En aquel niño interrogativo quizá se anunciaba un filósofo en el estilo de don José Ortega y Gasset, quien escribió que la lluvia quiere devolvernos a una elemental zoología de chapoteantes larvas inmersas en el primigenio pantano anterior a todas las ciudades y a la Historia (con mayúscula, que no es esa una historia cualquiera).
José de la Colina
Digamos que en el mar se han ahogado todas las metáforas. Lo han visto solo, como a un ciego. Lo han visto como la tierra endeble del estío. Como presencia impune y como artificio de la destrucción, a nadie rinde cuentas en su continua faena, en su colosal esfuerzo por reparar su primer error: haber dejado escapar al aire la tierra, haber erigido el tiempo de sus habitantes.
Quizás sea esta última una idea enterrada en nuestra memoria mitocondrial. Lo sabe el niño (con la lúdica sabiduría del cuerpo): el tiempo frena su marcha luego del chapuzón. Una vez sumergido, este pez fugaz lo comprende todo; el mundo exterior queda desanclado, se agota la violencia con que lo transitorio funda su ley. Y justo antes de que la asfixia comience a desdibujar la ilusión, la virtual caricia del agua sume su luz agrietada. Empieza a erguirse la esperanza, vibran allí abajo las luciérnagas diurnas que antes flotaban sobre la superficie del mar. En este instante pudiera el agua, en su afán renovador, haberle arrancado a la mano del hombre esa malla de ruido con la que intenta atrapar el aire. Ruido de claxons, de altavoces, ruido de la fantasmagórica idea de progreso, ruido de autómatas, ruido de la política convertida en mero concurso de trepadores: mercado de monos y hombres-cerdos que entregan su vida al culto por el micrófono. Ruido: estampa de nuestra civilización.
Devueltos ya a la superficie, escupidos a la arena errante, nos topamos con esta selección musical que no es más que la continuación de la corriente concienzuda, un intento por convocar el milagro; devolvernos al agua, desagraviar el ruido y celebrar, a través de la danza, el azaroso error al que la humanidad debe su condición de tierra y aire. Quizás sea por medio de esta expresión corporal que podamos retornar al ritmo primigenio. ¿Será bailando (acto de gracia injustificable) que diremos por fin «¡no!» a las claustrofóbicas preceptivas de nuestras sociedades? Mientras siguen ellos con sus 21 días para ser Dios sin dejar de pagar las facturas, refundemos nosotros el cosmos con nuestro pie:
Pie de la danza, pie divino
cuyo tacto doró la última tierra.
Carlos Pellicer
Tracklist:
Acerca del autor:
Alejandro Rodríguez Pascual, a.k.a. DJ Lubrix, es prófugo de las definiciones,y del entusiasmo víctima. Un simple comandado por el caprichoso afán de la Heurística, obstinada en dar luz a esa selva inhóspita que es la moderna «producción musical». Su trabajo es tan simple -y tan arduo- como el de cortar la maleza: descubrir los lugares habitables en los que pueda florecer el encuentro resplandeciente entre músico y lector.