Obra ulterior reúne dos líneas de trabajo que parten del mismo punto de fuga: un cúmulo de personajes y otro de libros que parecieran develar en la artista la atención de una coleccionista y una voyeur. Jeanne Jiménez retrata las fotos de perfil de sus contactos de Twitter e Instagram acusando la impronta de estos avatares en el nuevo registro de nuestro imaginario.
La incidencia de la tecnología y las dinámicas de las redes sociales son elementos conceptuales que la artista suma a su exploración del retrato. Las figuraciones pixeladas reciben el tratamiento del pincel, que tras un trazo y una paleta controlada, componen una reflexión en torno a la identidad del ser humano como saltos de página en la historia del arte.
La serie de retratos que exhibe en Obra ulterior es un trabajo abierto. La escala natural los convierte en miniaturas fuera de la pantalla, el tamaño justo para una artista que afirma no creer en el gran formato. Esto, confiesa, es también vestigio de su proceso autodidacta: los libros con los que estudiaba las pinturas de Rubens, Turner o Delacroix medían apenas unos centímetros.
Las portadas, también retratadas con la formalidad del género pictórico, acusan los estímulos de poetas malditos y personajes como el Hamlet de Shakespeare o el Werther de Goethe, epítomes del hombre sumido a la duda. La reinterpretación que hace de La metamorfosis de Kafka pareciera anunciar el viro que toma el cuerpo de su trabajo con Obra ulterior. Jiménez, al ejercer la apropiación con las cubiertas de estos libros, expone una iconografía propia –o hendijas por donde otear una proyección personal.
Museografía y montaje: Gaëlle Smits.
Iluminación: Anton Ceballos e Iván Guzmán.
TEXTO DE SALA
Por Erik Del Bufalo
Un retrato, si se le deja libre, puede llegar a la dudosa pretensión de querer imitar al sujeto que retrata. Puede, incluso, albergar la ilegítima ambición de convertirse en la identidad de alguien. Esta potencia tremenda del retrato se manifiesta de un modo contradictorio. Por un lado, se vuelve el espejo fijado, tatuado, adherido para siempre a un rostro real: su máscara. Por otro lado, es capaz de independizarse de quien lo lleva y flotar como una fotografía por espacios insospechados. Nuestro retrato, arrojado al mundo, separado de nosotros, se hace pasar por nosotros. ¿Quién estará viendo nuestra fotografía en este preciso instante sin que tengamos la menor sospecha de ello? Es esta la razón por la cual Platón temía tanto a los retratos, a su vocación mimética. Pero, no obstante su genio indiscutible, la única solución que logró encontrar fue la de no permitir el ingreso de los poetas y pintores, retratistas privilegiados por los dioses, a la ciudad ideal.
Jeanne Jiménez descubre otra solución. A su modo especial, ella continúa dando salidas a la misma solución que se encuentra implícita en todo el arte contemporáneo, incluso desde antes de las primerias vanguardias: buscar la forma y no la imagen, el concepto y no la apariencia, para evidenciar el simulacro y desmontar las pretensiones de la copia, siempre espuria, siempre imposible en su afán de igualarse a lo que pretende representar. En realidad, habría que ser mucho más precisos y decir que aquello que se revela en la obra de Jeanne no es tanto la capacidad especulativa del arte, desde hace tiempo liberada del espejo y su espejismo, como la estrategia sencilla y acertada de interpelar desde la amistad al poeta y al pintor, para reapropiarse de un modo intempestivo, o extemporáneo, de su tiempo. Poesía y pintura, las dos fuentes inaugurales de donde surge el arte de lo visible, vienen al auxilio de un nuevo peligro. El peligro de una lejanía que se disfraza de inmediatez. La falsa inmediatez de las redes sociales donde yace la apariencia de una comunidad en la cual solamente podemos rencontrarnos como seres del pasado, como recuerdos y melancolías; nunca como futuro, como hallazgo y destino.
Las redes sociales son la imagen de lo que ya hemos sido, de lo que ya hemos hecho, la exhibición de la foto que ya tomamos, el cuento del viaje que ya hicimos, el comentario de la noticia que ya todos saben. En esa comunidad podemos rencontrarnos –es cierto– pero un poco al modo en que se rencuentran los fantasmas de un pueblo abandonado. Ese peligro es conjurado por las fuerzas de la intimidad y devuelto al mundo como obra de arte: la obra siempre está viva, incompleta, abierta, incesante se mueve hacia el futuro. El pasado es una foto; el futuro, un poema. Obra es la palabra con que los griegos antiguos definían la acción de producir, de conducir a un nuevo designio lo real.
Esa posibilidad de un futuro —es decir, de un sentido siempre abierto a una nueva interpretación— es quizás la esencia de la poesía, primera forma del darse de la imagen y de encontrarle un sentido a lo visible. Son las palabras el primer albergue de la imagen. Hacer ver esa potencia del futuro en el hecho creador es el sentido más profundo de llevar a lo visual lo que antes se había mostrado en lo invisible, en el lenguaje. Así, Shakespeare, Goethe, Artaud y Rimbaud son transportados al lienzo de lo patente para probar que la verdad nunca se ve, sino que es aquello que hace ver. Hacer ver, descubrir, revelar es también producir un espacio donde una nueva cercanía pueda aparecer. Justamente decía Rimbaud: “Yo es otro”. Porque lo que llamamos “yo” acaso no sea ninguna imagen, ningún fantasma ante el espejo, ninguna presunta identidad detenida en la perplejidad de un mundo siempre cambiante. El “yo” es invisible, por eso la sentencia “yo es otro” significa la posibilidad de que la otredad, que también somos nosotros, venga a nuestro encuentro y no solo nos imagine, nos sueñe en la espesa tiniebla de la distancia que se oculta tras nuestro ordenador, tras nuestra tableta o teléfono móvil.
Pintar la poesía y hacer poesía en medio de la pintura es liberar los rostros atrapados en la mecánica virtual de unas fotografías. Fotos diminutas, que apenas pueden ser llamadas fotografías. Como en el documento de identidad, nada dicen, nada expresan, solo funcionan como avatares, identificadores, huellas de una presencia en la vastedad del universo de las redes sociales. Nada sabemos de nuestros conocidos, esa es la verdad de nuestras certidumbres. Sin embargo, ese desconocimiento fundamental esconde justamente la posibilidad de un encuentro real con el otro. Un encuentro que no hacemos con el pasado, con la memoria, sino con el fututo, con el hallazgo. Todo futuro tal vez sea así solo la obra ulterior de una lucha secreta y pasada, como las obras aquí expuestas, que cabalgan sobre muchas otras obras de Jeanne Jiménez, que en secreto pudieron ganar la batalla de encontrar la emergencia de un destino digno de ser mostrado.
En el horizonte de esa lucha clandestina, íntima, reservada, la artista fue construyendo sus propios recursos de un modo autodidacta; es decir, desde una enseñanza sobre sí misma que la llevo a encontrar los elementos necesarios para construir el tejido de su obra, además de poder dar cuenta del sentido profundo que animaba su búsqueda. En el frontispicio que estaba en la entrada de la Academia de Platón se encontraba la siguiente frase: «No entre nadie que no sepa lo que ya conoce»; pues el verdadero saber solo proviene de una disposición interior, no del mundo, de las escuelas, de los estilos o de las modas. Aprender por sí mismo significa también aprender profundamente de los otros y para los otros, en la medida que se reconoce la legitimidad universal de nuestras limitaciones. Pero estos límites no son carencias, sino la necesidad de que la verdad sea siempre algo inconcluso, sin final, sin dueño. Para poder así encontrar un lugar que, amparándonos a todos, esté siempre abierto a lo desconocido, siempre abierto a quien, siendo nuestro prójimo o siendo nosotros mismos, aún no conocemos.
Jeanne Jiménez (Cardón, 1979). Artista visual, licenciada en Diseño Gráfico por la Universidad del Zulia (2002). Ha realizado estudios básicos de Filosofía en la Universidad Simón Bolívar. Vive y trabaja en Caracas, Venezuela desde 2006. Recientemente participó en el X Salón Regional de Jóvenes Artistas (Museo de Arte Contemporáneo del Zulia, Maracaibo, 2014), donde obtuvo el segundo premio por la obra Amigos seguidores Twitter 1. Serie Fotos de perfil.
Entre otros salones regionales y nacionales en los que ha participado destacan: Salón Jóvenes con FIA (Caracas, 2011); Salón Municipal de Artes Visuales Juan Lovera (Caracas, 2007; Salón Arturo Michelena (Ateneo de Valencia, 2005), y Salón de Artes Visuales del Zulia (Centro Bellas Artes, Maracaibo, 2004).
Ha realizado las exhibiciones individuales: Autofiguraciones, pinturas de la imagen propia MMXI – MMXIII (Alianza Francesa de Maracaibo, 2013) y Narraciones heredadas, sueños construidos (Carmen Araujo Arte, Caracas, 2011).
Asimismo, ha participado en exposiciones colectivas y eventos dedicados al arte emergente como: Arte Unido (Museo de Arte Contemporáneo del Zulia, Maracaibo; 2002, 2004, 2005), Velada Santa Lucía (Maracaibo, 2004, 2005,2006) y Trance/Formance (Alianza Francesa de Maracaibo, 2004).
También ha asistido a ferias nacionales e internacionales junto a la galería Carmen Araujo Arte, tales como: FIA Caracas (2010), Pinta NY (2009), y ArteBA (Buenos Aires, 2010 y 2011). También resaltan invitaciones curatoriales como: Pinturas Recientes (La Carnicería Arte Actual, Caracas, 2008), Serial (La Carnicería Arte Actual, Caracas, 2006), Minimal (Hotel Paseo Las Mercedes, Caracas, 2005) y Ene Incidentes: Entremilenios (Grupo Zaquizamí, Centro Bellas Artes, Maracaibo, 2001).
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