca y para mí firme cárcel.

 

Su color preferido.
Los colores vanos del alba me indicaban la hora de asistir al oficio de difuntos

 

La flor que más le gusta.
El caballero, de rostro famélico y de barba salvaje, cruzaba el viejo puente suspendido por medio de cadenas. Dejó caer un clavel, flor apasionada, en el agua malsana del arroyo.

 

El pájaro que prefiere.
La golondrina salva continentes en un día de viaje y ha conocido desde antaño la medida del orbe terrestre, anticipándose a los dragones infalibles del mito.

 

Sus autores favoritos en prosa.
El licenciado escribe una breve novela de equivocaciones y de casos imprevistos, ocupando las demoras de una corte en donde juzga, mal remunerado y holgazán.
Cervantes me refirió el suceso del caballero devuelto a la salud.

 

Sus poetas preferidos.
Yo me había internado en la soledad silvestre, llevando de compañero al bufón desterrado de la corte. Decía sus gracejos en forma de argumento, parodiando risueñamente a los escolares y doctores. Shakespeare lo mienta en uno de sus dramas.

 

Sus héroes en la ficción.
Los enanos corrieron a salvarse en la nave de los argonautas y confesaron el origen de su infortunio. Habían imitado de modo risueño el paso de Empous, una larva coja, de pies de asno.

 

Sus heroínas de ficción favoritas.
He recorrido el territorio de Elsinor para allegar noticias acerca de Ofelia. Se atreve a comparecer, durante el plenilunio, en el sitio donde perdió la vida. Allí mismo se cultivan, por mi consejo, las flores de su cabellera y las vírgenes lugareñas se abstienen de profanarlas.

 

Sus compositores preferidos.
La música del clavecín, alivio de un alma impaciente, vuela a perderse en el infinito.

 

Sus pintores favoritos.
Leonardo da Vinci gustaba de pintar figuras gaseosas, umbrátiles. Dejó en manos de Alberto Durero, habitante de Venecia, un ejemplar de la Gioconda, célebre por la sonrisa mágica.

 

Su héroe de la vida real.
Hallaba menos al joven compañero de mis fatigas. Él era hijo de un rey precipitado de su trono y había llegado hasta mí después de recorrer climas distintos.
Me apareció en sueños.
Gimió inconsolable hasta el momento de tenderle mi diestra.

 

Su heroína favorita en la vida real.
Beatriz contempla el río, suspensa ante el caudal transitorio y la figura idéntica.
El galán se aleja amenazando rivales imaginarios. Beatriz usa, para despedirlo, una cortesía juiciosa, abstinente.
La joven retorna, en presencia de una luna eclipsada, a los severos pensamientos.

 

El hecho histórico más deplorable.

La historia me ha dicho que en la Edad Media las almas nobles se extinguieron todas en los claustros, y que a los malvados quedó el dominio y población del mundo; y la experiencia, que confirma esta enseñanza, al darme prueba de la veracidad de Cervantes que hizo estéril a su héroe, me fuerza a la imitación del Sol, único, generoso y soberbio.

 

La comida y bebida que más le gustan.
La llama de los reverberos imitaba el tinte del ajenjo.
Un duende rojo volaba sobre las copas vacías y derribadas.

 

Sus nombres favoritos.
Yo abría las ventanas de la cámara desnuda y fiaba el nombre de la ausente a los errores de una ráfaga insalubre. (Lucía)

 

Lo que detesta por encima de todo.
Demasiado tarde he venido al mundo; mi puesto se halla en el escondrijo sombrío de un bosque, desde el cual satisficiera mi arrebato espiando la belleza femenina, antes de hacerla gemir de dolor y de gozo. Por desgracia otra es mi situación y muy duro mi destino. No se calma este ardor con claustro inaccesible ni con desierto desolado. Con esa abstinencia, la locura me haría compañero de santos desequilibrados y extáticos.

 

El hecho militar que más admira.
Yo presencié el castigo administrado por dos hujieres del palacio, vivienda de cañas, sobre un pastor de las greyes del soberano. La resistencia de la víctima fatigaba las correas de hipopótamo.
El ejército arribó tropezando y cayendo, enajenado por la bebida espirituosa.

 

La reforma o cambio social más admirable.
Nadie podría averiguar el derrotero de su fuga.

 

El don de la naturaleza que quisiera poseer.
Efecto del verano.

 

Cómo quisiera morir.
Cuando la muerte acuda finalmente a mi ruego y sus avisos me hayan habilitado para el viaje solitario, yo invocaré un ser primaveral, con el fin de solicitar la asistencia de la armonía de origen supremo, y un solaz infinito reposará en mi semblante.

 

El estado actual de su espíritu.
El estanque de mi contemplación se había mudado en un abismo.

 

La falta que le inspira más indulgencia.
Imposible el amor cuando el porvenir ha caído al suelo, y la enfermedad de vivir arrecia como una lluvia helada y triste.

 

Su lema.
El solitario divierte la mirada por el cielo en una tregua de su desesperanza.

Que la Gloria lo tenga en su gloria.

(*) Cada una de las respuestas de Ramos Sucre son citas textuales seleccionadas con escalpelo de su obra completa.

 

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