La montaña es un santuario para creadores, pensé cuando me monté en el bus hacia El Hatillo. El viaje fue largo. En lo que imaginé sería la cima, estaba un hombre de pelo ondulante haciendo señas con el brazo. Nos encontramos en la farmacia del pueblo y de ahí seguimos juntos en una ascensión por poco laberíntica. Bruno ladraba a lo lejos en una bienvenida ansiosa. “No le gusta estar solito”. En efecto, al llegar a la casa que José Ignacio construyó con sus propias manos, los pelitos del can estaban por todos lados como si un árbol otoñal se hubiera sacudido al vernos. Para algunos, este cantautor venezolano sobrevive al misterio de los monjes. ¿Y para qué tendría que abandonar esa especie de exilio voluntario? Si es que lo es, cabría preguntarse, al tenerlo todo en ese lejos. Instrumentos de cuerda, viento y percusión, libros, cocina con ventana, paisaje, quietud e incluso una computadora con disquete. No se trata de reclusión, sino de un hombre que vierte enteramente su tiempo en la música.
Prepararme para este encuentro no fue algo fácil y no lo digo por la ofrenda de ron que hacía sonar mis llaves en el bolso. Incluso al estar en su casa rodeada de tantos tomos de literatura no precisaba si entrevistaría a un músico o un escritor. Admito que, quizás, hasta el sol de hoy, no sé si es zurdo por elección propia, si es ruido lo que le atrae de lo pastoral, si su lirismo sacó a bailar a la guitarra o viceversa. Lo que sí sé es que lo que hace José Ignacio cuando es y no es Domingo en llamas sale como de una piedra que se parte en dos, en su estado más puro.
Su exploración del lenguaje hace reconsiderar los géneros musicales. El que escuche sus discos sabe que al otro lado del micrófono se ubica un estudioso de la composición musical y un domador de la guitarra. Por eso, esta entrevista tiene destellos sonoros de nuestro encuentro, clips como ventanas auditivas con los ruidos de su silla, el tono de su humor, su agudeza de maestro y hasta el click de la cámara de Florencia. He aquí, entonces, un todo textual, visual y sonoro: nuestro diálogo de curiosidades. La suya, una voz susurrante y la mía, tras una luz y una sombra que encuentran su desnudez en la canción.
¿Por qué José Ignacio Benítez adopta como nombre artístico Domingo en llamas?
No significa nada. Es un juego de palabras que tenía una melodía que me gustó y así fue, pero no obedece a nada.
El imperativo viaje a la semilla: ¿Cómo fue tu primer acercamiento con la música?
Mi primer acercamiento con la música fue… Quisiera recordarlo, pero en este momento no lo logro. (Piensa con esfuerzo) Podría recordar las primeras canciones que me gustaron, que me dieron a través de mi familia: Alberto Beltrán y la Sonora Matancera. Ese disco es este… (me lo muestra), en mi casa estaba en vinilo y yo me lo quería traer.
Me sé todas las canciones de memoria. Todavía lo oigo. Está a la mano porque ayer o antier lo estaba escuchando. Ese fue mi primer contacto con la música.
¿Y cómo llegaron esos discos?
Algún familiar se deshizo de ellos.
¿Recuerdas qué edad tenías?
Sí, estábamos recién llegados a Baruta. Tenía nueve años.
A esa edad tienes los sentidos tan despiertos que la música que escucharas era una inyección determinante.
Claro, recuerdo uno de los discos. El primer tema del lado uno, es «All You Need Is Love» de los Beatles. Empieza con «La Marsellesa» y yo no sabía lo que era pero escuchaba aquella fanfarria, los metales y el repique y cuando entra la percusión. Recuerdo lo extraño que me resultaba el color de la voz de John Lennon y este cambio (toca).
Ese cambio es poderosísimo y son como pulsiones que agitan lugares muy emocionantes. Eso le pasa a un niño de nueve años o a una persona en sus setentas y el fenómeno seguirá intacto, será el mismo. No dejas de apreciar el sabor de una fruta a medida que pasa el tiempo.
¿Alguien en tu familia tiene inclinación hacia la música?
No.
¿Melómanos?
Sí.
¿Y qué música escuchaban además de estos discos?
Mucha música latinoamericana y jazz, por mi papá.
Te imagino haciendo las tareas y en el fondo, las voces de tu familia, los sonidos de la casa y, en el caso de tu papá, sus discos de jazz . Eso debe aún estar en tu cabeza.
Está ahí, claro, el hecho de la música como ritual, sentarse a escucharla activamente y no como un simple tapiz de fondo, prestarle ese respeto a la hora de apreciarla, tal cual como una película o un cuadro. En mi casa siempre hubo ese ritual con los discos, ese bien cultural se consumía en la casa. Entonces de «retuque» estás ahí y te interesa.
¿Qué fue lo primero que aprendiste a tocar?
La guitarra y por mi propia cuenta. Aprendí a tocarla porque, volvemos a ese primer contacto, me interesaban las canciones. Quería hacerlas, pero no sabía. No tenía las herramientas. Ese lenguaje musical puedes aprenderlo sin profesor, puedes aprender a hacer canciones sin que te enseñen.
¿Empezaste a componer aún sin tener conocimientos o estudios musicales?
Sí. Al poco tiempo de aprenderme los primeros acordes hice algunas canciones.
¿Sigues tocándolas?
No, no, no… Son horribles. Pero claro ya yo venía con un músculo desde chiquito que cuando me aprendía la música, ya me pertenecía. No la música, sino el músculo.
¿Llegó la literatura primero que la música a tu vida?
Sí. De eso sí no recuerdo…
Ya cuando despertaste estaba ahí…
Así es. Estaba muy chiquito y me interesaban mucho los libros. Aprendí a leer muy pequeño y empecé a escribir versos que rimaran o no.
¿Qué fue lo primero que se imantó a tus manos?
El viejo y el mar de Ernest Hemingway y Aquiles Nazoa. Incluso ayer lo recitaba en voz alta. Recuerdo que lo leía con mi amigo Gustavo, que está ahorita en México. Cuando lees con un amigo se pueden producir ataques de risa hasta peligrosos. Yo no podía parar de llorar de la risa. Las composiciones de Aquiles Nazoa son virtuosas.
¿Cómo es para un zurdo conquistar la guitarra?
Es fabuloso. A mí me encanta porque zurdo o derecho, puedo tocarlo. No de las dos formas, sino de cualquier forma. En este caso, el contra es que tienes que andar con tu instrumento para todos lados. Desarrollas habilidades para cambiar las cuerdas en treinta segundos. Esta es la guitarra con la que siempre toco. Es una Telecaster, el primer modelo que hizo Fender.
Es una guitarra muy dura, muy difícil de tocar porque tiene su propio sonido que es muy firme e inamovible. Entonces tienes que llevarla, amoldarte a esa firmeza. Ella se deja al tacto, pero tienes que llevarla a tu lugar con carácter. A mí me gusta eso. No esas guitarras que vienen listas para sonar. Esta te permite hacer algo más personal. Eso se dice maleabilidad.
Entre ustedes dos se van entendiendo.
Eso. No tengo una relación especial con ella. La guitarra es para mí simplemente una herramienta. No le tengo nombres ni pago asiento para que ella viaje a mi lado, nada de eso. Esto es como un alicate. Cuando se daña, compras otro.
¿Estudiaste música en el IUDEM?
Sí. Durante el colegio estuve yendo al conservatorio de música. Cuando salí del bachillerato estudié un tiempo en el IUDEM. Iba hasta allá y al final me metía en la biblioteca. Siempre estuve estudiando por mi cuenta.
¿Recuerdas algo de ese período de formación, un profesor o una anécdota que haya dejado una estampa especial?
Sí, ahorita recientemente. Los discos y los libros son mis compañeros y mis grandes maestros. La formación está ahí.
¿Has dado clases?
Sí. De música, también de guitarra. He tenido hermosísimas experiencias con eso de construir toda la manera en que puedes tocar un instrumento. Cuando estás aprendiendo a tocar algo tan complejo como la guitarra, tienes que estar realmente en control de los rudimentos más elementales, valga la redundancia. Por ejemplo, cuando estás en un equipo de fútbol y quieres triunfar, tienes que dominar el pase, la recepción… los rudimentos. Por más que tengas la mejor técnica del mundo, no te va a salir el plan. Entonces, al tener los rudimentos estás más en control de la manera en que puedas usar el lenguaje musical. Te preparas para una clase y eso te sirve a ti y al alumno. Cuando llegas a la casa tienes unas ideas nuevas y fluye de maravilla.
Enseñar te ha ayudado a aprender.
A crecer.
Además de dedicarte a tu música y enseñar, ¿qué otros trabajos has tenido?
Música para publicidades.
¿Algunas han sonado en la TV?
Sí, pero no te voy a decir.
El lirismo en tus canciones delata a un lector. ¿Qué lees? ¿Cuáles son tus libros favoritos? ¿Cuáles crees tú que son los libros a los que recurres más?
Bueno, esas son varias preguntas en una. ¿Qué leo? Leer es un placer fisiológico para mí. Leo de todo… Desde revistas Vanidades, filosofía, periódicos… manuales de licuadora. Por supuesto, eso me ayuda un poquito.
Estos son los libros que me traje. Son de consulta inmediata. Los demás los dejé en casa de mis padres. Tengo una biblioteca literaria y musical donde están mis cuadernos también. Leo en Internet, aunque esta pueda ser una causa para perder el tiempo. En cuanto a libros, me inclino por leer poesía.
De Hölderlin a Rafael Cadenas, pasando por Pessoa y Robert Frost…
De los americanos, ese es uno de los que más me gusta. Ese libro fue una herencia preciosa. Me gusta mucho Juan Ramón Jiménez, me muero por Espronceda, Baudelaire. Creo que mi favorito es García Lorca. No sé si eso sea un lugar común…
Para nada. Lorca tocaba piano y además suele enamorar a la gente de la poesía. Tiene ese papel profético. Veo a Lord Byron también…
Leo de Nietzsche sus diatribas musicales, Zaratrusta… De vez en cuando, claro, me acerco a la narrativa sobre todo por forma y estructura. Pero para la música, cuando estoy trabajando la música, lo que realmente más me ayuda son las películas y cuando estoy trabajando los textos, lo que más me ayuda es la música. Tengo ese cruce interdisciplinario y desde que lo descubrí, lo ejecuto.
¿Cómo es ese cruce?
En vez de pensar las secciones de una pieza, las puedo resolver más y mejor si pienso en escenas de una película.
La imagen.
Y el carácter. Ahí no me tranco. Si hago eso, no me tranco. Si me pongo a hacer politonales, armonía, que si mayor, menor, esto está mal, esa séptima aquí… Me tranco. Hasta mañana.
¿Ves muchas películas?
Sí. Cuando las veo, estoy imaginando la música y cuando estoy tocando música, estoy imaginando las escenas. Es divertido. Está muy relacionado.
La presencia de imágenes en tus letras es muy contundente. Las hace poesía, ojo que no entrego esta palabra gratuitamente. El lazo entre música y letra, ¿es un pasillo secreto que las separa o las divide , una está función de la otra o hay una situación de equidad?
Todo eso. En algunas circunstancias obedece a un lazo y en otras está paralelo. Hay canciones que nacen desde la música y otras que la música nace desde la letra. He vivido ambas oportunidades. En este momento es simultáneo.
¿Eres solista o un hombre de banda?
Ambas cosas. Puedo tocar solo y también tengo mis carnales.
Estuve en el concierto que hiciste en la Sala Cabrujas…
Ese lo recordamos con felicidad. Nos habíamos preparado mucho y no solamente en lo musical… A veces no todo es musical. Es importante cultivar imperfecciones pero como un medio para la expresión. Esa imperfección deja terrenos libres para que el músico. Para esto hay que confiar en su técnica y sobre todo, en su criterio personal. Hay tipos que son capaces de hacer una bonita frase, pero sin técnica. No es preponderante, pero debe existir. Sobre todo en un instrumento como la guitarra que se ha tocado por durante tanto tiempo.
La mayoría de las personas comienza con el rock porque es un género que permite la mediocridad. El punk, en su punto más alto. No solo en su musicalidad, sino en su sustancia. Me gusta eso que dijo hace poco Iggy Pop: “El futuro del rock es Justin Bieber”. El rock se ha degenerado y no hay problema. Era bueno que se acabara. Se murió por su propia mezquindad de no querer mezclarse. Se mezcló cuando ya tarde piaste, se mezcló con Lady Gaga… Qué se yo. Se mantuvo como una forma pura y rígida. ¿Y en Venezuela? Ay, mi madre…
El rock al fin y al cabo es un lenguaje, no hay más. Si te pones a buscarle otra cosa, se la hallarás. Pero será desde un lado más vanidoso.
Estuviste en Master Gurú y ganaron el Festival Nuevas Bandas. ¿Cómo fue eso?
Era mi banda de muchacho. Las canciones las tocábamos en bares y en diferentes lugares. Tenía yo unos 18 ó 19 años.
Cuando se desintegra Master Gurú, tú empiezas a buscar tu lugar en el rock nacional.
¿Quién te dijo que yo estaba buscando un lugar en dónde?
(Se ríe.)
Ayúdame a entender si tratabas de buscar tu propia voz, si estabas rodeado de algo con lo que no te sentías conforme…
Eso fue. Y me puse a hacer mi cosa. Me puse a grabar mi asunto.
Tu asunto siendo Domingo en llamas.
Exacto. Necesitaba grabar un disco. Quería y necesitaba hacerlo pero requería una cantidad de plata que yo no tenía. Aprendí entonces a usar los programas de grabación para hacerlo yo mismo. Tenía amigos con computadoras, pero sin canciones. Yo tenía las mías y las grabé. En el camino, aprendí ingeniería de audio. Eso fue en 2004. Han pasado 10 años. No me di cuenta.
¿Después de Master Gurú tuviste otros proyecto con banda?
Con mis canciones, no. Colérico Espín es un proyecto donde sí estoy involucrado directamente. Es con un cantautor que se llama Jesús Fuentes, que vive aquí en el municipio El Hatillo y me visitó para mostrarme unas canciones que resultaron ser una maravilla. Quedé emocionado por esa gratísima sorpresa y empezamos a grabar. Las grabé todas. Es un proyecto de largo aliento.
También El Regaño es otro de mis proyectos. Me gusta mucho porque toco la percusión y recito poesía. Lo que más me gusta en el mundo: los ritmos y los poemas.
¿Son poemas tuyos?
Sí. Aunque no los tengo para leer.
Hablemos un poco de tus discos. Domingo en llamas, el primer LP, Verdades sumergidas, Historias de disociados y proscritos, demos de Historias, Las sagradas municiones, Concha nácar…
Las sagradas municiones es un proyecto en sí mismo. Ese disco está hecho por correo. Lo hice con Cybelle Peña, era mi novia en esa época.
Noto que el 2006 fue muy productivo para ti: lanzaste Ciudades sumergidas, Historias de disociados y proscritos y Las sagradas municiones. ¿Qué tuvo ese año de especial que te puso tan creativo?
Realmente no sé. Me sonrío porque me acuerdo del momento y sí, fue un año muy especial. Me acuerdo hasta de la luz de esos días. Tengo memorias muy claras de esa época. Creo que recién había aprendido cosas de la música. Había descubierto mucho. Creo que fue eso.
¿Por qué publicas todo en Internet?
En esa época y hasta el 2010, la velocidad con que los producía era mayor a la que tenía para gestionarlos y nada en el mundo va a priorizar el hecho de producirlos. Sacarlos en físico o no, que deba ir o no a la radio… Eso no me interesa. Lo que me interesa es tener las manos en buen estado para poder tocar, cuerdas en la guitarra, mis cuadernos… Entonces, claro, obedeciendo a esa necesidad de publicarlos como un compromiso casi paternal y también para compartirlo con el público, me tocó justo en el momento pivotal que la industria de la música desapareció. No solamente el disco desapareció, sino los oficios dentro de la industria: el productor, el arreglista…
Hoy día cualquiera te graba un disco en la casa. Hay que verle la cara a lo que es grabar un disco. Antes no había tenido una situación de inmediatez con la creación, pero es distinto con este asunto de las computadoras. El mundo digital destruyó la industria musical. De eso podríamos hablar hasta la noche… y es fastidioso.
Eres un artista más enfocado en el arte que en su aspecto comercial.
Sí. Te voy a poner un ejemplo: más hago por mi obra o por mi carrera, como lo quieras ver, de dos a seis de la tarde aquí, trabajando, que usando esas horas para desplazarme a una estación de radio, para hablar unos pocos minutos y devolverme. Eso es tiempo muerto.
Y si me gusta la idea, pero no tengo nada qué decir tampoco voy porque no tengo un afán de mostrarme. La diferencia con este momento es que ustedes, a quienes conozco y admiro desde hace tiempo, me proponen esta entrevista cuando tengo cosas qué decir porque estoy trabajando un montón y a punto de sacar cuatro discos.
¡¿Cuatro discos?!
Sí, voy a sacarlos en noviembre. Uno se llama Canciones sobre un éxtasis de harta contemplación, inspirado en San Juan de la Cruz. Tengo el tracklist listo y todo. Son once temas. Este que se llama “Cy Young” lo cito en El Regaño. Es free jazz. También están las canciones llamadas “Profecías”, “Caramelos de maíz”, “Fragmentos de un clérigo simple” (que es un poema de Gonzalo de Berceo), “Tomos manuscríticos”, “Polinizadores en Santa Cecilia”, “Botanical elemental”, “Efemérides de facto”, “Yo soy la ceniza” y “Diógenes Escalante”.
Otro disco se llama Nicanor. Tiene diez temas. Uno se llama “Ábacos que se mueven solos”, “Sed”, “Himno nacional”, “Astilleros”, “Sol amén”, “Propiedades ocultas de la luz” y “Responso al invierno en Caracas”, que es un poema largo sobre un aguacero. Yo boté un cuaderno en un Jeep.
Eso es bastante terrible.
Por suerte tenía las canciones transcritas a computadora. Eran veinticinco y afortunadamente memorizo la música. Habré perdido detalles, nombres de canciones y eso. “Cruz de estrellas”, “La novilla” y “Si Dios quiere y no me muero”. Tengo Adolfo Prieto 232, otro de los discos, que son experimentos de free jazz con poesía también. Alto voltaje. Escribí todo el texto en México.
¿Cuándo estuviste en México?
En enero y febrero.
¿Fue allá que hiciste este disco?
No, solo las letras. Adolfo Prieto 232 era la calle donde me quedé. El otro, la música sí la hice en México pero no tiene nombre. Me encanta porque es un disco que no tiene guitarra y que grabé con este piano que se me quemó porque aquí se va mucho la luz. También experimento con un beatbox.
Entonces en ese disco que no tiene nombre eres tú solo.
Ahí estoy solo, en los demás no.
Lo último que publicaste fue en 2010 y ahora salen cuatro, ¿compensando de alguna manera que han pasado cuatro años?
Sí, termina siendo así. Pasaron cuatro años, no sé por qué. Han pasado muy rápido, pero no me he detenido.
Pero ¿qué pasó durante esos años?
A veces la llama se apaga. Y si está apagada, ¿para qué la vas a prender? Otras veces quieres apagarla también.
Y ahora viene a toda mecha…
Sí, sí señor. Tengo como hace diez años cuando estaba empezando el proyecto. Me siento igual y me gusta. Es interesante saber todo lo que te falta.
Después de Harto tropical te dedicaste a vivir y absorber.
Y a tocar. Estaba descubriendo que la composición no era solamente trabajo sobre papel, que la creación musical es el hecho de juntarte con otra gente a crear música. Ese otro hemisferio de lo que es la composición musical.
Eso es algo que te puede dar la música pero no la poesía.
Respeto esa ventaja porque ese componente no lo cambiaría por nada. Creo que esa es una de las cosas que me enamora de la música.
¿Crees en los géneros musicales?
No. En lo absoluto. Me parecen conveniencias a la hora de buscar los discos en la discotienda, una estrategia metodológica para organizar el catálogo de los que se hacen millonarios. Pero no obedece a una visión que esté detrás del sincretismo o de la unión de culturas.
En el Bandcamp de Harto tropical, aparecen varias etiquetas “experimental”, “caracas”, “gótica”, “folklórica”.
Sí, esas son las opciones que vi y las puse. “Experimental” porque es como el diseño del motor. Jamás algo por su propio nombre, porque ya está. Si bien, va a resultar lo que hagas también ya estuvo, el lugar de donde parte es distinto y el enfoque también.
¿Sabes cuáles serán los resultados en la experimentación?
Los que tengan que ver con una visión interna, sí. Puedo diseñar en la cabeza los timbres y es parte de la técnica de la música que aprendí. No perder pólvora o no tanta pólvora. Si tiene que ver con la visión interna, puedo intuir el resultado pero no me gusta saberlo. Me gusta que la irracionalidad comande el proceso.
¿Entonces no te sentirías cómodo llevando tu música a un género?
No me sentiría cómodo.
¿Y la etiqueta gótica?
La etiqueta gótica es por una canalización de algo que creo que tiene una raíz como la rebeldía. No es gótico como algo con los ojos pintados de negro, sino gótico de alguna manera como una oscuridad que viene de la melancolía. Como diciendo aquí está esto que tiene estados de ánimo, algo que a la industria musical no le interesa y que a la gente que está produciendo música para figurar, tampoco.
A mí me gusta jugar con eso y aquí es fácil hacerlo porque no mucha gente se lo toma en serio.
Tienes un oído atento al mestizaje folklórico y el jazz.
Sí, el jazz por eso mismo: por el mestizaje folklórico. A mi juicio el logro musical más importante del siglo XX. El jazz es una filosofía, una que va ligada mucho a la libertad, al desdoblamiento del ser para que puedas cantar. Cuando escuchas a John Coltrane, él está aplicando principios elementales no de la música, sino el ser vivo. Por ejemplo: Coltrane se pone a sí mismo, en su gran virtuosismo, en el mismo lugar de alguien que no conoce de música pero ejerce la capacidad nata del ser humano de improvisar. Podrías pasar treinta minutos silbando.
Estás improvisando, estás componiendo in situ. Es precioso, pero para llegar a eso debes desdoblarte un poco. En el mundo del pop estás pendiente de muchas vainas que distraen. Tiene que haber una filosofía, si estás pendiente solamente del mundo del miedo, el mundo del qué dirán, tendrás miedo de que el disco no pegue, lo oirás y lo percibirás. Pero si estás alejado de todo eso es al contrario: como el amor puro. Ejecutas la música desde ahí, desde ese estadio y no es fácil.
¿Te importa la receptividad de tu trabajo?
Sí, pero me pasa con caras específicas. Igual, trato de no estarlo porque empiezo a pensar desde el miedo. ¿Sabes qué es difícil? Tocar a tempo lento, a sesenta negras por minuto.
Es muy difícil. Muy difícil porque entre pulso y pulso tienes todo el tiempo para pensar que no pagaste la luz, que te vas a pelar, que no entraste a tiempo, que esto u otra cosa hiciste mal. Entre pulso y pulso entra toda la basura. ¿Qué pasa en el rock?
Todo lo contrario.
No hay tiempo para pensar nada.
No. Es un ritmo rápido.
El tempo lento construye carácter.
El tempo lento construye carácter. Sergiu Celibidache, uno de los personajes más interesantes de la música clásica, tocaba las piezas casi exageradamente lentas. Era criticado durísimo, pero él se cagaba en eso. En YouTube hay bastante evidencia. Él estaba muy influenciado por el budismo. Era rumano, tosco y distante. No tenía la culpa de que haya poca sensibilidad con respecto a esa tensión inherente al tempo lento. Estaba reacio a las grabaciones. Las que existen son póstumas. Porque él decía que la grabación no es más que la degradación de un momento en pro de captar algo casi siempre con fines comerciales. Es imposible que puedas comparar una grabación con un momento. Si vamos a un concierto de una orquesta sinfónica los tres esta noche, vamos a tener una experiencia física de un corpus sonoro con una gama de timbres de lenguaje musical excelso. Somos partícipes de esa experiencia sonora y si después en la noche nos ponen el disco, nos vamos a morir de la risa. Esas son cosas que se pasan por alto al escuchar la música comprimida, nos ha hecho «aurealmente» menos sensible.
Con respecto a la música que se reproduce en vinilos, ¿reduce la calidad o es otro calor?
¿El vinilo con respecto al CD?
Y a la calidad. Sabemos que hay una situación de nostalgia al escuchar un disco en vinilo, pero ¿ según tu parecer cuál es el atractivo de escuchar música en ese formato?
Tiene un elemento nostálgico pero tiene otros aspectos que son mucho más fuertes de basamento técnico, físico y gráfico. Primero, la impresión de la tapa. Es incomparable. Toda la vida estuve tan metido en este disco. No es lo mismo ver esto (muestra el disco en vinilo) que esto (lo muestra en su formato CD).
Se empieza por lo que es un álbum realmente. La parte visual es conmovedora. La parte de audio es también porque un CD está reproducido por un halo de luz que lee una combinación de ceros y unos que es traducido en una amplitud de frecuencia de bajo y agudos, que es la información musical. Es un halo de luz, no hay contacto ni fricción. Es decir, hay una aproximación en forma de resolución, en este caso de 1.411. Uno escucha un mp3 de 320 como una gran vaina. En el vinilo está ocurriendo lo mismo, pero hay una relación física entre el disco y la aguja. Las frecuencias bajas se ven favorecidas porque no hay aproximaciones: lo que suena es lo que está. Incluyendo el incendio, el crepitar, el polvo… todo eso es bellísimo. La capacidad de otorgarle volumen, también. Es decir, está menos comprimido. Las partes bajitas suenan bajito y las partes duro, suenan duro. A diferencia del CD que está más comprimido y promediado.
Hablas de eso y pienso en discos muy pop, pero haces un disco acústico o de folk y me imagino que lo promedian.
Hoy día eso es un padecimiento porque lo llaman «loudness war». Una competencia por que todo suene duro, pero lo que están haciendo es matando el rango dinámico de la música, cuando el oyente tiene la posibilidad de subirle o bajarle a la perilla. Al escuchar un vinilo también hay un asunto ritual. No es lo mismo poner un playlist e irte a cortar papas que escuchar música desde el vinilo. Cuando termina un lado, debes pararte a voltearlo y a veces está tan bueno que lo repites.
Toda la estructura de la obra a partir de este formato cambia incluso la manera de apreciar. (Se levanta a buscar un vinilo). Este es el primero de Santana. Aquí “Persuasion” es la primera del lado B, pero en el disco compacto no es más que la No. 6. En el vinilo está encabezando, está ahí por algo. Obedece a un discurso. En el CD no es más que una cola, una lista de espera.
Se perdió el concepto de principio a fin del disco, el trabajo de autor.
Lo primero que pienso es en el artista y en cómo se revuelve en su tumba cuando hacen las reediciones en CD y añaden sus canciones inéditas. Si no fueron publicadas en su momento, es por algo. Imagínate que en el futuro publiquen un cuadernito de tu adolescencia en un libro y haya una rueda de prensa y un brindis.
Me reventaría.
Estarás en tu tumba dando vueltas como un ventilador.
¿Te interesa la experimentación del sonido?
Claro, constantemente, soy meticuloso con eso. Pero la experimentación del sonido es algo bastante amplio. Es la propiedad «tímbrica» de las cosas. Eso te puede permitir escuchar música incluso en ambientes no musicales. Escuchas a tu alrededor y percibes las propiedades no musicales, te puede hacer partícipe de momentos musicales que no están sucediendo. Tal como el poeta no solo escribe con la pluma porque tiene los ojos abiertos absorbiendo y eso va para adentro. De la misma forma, la música es un lenguaje.
La «tímbrica» es la propiedad que tienen los sonidos de ser percibidos a través de sus frecuencias como el color. El color es una propiedad del sonido que no tiene que ver con los colores visuales. Eso es otra cosa. El color de la música es timbre. Los colores en los discos de vinilo son más interesantes que en el disco compacto. Si hablamos de mp3, por debajo de los 320 escucho un Chicken McNugget gomoso, flexible, opaco… Esa experimentación del sonido es algo que me fascina y podríamos hablar horas de mi interés «tímbrico» y el espacio, porque la música necesita viajar para ser percibida.
Son notas que están unas detrás de otras y que si bien no obedecen a un texto, no tuvo ni inicio ni aparente final. “Distancia es igual a profundidad” es un principio de la física y se aplica con lo que vas a grabar. Si quieres otorgarle una sensación de profundidad a un instrumento, tienes que recurrir a la distancia del micrófono. Si quiero grabar esta guitarra en un segundo o tercer plano, no le puedo poner el micrófono cerca.
Los cuatro discos que voy a sacar ahorita son monoaurales. Este método es realmente ambicioso. Las dos bocinas recrean de alguna manera el negativo que son tus tímpanos receptores. La diferencia entre el audífono y el micrófono. El tímpano y estas cornetas. Se está produciendo un campo.
Paul Simon tiene lo suyo, no es ningún pendejo.
Es el cuerpo sonoro en su totalidad. Y eso me interesa. Los cuatro discos de Simon & Garfunkel son paralelos a los cuatro discos de Bob Dylan. Están grabados simultáneamente y por el mismo tipo. Cuando salieron los discos de Los Beatles, los hicieron en mono. Ellos trabajaban así. Al terminar, los ingenieros hacían los paneos.
Hablemos un poco de tus letras. En la canción “Tocorón” dices: “En Tocorón fui feliz/ y me vestí de gris/ y otras tantas cosas”. ¿Cuánto de anécdota tiene una canción escrita por ti?
Casi nada. Últimamente le he puesto anécdotas, cosas personales como para el desahogo. Pero le huyo.
La primera vez que puse esta canción y le presté atención a la letra, escuché “mientras batía las gotas sacándoles la arena”. Después la leí en tu página web: “mientras batía las botas/ sacándoles la arena”.
No. La forma cómo la oíste primero tiene más sentido poético. ¡Coño, hubiese puesto gotas!
(Risas).
Estaba maravillada con la idea de que batieras gotas para sacarle la arena.
Los poetas le dan la vuelta. Me gusta más las gotas.
Esta canción entra en esos ejemplos que te di: las leo e igual tienen contundencia poética que rebasa el concepto de canción.
Escribí “Tocorón” como un son cubano. Para esta letra me inspiré en Antón Bruckner.
Era un son cubano, pero después la puse más melancólica. Fue la idea de hacer una fantasía. Todas las canciones son fantasías. Fantaseé con la idea de la cárcel como un sitio de reinclusión con una historia de amor. Como eso no se puede dar, al menos se puede dar en la canción.
En “Botánica elemental”, de Canciones sobre un éxtasis de harta contemplación, noté un juego del lenguaje: “Y mi preferida siempre fue Amaranta,/ ella me acompaña a cuanta bailanta,/ con su daga al cinto y montada en su danta”.
Ah, mira esta daga, parece un machete. Es un objeto precioso.
(Sorprendida con la inusitada aparición del artefacto, le pregunté con falsa tranquilidad:) ¿De dónde la sacaste?
La tengo ahí para cortar monte y por si se mete alguien. A veces trato de deshumanizarme un poquito. Otras veces como con la mano, por ejemplo… Esa letra que mencionas me gusta porque es ahora que juego con la rima en las canciones. Antes nunca quería rimar, me parecía de niñito. Me sonaba a pop. Prefiero la tríada, que son tres notas. Lo que se usa en música folklórica.
La música a veces es un mero acompañante de la letra, en mi caso.
En “Fragmentos de un clérigo simple”, de Gonzalo de Berceo, que es una alusión a la poesía del mester de clerecía…
La cuaderna vía como género es un castellano que no entiendo.
La cuaderna vía tiene vestigios muy presentes del latín y, para la época, es un español bastante depurado.
Es una composición compleja. Son dos versos de cinco, el de diez, que lo forma. Con rima consonante en la cinco y la cinco.
¿Cómo llegas a escribir una canción de Gonzalo de Berceo?
Está es un fragmento de un poema suyo.
Berceo tiene cosas que tienes tú…
¿Qué?
Un lenguaje desarrollado con destellos costumbrista y tradicional. En “Caramelos de maíz” hay un juego de palabras que tiene atención hacia lo venezolano. Dice “ron con chipolata y orejones en alienación”, “pozos en almíbar”, “panes de sabolla” y “Juan sabroso”.
Son dulces venezolanos. Aquí están las recetas de todo eso (saca el libro de postres de Armando Scannone).
¿Ejerciste la apropiación con las recetas de Scannone?
(Se ríe con desvergüenza).
Construí lugares a los que no puedo llegar con la realidad. Es decir, es muy difícil que yo haga un Juan Sabroso, pero puedo vivir el Juan Sabroso si lo hago una canción.
Entonces la canción es un artefacto que te permite entrar a zonas de la realidad que de alguna otra manera no podrías hacerlo.
Exacto. ¿Tú sabes lo que es una chipolata? Yo nunca he comido una y siento que a mí la chipolata me pertenece después de haberla cantado y trabajado. La receta dice “60 gramos de frutas abrillantadas, 12 cerezas, 2 cucharadas de pasas, 150 gramos de bizcochuelo, mantequilla, 4 huevos, 1 taza de azúcar, 2 tazas de leche, ½ cucharadita de esencia de vainilla… Se hace una masa con eso a 356 grados”. Esto se ha extinguido y es de aquí. Por eso es que, carajo, se rasgan las vestiduras con el asunto de la identidad y creen que por encasquetarse un cuatro y cantar Compadre Pancho estamos listos. No. Y te dicen escuálido nada más porque vas a cantar con la guitarra eléctrica. Bueno, este es otro tema…
Entonces, sí… Dulces criollos y algo de mi fantasía.
En este disco has trabajado con el lenguaje hasta un punto que pareciera que lo quieres deconstruir. La poesía de Berceo te lo ha permitido, siendo un español incipiente, así como estas palabras antes desconocidas.
Eso es forzar un poco los límites de la música. Stravinsky explora los límites y no deja de hacer folklore y ser sumamente estridente y emocionante. Me inspira hacerlo con las palabras. La música siempre me va a empujar hacia los poemas.
En “Diógenes Escalante”, “las iguanas voladoras con botas de terciopelo son las falsificadoras de mi duelo”. ¿Cuánto de fantasía hay en tus letras?
Todo. La escritura de esa canción fue un ejercicio en delirio, más allá de la fantasía. Si no tengo prendida esa llama, escucho música. Chopin, fantasía por antonomasia. La canción fue inspirada o motivada por Diógenes Escalante y su enajenación mental. Me enteré de ese caso y lo hice música. Es increíble: un candidato presidencial que le explotó un caso de esquizofrenia a punto de ganar las elecciones. Eso sin duda nos cambio un poco el sino como país.
Los versos de la canción “Polinizadores en Santa Cecilia” son extensos comparados a las anteriores.
Discúlpame si me extiendo mucho. Me estás tocando temas que no hablo con nadie y yo hablo poquito, pero hoy no. Los “Polinizadores” es un ejercicio bravísimo, me costó mucho, porque ese verso largote realmente son tercetos. Cada uno de ellos, si te pones a ver, es de rima consonante, pero no quería que se vieran así, como La Divina Comedia.
Tramposo.
Ellos terminan siendo versos con rima consonante en grandes chorizos. Yo quería que sonara como una ranchera. Es una ranchera, de hecho, que va modulando en terceras. Esa canción me costó. Experimenté con la composición musical para darle novedad. La composición es complicada. Tienes que manejar suspenso, contraste…
La rancherita pasa por cinco tonalidades distintas y no se nota. Lo importante es que no se note porque de lo contrario es como un efecto catálogo donde estás como pasando página. Tiene que haber una fluidez en el discurso donde la costura no se vea. Por eso hay que escuchar mucha música.
En Harto tropical, dices “esta enfermedad harto tropical se parece al vicio de reír”. ¿Cómo se cura una enfermedad tropical?
Es incurable. Una enfermedad tropical solo se manifiesta a través de síntomas, no hay forma de leer sus causas reales.
En “Despropósitos” dices: “pero llegas tú y traes la luz que toca la cruz”. Noté en tus canciones nuevas menciones religiosas. ¿Cree en Dios José Ignacio Benítez?
Sí, creo en él. Pero no creo en la estructura en lo absoluto. Además, esa canción es un jazz y mugroso.
Si buscamos personajes existentes en tus letras, paisajes, frutas, postres, olores… ¿Qué sería lo más parecido a una constante?
La naturaleza. De hecho, es lo primero a descartar porque es lo primero que se me viene a la cabeza. A veces no la descarto.
¿Hay episodios de tu vida?
Sí. De todo un poco. Por supuesto, los más ligados a la infancia. Hay mucho de cosas que viví, disfruté, lugares donde estuve, sensaciones, juegos, primeros encuentros con las cosas. De eso saco todavía. Tengo la infancia abierta.
Cuando grabas, ¿tocas todos los instrumentos?
Sí. La guitarra, el bajo, las guitarras acústicas, el teclado con sonidos de sintetizador, muchos instrumentos prestados… Grabo aquí. El pasillo por donde entramos suena muy bien. El sonido es hermoso. Las cosas siempre están reaccionando de acuerdo al lugar donde generes el sonido.
¿Cómo es tu relación con el rock nacional?
¿Con el rock nacional o con quienes lo interpretan?
Lo segundo.
Muy buena, cuando no inexistente.
¿Dirías que la escena del rock nacional ha cambiado?
Sí, pero no soy ni siquiera un representante del rock. Hay gente que sí lo hace y forma parte de una escena y toca mucho, viaja. Ha mejorado, sí, por lo menos.
Vives alejado del ruido mundano entre montañas. ¿Eso se cuela en tu música?
Sí. Incluso cuando estaba en Baruta.
¿Cómo es la sensación de pertenencia a Baruta?
Crecí en Baruta desde los 9 a los 27 años. No sé qué es más importante: si desde los 0 a los 9 o desde los 9 años a los 27. Creo que lo segundo. Con respecto a mi infancia, como decía, viví cosas que sigo trayendo a mis canciones y fueron nueve tremendos años. Tuve una buena infancia. Después, sí, me atormenté un poco, lo que es normal.
¿Qué son esos tormentos de los que hablas?
Los que tiene todo el mundo. (Se ríe evadiendo la bala).
Supongo que como no lo puedes hablar, lo tocas…
Baruta me recuerda el poema de Charles Bukowski que se llama “Style”, es preciosísimo. Mis amigos, compañeros del grupo, no son los mejores lectores ni nada, pero comparto estas cosas con ellos y les gustan. Descubrí sus poemas y me cautivaron, el personaje no. Lo leí a través de Gustavo Guerrero, mi amigo músico.
¿Ustedes dos se conocen desde hace mucho?
Sí, desde Santa Mónica… de los 0 a los 9 años. Vivíamos en la misma calle e íbamos al mismo colegio. La calle se llamaba Nicanor Bolet Peraza y por eso el disco se llama Nicanor. Fue la calle de mi infancia primaria.
Baruta es otra cosa, tiene demasiado swing y estilo, “estilo” en su acepción más conservadora, más ligado al concepto de belleza, y Bukowski lo tiene: una manera peligrosa con la que nos acercamos a las obras de arte. Pone esos ejemplos… “los perros tienen más estilo que los hombres”. Al final dice: “seis garzas revoloteando en el estero o tú saliendo del baño recién duchada sin nada encima”. Ese poema es Baruta. Es un pueblo del siglo XVII. El único más viejo es Petare.
Con respecto a las presentaciones en vivo… Te vi en la Sala Cabrujas, en Corp Banca en presentaciones maravillosas… y otras veces te he visto inconforme con el sonido y pareciera que fuera para ti una lucha tocar en los sitios nocturnos de Caracas.
Volvemos al inicio con el asunto aureal. El sonido como fenómeno. A veces hay muchas cosas de por medio: los cables y la gente hablando y tomando. El recinto donde van a viajar esas ondas no es el que necesitas para ese momento. Cuando no se oye bien, es terrible. Hay muy poca sensibilidad del sonido por parte de los perilleros encargados del sonido. No oyen, solo mueven la perilla. Ese es el problema.
He presenciado mucha cohesión en tu banda. Cuando te vi en la Sala Cabrujas la energía entre ustedes rebasaba. Podía percibirse que estaban cómodos y conectados.
Sí porque en la filosofía de esa música había demasiado concepto de interplay, como si no hubiese solo de nadie, sino un solo de todos. Intentamos producir una masa que respondiera a lo que dijera otro. Solamente es posible con una comunión personal. Un camerino sano vale más que mil horas de ensayo. Pero eso depende de ti.
El primero que va a sufrir es la música y lo primero en este caso es enfatizar que no importa que nos estemos matando, hay un elemento que nos está uniendo. Ustedes estuvieron en el toque más catastrófico de mi vida, en La Quinta Bar. Pasé tres días sin tocar la guitarra. Lloraba de la frustración y la pena. No podía creerlo. Preparé un material de cámara para un bar. Me falló la estrategia. Si vas a jugar contra un equipo alemán, que los defensas son de piernas largas, tienes que pasar el balón rapidísimo.
¿Y tu mejor toque?
Estoy entre la Sala Cabrujas y el de Corp Banca que tuvimos el año pasado. Nos fuimos como electrificando a medida que tocábamos. Ahí funcionó la táctica. Ahí la goleada la metimos nosotros.
¿Hay algún lugar donde deseas tocar?
Muchísimos. Unos muy cutres y otros bonitos. Los dos en la ciudad de México. Me gustaría tocar en una pulquería porque el pulque es una bebida de maguey podrido de donde sale el mezcal. Es una bebida de pueblo. A las pulquerías o pulquetas va gente de estratos sociales bajos. En una pulquería o en el Palacio de Bellas Artes.
¿De qué otras disciplinas te nutres?
El deporte pero me sirve para aprender a comunicarme con mis cercanos, porque con el arte no lo siento así. También me gusta cocinar y me gusta el ajedrez. Y me gusta mucho caminar con Bruno, mi perro.
¿Estaría bien considerarte un pensador que ha encontrado expresarse a través de la música?
No sé, porque pensador somos todos. Creador, sí. En mis canciones hay ambiciones severas, tímbricas y no convencionales. Hay un elemento de audición interna que sí está calculado. Yo necesito sorprenderme porque así veo que mis experimentos están funcionando.
¿Qué genios venezolanos crees que han sido olvidados? ¿Qué nombres deberíamos revisar y traer al presente?
Me vas a hacer llorar… Enriqueta Arvelo Larriva.
Tienes una forma característica de cantar…
Sí, eso lo he estudiado. Es una técnica alemana que se llama “canto hablado” y es un resultado, pero no es recitado. No es, como hacen los norteamericanos, «spoken word». Es una inflexión melódica, o sea: velas la melodía en la sílaba. Lo usaron mucho los dodecafónicos.
Claro y depende de la palabra y la frase.
También viene de las maneras que uno tiene de canalizar las limitaciones. A mí me parece que no hay nada más provechoso que una limitación. Una limitación produce dos o tres soluciones. Es en las limitaciones que se desarrollen los talentos.
En una situación hipotética que te sobrara dinero para hacer un proyecto con todas tus libertades, ¿cómo sería?
Sería al servicio de los animales. Es un problema urbano básico de ciudadanía. Y cosas ligadas a la educación. Una biblioteca o un sitio con mesas de ajedrez. Un parque. Me gusta la arquitectura. Sueño con estudiar esa vaina algún día.
¿Cada cuánto bajas a la ciudad?
Llegué de México el 28 de febrero y he bajado tres veces.
Nos acercamos al final.
(En ese momento se cae algo en otro lado de la casa y él adivina que fue un pote. “Tengo identificados los sonidos de mi casa. Así suena el plástico contra el suelo”).
Es difícil y hasta fastidioso hablar de generaciones, pero es innegable que ésta ha tenido posibilidades de hacer giras en México que antes solo lograban agrupaciones como Desorden Público. ¿Cómo te ves tú en esta generación?
Nunca lo he pensado. Cada uno ha canalizado sus cosas y sus prioridades a su manera. Yo también, pero como no tengo una movida social… Tus propios amigos no saben lo que estás haciendo. Si tú quieres ser reconocido, tienes que hacer cultura de masas. Yo no estoy interesado en eso. No me interesa que no vaya gente a mis toques.
¿Te ves en el país por más tiempo?
No mucho. Ya tengo 31 años y es el momento.
Con respecto a esta situación en Venezuela, eres como los salmones que luchan contra la corriente o eres de los que aprovecha el torrente y sigue adelante.
No. Por naturaleza, independientemente de la situación política, uno es un salmón y toca librar la batalla. Sí pienso que el buscar mejores oportunidades en otro lugar no te hace un apátrida. Cuando uno se realiza se hace país donde sea que se esté.
¿Cómo ves el futuro de tu trabajo?
Natural en el camino que deba tomar y estar pendiente de las cosas que lo fuercen.
¿Cómo es tu rutina?
Me despierto a lo que sale el sol, me hago un café y retomo lo que dejé en la noche. Me aúpo y me reprendo.
¿Cuál es tu sonido favorito?
El registro más grave del piano.
(Al fondo, se escucha a Bruno tomando agua).
–
Al conversar con él sentí lo mismo que cuando escucho sus discos, quise dejarme llevar un rato por el oído sorprendido y pensar en lo que no comprendo. Parafraseando a Italo Calvino: su música invita a la lógica y ésta abre camino a la locura.
Y como si fuera poco, tras ese diálogo que aún resuena, José Ignacio Benítez, el hombre Domingo en llamas, nos envió un exclusivo adelanto de su nueva producción. A continuación, podrán escuchar dos temas de cada uno de sus cuatro nuevos discos con fecha de lanzamiento para el último trimestre de este año. Es así, entonces, como estas ocho canciones son lo más cercano que hemos estado del futuro.