Balance incierto

Día 2. Registro de BALANCE por Meredith Kohut. Noviembre 2013.

Ser arquitecto, tal como ser matemático o cocinero, significa tener una cierta estructura mental; una manera de pensar y ver el mundo configurada por lo que uno hace y que, con el tiempo, configura todas las otras cosas que uno llega a hacer. En este sentido, la enseñanza de la arquitectura debería apuntar, en su mejor expresión, a entrenar a otros en formar esta estructura. La concepción equivocada y corriente (concepción sobre la que se ha fundado históricamente el entrenamiento de los arquitectos) es que esta estructura, puesto que existe en la mente del profesor, es algo que puede o debe transferirse al estudiante. Sin duda, la mentalidad maestro-alumno está todavía muy presente en el núcleo de la pedagogía arquitectónica. En su lugar, una práctica de la enseñanza que infunda en los estudiantes un modo de pensar práctico, de sentido común, y una aproximación crítica a los problemas –sostenida en una conciencia de dónde se está situado dentro de una profesión con una larga historia–, podría quizá ofrecer a los futuros arquitectos un conjunto de herramientas mentales mejor diseñadas para entender y cuestionar la realidad.

 

Como muchas otras obras de Jarrod Beck, Balance tenía que ver con proceso y transformación, con cosas que asumen una condición diferente por un breve período de tiempo y con ello revelan una nueva manera de mirar lo familiar. Fue asimismo un trabajo conjunto entre el artista y un grupo grande de estudiantes de Arquitectura. Como es el caso con cualquier obra de este tipo, tenía que aceptar una alta dosis de incertidumbre –una condición definitoria de cualquier proceso de diseño y, sin embargo, una condición que no se adopta formalmente de manera alguna en el contexto de una Escuela de Arquitectura. Balance hizo evidente este hecho. Desde el punto de vista de la pedagogía, su contribución es que pudo subvertir, breve pero intensamente, la forma en la que usualmente se transmite y se adquiere el conocimiento arquitectónico. Irónicamente, hizo esto simplemente enfrentando a los estudiantes con algunos de los problemas más básicos de la arquitectura. La diferencia es que lo hizo dentro de un marco inusual para la academia al aceptar abiertamente la incertidumbre y aproximarse a los problemas simultáneamente desde un punto de vista conceptual y práctico, acortando así la distancia que usualmente separa pensar, dudar y hacer. Cuestiones como el valor del dibujo y su relación con el objeto construido, el comportamiento y propiedades de los materiales, una conciencia de las limitaciones y posibilidades de un problema de diseño y una comprensión del contexto, se captaban mientras eran verificadas experimentalmente. La aproximación que Beck escogió al comienzo de Balance fue clave para alcanzar esto: dejar que la obra fuera un proceso y una experimentación dentro de un marco de acción amplio, en lugar de una en la que se siguen instrucciones dentro de un plan rígido. Esto creó un ambiente en el que los estudiantes aprendían unos de otros tanto como del artista, descubriendo, juzgando y escogiendo en un entorno de diálogo y negociación de unos con otros y con el problema propuesto. Para el artista, renunciar a un cierto grado de control permitió que el proceso de hacer se convirtiera también en uno de llevar a cabo para todos los que intervinieron en él.

 

El contexto, en el caso de Balance, también se convirtió en un instrumento para problematizar el statu quo. La Ciudad Universitaria de Caracas era más que el escenario para el proyecto o su punto de partida conceptual. Durante el proceso de trabajo, se convirtió también en su material de construcción y, en tanto tal, en un instrumento para establecer un diálogo entre dos realidades que coexisten de manera extraña: por una parte, los grandes logros artísticos y arquitectónicos producidos en la cumbre del Modernismo y, por la otra, la deteriorada institución que hoy los ocupa. Cerrar esta brecha no es proeza fácil. Incluso, si en el presente encaramos a diario la decadencia, cada vez que la Ciudad Universitaria es objeto de estudio, se evita este hecho a favor de un énfasis en su grandeza como obra arquitectónica, como si su estatus de obra maestra de alguna manera la inmovilizara en el tiempo o hiciera desaparecer las consecuencias de décadas de mal uso y abandono. De hecho, este estatus (legitimado aún más por el hecho de que la Unesco la declarara Patrimonio de la Humanidad) ha sido un arma de doble filo para la Ciudad Universitaria: asegura su preservación por un lado, mientras por el otro impide la continuación de aspectos de su ciclo de vida.

 

Todo dentro de la Ciudad Universitaria tiene el estatus de patrimonio: desde los edificios y las obras de arte hasta los muebles y los repuestos de los ascensores. Este estatus acompaña los objetos incluso en su vida póstuma: corredores traseros, sótanos y depósitos están llenos de basura patrimonial que es imposible reusar, reciclar o desalojar legalmente del lugar. Al hacer uso de materiales encontrados y emplearlos como componentes de construcción, Balance no solo creó en los participantes una aguda conciencia de las implicaciones de trabajar en condiciones de escasez, también estableció un diálogo único con la Ciudad Universitaria, que revelaba a la vez su resistencia y su fragilidad. Al confrontar abiertamente sus rasgos más permanentes con su imagen especular en la forma de implementos descartados de su vida diaria, Balance resultaba extremada aunque sutilmente crítica de su contexto. Cuestionaba lo que significa habitar un patrimonio arquitectónico en un contexto de decadencia financiera, social e institucional.

 

Así como Balance tuvo que ver con proceso y transformación –con cosas que cambian su significado y su contexto y con cuestionar cómo las percibimos y nos relacionamos con ellas–, fue también una oportunidad para desarrollar nuevas estrategias para aproximarse a problemas de diseño y su enseñanza, para entender lo que hacemos y cómo procedemos en eso que hacemos en tanto diseñadores; ojalá lo haya hecho en una forma que pueda trascender la duración de Balance y ser transformadora por un largo período de tiempo.

 


 

Acerca del autor:

Stefan Gzyl es arquitecto, graduado de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, UCV, con maestría en Diseño de la Universidad de Harvard. Luego de culminar sus estudios, trabaja en Nueva York y París en proyectos de gran escala en el Medio Oriente, Asia y Europa. En 2011 se radica en Caracas y en 2013 funda junto a un grupo de arquitectos la firma CENTRAL Arquitectura. A partir de 2011 se desempeña como profesor de Diseño de la FAU/UCV.

 

Desde el inicio de su carrera ha complementado su actividad profesional con la escritura, primero como parte del comité de redacción de la columna Arquitectura Hoy (encartado en el desaparecido diario Economía Hoy) y desde 2012 para la revista Debates, del IESA, para la cual dirige la columna Arquitectura y Ciudad.

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