Comienza la clase con Natasha Tiniacos hablando desde la desnudez de Agamben. Presenta la lectura y suelta la noción de lo contemporáneo: una perspectiva de Backroom Caracas, punto de vista que a pesar de escindir, bifurcar las miradas —pues en lo contemporáneo reposa “la espalda quebrada del tiempo” (Agamben)— los anima irrigando una energía intempestiva. Fuerza que desajusta pero para sacar las cosas de la estandarización global opresiva hacia un estadio analítico y creativo en el cual BC se construye en positivo como colectividad estética. BC es agencia establecida en las encrucijadas del país, adentro y afuera, delante y detrás, antes y después del tiempo contingente que, sin embargo, no puede aprehenderse sino singularizándolo en cápsulas o contenidos que hablan, llaman a los estudiantes inmersos en el site. Y diciéndoles tal vez: “ustedes tienen que aprender a ver” –leemos la frase de Miguel Arroyo en el piso, poco antes de entrar al salón, en una intervención que se hizo en los espacios de la Facultad de Humanidades y Educación cuando esta cumplió 60 años.
Las búsquedas de BC se planta en ese territorio huidizo pero fértil donde el equipo discurre sin verticalismos. Nadie quiere saber a ciencia cierta; todos, Rody, Natasha, Florencia, Marianela, Gabriela, Vanessa, Wilder indagan en las correspondencias de elementos profusos para alimentar estéticamente una polis digital. Rody Douzoglou es griega-venezolana y sobre todo cosmopolita, la generosidad es gracia que abre intuitivamente posibilidades inéditas. Así lo ve Wilder Ríos, productor creativo, arquitecto que en su análisis da con un elemento vital: “BC no es direccional,” se trabaja con la ambigüedad, con ritmo espontáneo, enigmático, hacia zonas fructíferas de enlaces visuales y textuales que nos asombran en su edición y nos iluminan profanamente. Wilder supo que la funcionalidad de la arquitectura le daría herramientas pero para desplegarse en los predios difusos del arte conceptual. Así se extiende hacia nuevas formas de escrituras colectivas que a nosotros, lectores, usuarios, alumnos nos seducen raptándonos de la actualidad obstruida, la Caracas de hoy, hacia nuevas contingencias: archivos posibles. Se pregunta la profesora Natasha Tiniacos junto con la clase –ya ella está diluida entre la clase y BC, se ha aventurado con nosotros–, se pregunta: ¿por qué el appeal de BC? La pregunta se la hicimos nosotros a ellas, a Rody y Natasha, cuando iniciamos la experiencia didáctica. Parece que la inquietud por el atractivo de esta plataforma digital está en el a priori histórico de nuestra experiencia de archivo. No hay una indagación disciplinaria como indica Wilder pero sí estamos explorando los imaginarios urbanos, los escenarios, los puntos de vista ciudadanos, nuestros croquis de interioridades sociales (con el vocabulario de Armando Silva en el cubilete). Hablamos del capital que hace circular BC entre nosotros y que ya hacemos con ellos.
Sin embargo, Florencia tiene una respuesta clave: se trata de la comunicación visual. Florencia, la directora de arte, está en el pódium mostrando la máquina que no vemos, y desde donde ellos programan. Nos cuentan sobre la mudanza de BC, una nueva página acaba de ser inaugurada y Florencia Alvarado expone el proceso. Hay estudio, discusión entre ellos. Así, en el hermetismo que ampara y sustenta lo que exhiben, discurren conocimientos sobre la imagen digital: balance, ritmo, forma, temática. Todo confluye con condiciones específicas desde las cuales ellos se definen: BC es galería de arte venezolano. En el salón está Max Provenzano, un artista del performance que inaugura una nueva sección llamada Portafolio. Florencia analiza su propuesta con puntualidad: planos, encuadres, trastocamiento de la imagen por vía del performance interventor, de la acción dirigida. Nosotros, muchos por vez primera, escuchamos a una diseñadora como ella hablando de los componentes de una imagen.
Pero además, Vanessa Arteaga y Marianela Díaz Cardozo nos han develado el asunto de las redes, formar las redes sociales, difusión y re-difusión, concertar con audiencias que no son tan locales. Y así surge otra pregunta: ¿cómo se junta la investigación, esa que proponemos desde la Escuela de Letras con esta escritura cibernética? ¿O sea como se junta BC como micropolítica, archivo proyector de ciudades del porvenir, de comunidades e identidades visuales que convergen en el disenso crítico del arte contemporáneo, con los formatos digitales?
Hay que airear la sala dice Marianela, una galería es una contingencia y hay que salir a hacerla con reflexión y el reconocimiento de los diversos métodos o recorridos de los autores colaboradores de la plataforma. BC cuida sus autores y de tal manera cuida sus contenidos. Lo expresa Gabriela Mesones Rojo: hay la búsqueda de artistas, escritores, personalidades. Además, prevalece la exigencia de desempolvar el formato tesis de la letra muerta, luchar, a veces, contra el mal de archivo que va borrando la iniciativa primera. Desacademizar, dice Gabriela, salir hacia el diálogo. Y allí nos encontramos, en diálogo con y desde BC; y preservados por columnas, paredes y techos lumínicos y rítmicos, escala cívica de este trópico urbano que nos dejó Carlos Raúl Villanueva.