Hay algo contradictorio en los días bellos de Caracas, digamos que la luz hace un esfuerzo por resaltar la belleza de un lugar convulso. Eso pensaba mientras esperaba que Érika nos recogiera a Florencia y a mí en la Plaza Altamira. Sentadas en un banco, miraba a mi alrededor el verde casi castigador de esta ciudad, los muchachos con tatuajes en la cara y a mis espaldas, una fila de policías bolivarianos que custodian como hienas sin voluntad. El flash-back fue inevitable. Érika, Deborah Castillo y yo nos habíamos juntado en la plaza para hacer esténciles durante las protestas estudiantiles. Un año de ira después, la estoy esperando en el mismo lugar. Hacía un día radiante y hasta la calma fingía de forma extraordinaria. Mientras ella llegaba, trataba de adivinar cuánto iba a decirme (quizás para aliviar el hecho de los pocos permisos que nos quedan). Nos buscó y partimos. Tenía el cinturón de seguridad ajustado y la camisa abotonada hasta el cuello. Así conducía a su casa Érika, la otra Eva del otro Paraíso.
La última relación del párrafo anterior no es tan obvia: no se trata de que el personaje teológico se haya negado finalmente a vestirse, sino que Eva se resistió con todas sus fuerzas a la violencia (divina, en su caso). El centro de gravedad de la obra de Érika Ordosgoitti (Caracas, 1980) rechaza la presunción de la naturaleza humana como portadora oscura de la desnudez. “Para qué quiero libertad si tengo hambre” es una de las frases que nos llega como advertencia. Su búsqueda va más allá de una aparente liberación. ¿Reconocimiento? Según Giorgio Agamben, la percepción de la desnudez está ligada a ese acto espiritual que la Sagrada Escritura define como “apertura de los ojos”. Es al abrir los ojos, en la caída (de gracia), que percato la desnudez. Tras ese discernimiento dibujo el diálogo con una artista cuya obra sobrevive a desafíos en los que su desnudez resulta incisiva a los ojos de quien la mire.
Cuando llegamos a su apartamento, supimos que Érika le había pedido a su familia este momento de soledad. Oteaba alrededor en busca de elementos que me contaran. La ventana imbricaba la sala a las casitas de la Cota 905. No había cuadernos, obras o vestigios delatadores, pero ella estaba sentada frente a mí, mirando fijamente a la mesa. Su apariencia dócil ya empezaba a contrastar con la voracidad de su trabajo. Antes de comenzar, repasaba mi escasa artillería fundamentada en percepciones. Unas líneas de la poeta Mary Oliver me decían: “solo tienes que dejar al suave animal de tu cuerpo amar lo que ama”. Cualquiera que conozca la obra de esta artista de la performance tendrá preguntas. La persona no es menos acertijo.
Tu apellido es…
Ordosgoitti, un apellido vasco que tiene la doble “t” que se la incluyeron en estas tierras. En Facebook aparezco con otros porque he tenido demasiadas cuentas. Siempre me bloquean. Entonces para despistar un poco a mis denunciantes, me puse “Ordos”.
¿Cómo fue tu formación? Sé que estudiaste en un colegio de monjas.
Estudié primero en un colegio de monjas francesas y de ahí me botaron. Pasé por muchos colegios porque era muy desadaptada. No era mala conducta, era desadaptada y de ahí me fui para otro más pequeño. Luego regresé al de monjas. Estudié el bachillerato en el Teresiano. De ahí también me expulsaron y terminé en un colegio cualquiera.
¿También por desadaptada?
Sí, por desadaptada.
¿Y cómo es eso?
Bueno, por… deshomogeneizada. Por no parecerme. Por no seguir la expectativa. Por ser rebelde, pero no rebelde de los que se jubilaban y se van a beber caña. No, sino por entrar en competencia con los profesores. El colegio siempre fue difícil para mí porque fui víctima de “bullying” y aquí también, en el edificio. Aquí era muy difícil…
¿Por qué?
Por lo mismo: por rara, por estridente. Más bien ahorita estoy más homogeneizada. Pero antes era mucho más estridente. Así comencé a hacer arte. Caminaba en una esquina, por ejemplo en Capitolio. Salía de la estación del metro y tenía que caminar por La Pedrera y ahí todos los buhoneros me gritaban “loca”. Entonces yo me volteaba y enfrentaba la situación. Nunca me quedo callada. Siempre me he volteado, siempre he respondido. De esta manera inició mi actividad performática: volteándome y dando la cara. “¿Por qué tú me tratas así?”, “¿Qué te pasa?”, “¿Qué es lo que quieres?” o devolviéndoles el insulto.
¿Te respondían de vuelta? ¿Fuiste víctima de una agresión peor?
Sí, de hecho aquí en el edificio puse una denuncia en la PTJ [actual CICPC] para que me dejaran quieta y así fue como me dejaron en paz y no se metieron más conmigo.
¿Has estado toda tu vida aquí, en este edificio?
Antes vivíamos en El Silencio, también en La Pastora y llegamos a vivir a Monte Piedad. Después de graduarme de bachiller, pasó algún tiempo y me fui a estudiar a la Universidad de Los Andes. Estudié allá en lo que para el momento era la Escuela de Arte y Diseño, que ahora es una facultad. Allí fue que me di cuenta que lo que yo quería era estudiar arte. Comencé estudiando diseño y tuve un acercamiento al arte. En esa escuela, la formación es regionalista, limitada y dirigida hacia lo artesanal. No me gradué, pero cuando decido regresar a Caracas todavía no entendía bien, no sabía lo que era arte contemporáneo. No lo conocía y lo conocí propiamente en la Escuela Armando Reverón. Cuando entro ahí sí estoy completamente segura de que lo que quiero hacer es arte y ya. Tenía finalmente algo decidido en mi vida: lo que quería era hacer arte. Había pensado en estudiar Ciencias Políticas, Estudios Internacionales, incluso Derecho. Había presentado todas esas opciones en las universidades aquí de Caracas, había quedado en varias y me decidí por el diseño porque se parecía al arte pero, al mismo tiempo me decía, es una profesión con la que puedo sobrevivir.
Estudiaste diseño…
Estudié diseño y soy malísima. Lo detesto. Me vine a acá a estudiar arte y de eso me gradué.
Cuando estudiaste en la Reverón, ya tenías tu interés en la performance… ¿Qué pasa cuando te gradúas de ahí?
Cuando me gradúo de la Reverón ya estaba insertada en el circuito del arte. Ya me había ganado varios premios, estaba exponiendo… Necesitaba graduarme porque estaba muy atada a la Escuela, era dirigente estudiantil y eso me tenía obsesionada y anclada. Significaba la unión de mis dos pasiones: la política y el arte. Entonces fue una actividad muy vertiginosa y apasionada y emocionalmente fuerte. Aprendí mucho haciendo política estudiantil.
Eso permeó en tu trabajo…
Claro, totalmente.
¿Cómo es tu rutina diaria, Érika?
Me levanto tempranísimo (a las 5:30 am) y me voy a la cocina a hacer lonchera y desayuno para toda la casa. Levanto a mi chama, aunque por lo general se levanta sola. Ya está grande. Se pone su uniforme. Salimos corriendo para el colegio. Regreso. Me acomodo y me voy a mi trabajo en el Instituto Pedagógico, donde trabajo en el departamento de arte. Ahí estoy hasta el mediodía. Busco a la chama en el colegio. Hago almuerzo. Como. Reposo un rato. Otra vez al trabajo. Vuelvo. Reviso su tarea. Pienso en el almuerzo de mañana… Hago todas las cosas de rutina de ama de casa y de mamá. De resto, no tengo rutina. Todo depende de lo que esté haciendo en ese momento. Mis días son muy variantes. Solo se repite lo que tiene que ver con la maternidad y, de hecho, trabajo en la universidad por eso: porque soy madre. Si no lo fuera, no trabajaría.
¿En qué consiste tu trabajo?
También hago actividades administrativas. Hago de todo. Estoy ahí un horario completo, pero no siempre estoy con estudiantes. Con ese trabajo me siento bastante cómoda porque son flexibles. Ellos me han apoyado mucho en mi carrera artística, lo han entendido y han valorado. Se sienten orgullosos de que haga arte y eventualmente represente a la institución. Cada vez que pido un permiso me lo dan. Cuando necesito apoyo, también. Muchas de las cosas que he logrado hacer ha sido porque estoy trabajando ahí.
¿Cómo fue el proceso para irte a la residencia artística en Colombia? ¿Ellos te escogieron?
La residencia artística es un proyecto de Oficina No. 1, la galería que me representa en Venezuela. No sé bien cómo son sus trámites para elegir a quienes quieren darle esa beca de residencia, pero ellos fueron los que me llevaron a Colombia y pagaron la residencia. Estoy allá en una asociación entre el programa de residencias de Oficina No. 1 y un local de residencias en Colombia que se llama El Parche, que queda en el centro de Bogotá.
¿Cuánto tiempo estuviste ahí?
Ahí estuve dos meses y estando ahí me informan que obtuve el premio de la Fundación MISOL para las artes, en Colombia. Eso ya era otra cosa, no tenía que ver con la residencia. Oficina No. 1, Luis Romero propiamente, es parte del comité asesor de la Fundación. Él me postuló para este premio. Luego presenté mi proyecto y gané. Ya ahí no tenía nada relacionado a Oficina porque Luis ni siquiera podía votar. Estuvo en las manos del jurado.
¿Con cuál proyecto ganaste?
Con uno que tenía tiempo desarrollando. Se trata de un cadalso que quise levantar a escala real. Era muy ambicioso y costoso para poder realizarlo. El cadalso lo pensé porque tengo este problema de que la gente me censura, me denuncia, me bloquea, me deja en silencio. No puedo hablar, no puedo decir nada. Entonces, pensé en cómo se relaciona esto con otras actividades artísticas o cómo otros artistas han sido afectados de la misma manera. Antes esto era mucho más fuerte porque incluso mataban a la gente por ser hereje, porque a los poetas los mandaban a la banca cuando se expresaban de manera inmoral.
Soy una apasionada de la poesía, es lo que más me influencia y es mi primer alimento. François Villon, uno de mis poetas predilectos, fue condenado más de seis veces y siempre se salvó porque huía, recibía indultos, pagaba, etc. Al final, él desaparece. Su cuerpo nunca ha sido encontrado. Otro de mis grandes favoritos es el poeta Leopoldo María Panero, quien le hace un poema bellísimo a Villon que se llama “Yo, François Villon” en el que se coloca a sí mismo como si fuera el poeta francés pendiendo de una cuerda, ya condenado a la horca y ahorcado, guindando. En el poema, que es una ficción, me encuentro y me reflejo. El Villon guindando soy yo. Una de las cosas que dice Panero en el poema es que las madres solían decir “Cuidado, que ahí viene Villon” para controlar a los niños, como un “Ahí viene el coco”. Los niños salen corriendo a meterse debajo de una sábana, temblorosos porque ahí viene el hereje. El estilo de Villon a nosotros nos puede parecer muy empalagoso, porque en esas épocas la poesía no era como ahorita, concreta y reducida.
Es un atrevimiento afirmar algo así. El que lea en contexto siempre se maravillará…
Exacto, uno tiene que leer en contexto y darse cuenta de que es otro momento. Uno está afectado por su época. Yo quiero deshegemonizarme, salir del cliché, del estereotipo, del lugar común. Si te alejas y ves el panorama completo te das cuenta que estamos haciendo cosas relacionadas. Nos afectan quienes nos precedieron y nuestro entorno inmediato. Nadie es totalmente autónomo ni libre.
No, sobre los hombros recae el peso de la tradición…
Y del sistema. De la tradición y del sistema. El sistema también te marca, también te pone pautas.
¿Escribes?
Yo soy poeta, no escritora. Escribo como quien respira, no tengo la profesión. Así como esta entrevista que me estás haciendo sin predisposiciones periodísticas, yo escribo sin haber estudiado Letras. No me interesa estudiar Letras. Me aburren mucho las novelas, las detesto. Todo lo que sea así laxo, sin intención ni intensidades…
¿Y la filosofía?
La filosofía sí me gusta mucho. Deleuze, Nietzsche…
Un pájaro me dijo hace tiempo que te sabías de memoria…
(Se ríe) Me sé de memoria muchas cosas de mucha gente. Tengo una memoria privilegiada. No tengo diario ni tomo apuntes ni uso agenda. Cuando se me vienen cosas a la mente, y se me viene una suerte de ansiedad por atesorarlas, trato de relajarme y de pensar que si son fuertes… permanecerán. Y si son débiles, se irán. No quiero atesorar ocurrencias. Quisiera que fueran resultados de reflexiones profundas que hayan logrado ser paridas.
¿Cómo diste con la desnudez?
La gente a veces me pregunta cuándo fue la primera vez que me desnudé y yo ni recuerdo. Me desnudé porque no quería los significados de la ropa en mi obra. Me parecen castrantes. La ropa habla de nuestras debilidades. Es decir, ¿cómo con una camisa puesta tú vas a decir que eres libre? Esa camisa tiene toda una historia. Los botones van hacia acá por una cosa, si la manga es de tal manera también… Esa vaina tiene un bojote de cultura encima, de significados… Entonces alguien con una camisa puesta puede ser libre, pero mentalmente. Realmente, libre, libre, no. ¿Por qué en este clima de aquí, donde nos estamos tomando una cerveza, tenemos esta ropa puesta? Por pudor, porque aquí uno puede estar desnudo perfectamente. Si hubiese frío se justifica, como una piel falsa. Ves a la gente en la calle con las camisas sudadas cuando uno lo que quiere es quitarse la ropa.
La desnudez es para mí una metáfora de la libertad. La desnudez me sirve también para hablar de cómo es la actividad artística, que es quitarte capas, quedarte sin escudos, vulnerarte. Cuando haces arte, te vulneras a ti mismo. No puedes hacerlo con una armadura puesta, sería una pantomima. Es como si quisieras hacer arte con una habilidad especial que consiste en hacer malabares. Eso no es arte. Eso es una cosa circense. Tienes que deshacerte de habilidades, quedarte expuesto a la circunstancia, a tu propia condición y a tus propias incapacidades. De ahí es que surge algo real. Con capas y armaduras nada trasciende. El arte no se hace defendiéndote. Justamente lo contrario: el arte se hace exponiéndote, abriéndote, rasgándote, rompiéndote, vulnerándote, transgrediéndote a ti mismo.
Tu trabajo ha sido catalogado como transgresor, corrosivo, desestabilizador…
Sería un honor para mí que así lo fuera, sería bonito [se ríe en tono irónico]. Corrosivo suena muy bien. Conozco trabajos mucho más corrosivos que el mío, como el de una performancista mexicana que se llama Rocío Boliver. Se hace llamar a sí misma “La Congelada de Uva”. Eso sí es un trabajo corrosivo.
En algunas de tus obras apareces desnuda junto a una estatua. ¿Por qué la desnudez en una plaza pública frente a esta figura ecuestre?
Porque creo que hay una cantidad de cosas que nos están influenciando y que nosotros no sabemos, las pasamos desapercibidas. Por ejemplo, una de las cosas que más nos influencia y determina nuestra conducta, nos guía y nos condiciona, es la iconografía que nos rodea. Está allí deliberadamente puesta por el poder y es por algo y para algo y surte su efecto. Nosotros pensamos que no, que es algo inocente. No lo es. Está allí surtiendo su efecto sobre nuestra conducta. Uso las estatuas no solamente porque me sirve para hacer ese señalamiento. También porque estoy aprovechándome de su semántica. Trato de alejarme de la narración, la ficción. Sé que no lo logro, pero es un intento. Entonces en ese intento, por alejarme de la ficción o narración, no quiero construirla porque está ahí. Lo que hago es tomarla, ya está lista. No tengo que hacer una escultura. Está puesta ahí para que yo la tome. Aprovecho la riqueza semántica del entorno y hago señalamientos hacia elementos que le han servido al poder para condicionar a la gente.
Tanto, que no las percibimos. Una analogía que se extiende en el poder que ejercen sobre nosotros.
Exactamente. Para nosotros pasan completamente desapercibidas, tanto como una mancha en la pared.
¿La desnudez es un electroshock al poder?
Sí, totalmente. La gente no sabe cómo reaccionar. Por lo menos la policía no sabe cómo reaccionar. Nunca se les dijo cómo reaccionar ante una persona desnuda en la calle que no fuera un loco. De hecho, esa es una de las formas que tengo para salvarme de la policía: hacerme la loca porque la locura me vuelve inmune.
¿Qué hace la policía cuando finges estar loca?
La policía no sabe qué rayos hacer y entra en colapso. Entra en crisis, no halla qué decir. A los policías les cuesta mucho terminar de llevarme. Nunca me han llevado, sí me han detenido por tres o cuatro horas en la patrulla. Pero nunca me han llevado porque les cuesta mucho llegar conmigo a una jefatura. No saben qué decir. ¿Qué van a hacer? No saben qué hacer. A veces lo que quieren es dinero. Sienten que es un irrespeto, están como vengándose y tienes que hacerles ver que los estás respetando a ellos. Con algunos cómplices que tengo hemos hecho un ardid. Si la policía se acerca, ellos le dicen que tengo problemas, que desde hace rato me están buscando y así dejan que me vaya con mi “familia”.
La policía no está preparada ni para hablar, son personas cuya existencia no se justifica, mucho menos en la actual Venezuela. Ahorita la policía se dedicada a entregar pacas de jabón. Está en los supermercados controlando la venta del papel tualé. La existencia de una universidad de policías no se justifica si los pones a entregar papel.
¿Has tenido que pagarle a la policía alguna vez o te dejan ir con este ardid que has creado?
Hasta ahora no he tenido que pagarle a la policía.
Tu cuerpo saca al prócer de la invisibilidad.
Sí, y también el cuerpo se convierte en una escultura. La escultura se convierte en cuerpo. El cuerpo también es un objeto en ese momento.
Recuerda que ese hombre hecho estatua alguna vez tuvo vida…
…que estuvo desnudo.
La desnudez del disidente. Representas al disidente en su vulnerabilidad, al que está bajo esa capa cegadora. Vemos varios matices en tu obra: tanto sumisión como poder.
Sí, es verdad. No solamente hay rebeldía…
Hay una obra donde sale tu cuerpo con posición de resignada.
¿Estoy de espaldas con el 23 de enero atrás?
Sí.
A veces no me gusta el arte de investigación. Usualmente lo que hago son imágenes de una manera arbitraria y luego decido qué quiero usar y cómo lo quiero usar. Suelo relacionarme libremente con el espacio y en complicidad con un fotógrafo hago una serie de imágenes. No todas terminan siendo obra, pero algunas sí después de una selección.
Al margen de la autoría. He visto que has trabajado con Henry Rojas…
He trabajado con un montón de gente. También con Carolina Sanz, Nancy Urosa, Jorge Luis Santos, Jaime de Sousa, Rosa Chávez, que es mi cómplice en todo… Seguramente alguien se me olvida… (Espero que no se ponga bravo.)Siempre es difícil para mí la relación con los fotógrafos. Hay un problema ahí de ego con la autoría de la obra. Últimamente he optado por trabajar con fotógrafos de boda. Lo contrato, le digo que me haga lo que quiero y ya. Los fotógrafos artistas luego me reclaman si no puse su nombre, que en cuánto voy a vender la obra, etc.
¿Te piden?
Sí, basta. Quiero ser libre. No quiero más esos problemas y me fastidian los cánones fotográficos. Todas esas costumbres que inventaron los fotógrafos profesionales me parece que están en el pleistoceno. No se enteraron nunca del manifiesto post-fotográfico, de las disoluciones de los límites autorales… Están todavía pensando que si la luz, que si la vaina… ¡Por favor!
Te he tenido en la mira desde que estoy inmersa en el mundo del arte contemporáneo, que es una fecha reciente. Percibo contradicciones cuando me topo con tu obra. Quizá mi comentario tenga espinas impresionistas, pero entre estas contradicciones encuentro que tu cuerpo está lleno de sutilezas y también, la arbitraria ausencia de códigos, es para nuestro mundo occidental un acto de violencia que pone en caos la realidad. Te veo en tus acciones y, obviamente, veo a la artista con su cuerpo desnudo caminando por la quebrada Caroata y pienso en las infecciones que puede contraer, en la delicadeza de un cuerpo en una exposición semejante, y al mismo tiempo que eso que está a su alrededor es también ella.
La Quebrada Caroata desemboca en El Guaire y está, digamos, perpendicular, al Palacio de Miraflores. Primero, me gusta trabajar con la metáfora de la ruina, de lo podrido y de la podredumbre porque me parece que eso habla de nuestra esencia. Lo demás es maquillaje. Creo que cuando estás tocando el tubito del metro, eso está igual de sucio que la quebrada. Solo que no se puede ver, pero está igual de contaminado. También en la quebrada es plural: así como hay inmundicia, también hay flores, vegetación, cosas hermosas, puras… Yo me siento muy imbricada con ese entorno por mi vida de marginada, rechazada y excluida. Siento que ese es nuestro lugar, nuestra casa. La quebrada es la casa de quienes no tienen casa. Ahí nunca va la policía. Ahí puedes fumarte una piedra, desnudarte, hacer brujería… Puedes hacer cualquier cosa, es un lugar sin límites y sin ley. Para que llegue la ley ahí tiene que ser que lanzaron un muerto al Guaire. Incluso pasan muertos y la ley no se entera. Es un lugar sin control, salvaje. Ahí te relacionas con los pedreros y los que buscan oro. Eso está embaulado, se mezcla lo salvaje con lo urbano, el caos con el orden. Hay cabillas que salen del fondo porque ahí hay cemento, entonces se quedan enredadas muchas cosas. Ahí pescan lo que consigan.
El billete, por ejemplo, es una de las cosas más asquerosas que hay. Ah, pero te pones el billete en el bolsillo ahí cerquita de tus genitales. No se ve el sucio, pero está, ahí, ahí, está en todos lados. Igual que nosotros estamos en todos lados. Nos quieren apartar, ocultar, nos quieren excluir, pero seguimos allí. Somos un virus que infecta y se va metiendo y metiendo hasta que ¡pum! te ganas un premio. Luego te pagan para que hagas la vaina que todo el tiempo te negaron que hicieras. Así es como funciona. El arte es un error del sistema. Porque el arte es deshegemonizante… ¿Cómo puede convenirle algo así al sistema? Solamente le conviene para agarrar caché o estilo. Al sistema solo le conviene lo raro para lo excéntrico. Exhiben a los locos como un collar de perro, “Oh, miren qué atrevido soy…”. Pero de resto, el arte hace justamente lo que no le conviene al poder: diversificar, deshegemonizar, pluralizar, deshomogeneizar… Es justo lo contrario a lo que necesita el poderoso para dirigir tu conducta.
En algunas imágenes de tu obra he visto tu cuerpo en posición de defensa, como en “Intervención mixta TukiPunk a una flor para el desierto de Otero”.
Sí, es como una expresión de poder o de dar la cara cuando llegas al límite. Eso que te estaba hablando al principio… Llega un momento que tocas el límite, te volteas y dices “¡¿Qué?”, “¡¿Qué es lo que quieres?!”, “¡Sí, sí te estoy escuchando, aquí estoy!”, “¡¿Por qué te molesta mi existencia, mi cuerpo simple, mi solo respirar?!”, “Estoy pasando nada más”. Es eso, es una expresión de “Entonces, ¿y ahora qué?, ¿qué es lo que quieres”.
Yo lo relaciono con la embestida, con la mordida…
Sí, tiene que ver con eso: que llegas a un límite y ya. Confrontémonos. Tiene que ver con la confrontación.
Habíamos hablado de la desnudez como un electroshock para el poder, pero también es un despertar a las maneras de mirar.
Sí, como una cachetada. Despierta, reacciona. Existimos. No todo es mentira.
Tu espectador ideal ¿es espectador o voyeur?
Interlocutor. Me gustan los que hablan conmigo, los que me dicen algo aunque sea un insulto.
¿Quieres compartir una anécdota donde algo así te haya sucedido?
Podría contarte muchas cosas… Algo que recuerdo con alegría son los niños que se me han acercado. Eso me enternece, obviamente, porque me doy cuenta cómo ellos ven la vida con un poco menos de prejuicio, porque incluso los niños ya están contaminados. Sin embargo, ven la vida de una manera más natural y simple. Se acercan emocionados, me felicitan y me dan la mano. Eso me pasó en una performance que hice en Maracay, en el Toro, de la Avenida Las Delicias, y me pasó también en la Plaza Bolívar de Barquisimeto. Al bajarme, en la Plaza Bolívar, se me acercó una niña de la mano de su madre a felicitarme. En Maracay se me acercó un niño solo a decirme que su papá era fotógrafo y que me felicitaba por lo que había hecho y le hubiese encantado que su papá estuviera allí para hacer fotografías.
Los niños se desnudan también para provocar…
Yo recuerdo que cuando mi hija estaba pequeña, estaba en conflicto conmigo misma por tener que decirle que no podía salir desnuda. Uno de los espacios de juego de los niños aquí en el edificio es el pasillo. Ahí se reúnen todos los niños del piso y hacen un escándalo. Uno se siente más tranquilo porque están ahí mismo, pues, jugando, pero ahí. Una vez ellos querían salir desnudos, obviamente, porque no tienen límites. Pues yo tuve que decirle a mi hija que no saliera desnuda. Y me decía a mí misma: “¿Pero por qué le estoy diciendo esto?”. Es que la pueden violar… Todo era muy conflictivo en mi mente para poder asumir que yo tenía que decirle a mi hija que se tenía que vestir y que no podía salir desnuda a la calle ante el peligro justamente yo tenía que decir eso. Pero lo tenía que hacer.
¿Cuál sería para ti la diferencia entre el cuerpo y la estatua?
Que la estatua es una ficción. Un perro no entiende una estatua, pero sí un cuerpo.
¿Qué hacía la gente cuando bajabas por las escaleras de Macarao?
Estoy bajando específicamente por unas escaleras en el sector Los Angelitos del barrio Macarao, que queda entre Caricuao y Carapita. Ellos la han llamado “escalera de caracol”. Trabajando en el Pedagógico, como me toca asistirlos en actividades que ellos hacen fuera de la universidad, yo estaba trabajando con la compañía de teatro que hizo, durante un tiempo, una temporada de teatro en los barrios, en las platabandas de las casas. Entonces a mí me tocaba hacer el registro de la actividad, foto y video. Pero en una de esas oportunidades, ellos se fueron adelante y yo me quedé atrás. Me dijeron que caminara por la vereda tal hasta la escalera de caracol. Y yo me pregunté: ¿una escalera de caracol en un barrio, pero cómo? Llegué al lugar y me pareció una maravilla arquitectónica. Ahí sí trabajé con permiso. Hablé con los habitantes, les propuse el trabajo, estuvieron de acuerdo y me trataron muy bien. Una de sus casas fue un camerino. Ellos estaban emocionados, querían aparecer en el video que estaba haciendo, pasaban y que “naturales” y veían a la cámara. Fue muy grato. En el Salón de Jóvenes con FIA (2010) me dieron una mención con una foto de esas y ellos estaban orgullosísimos. Les hice una copia. Esas fotos se expusieron luego en Oficina No. 1 y les llevé también la nota de prensa que salió. Me sentí muy bien haciendo ese trabajo. Cuando hago este tipo de acciones la gente siempre me ayuda. La única gente que se pone en contra es aquella con poder.
Los leones de El Paraíso. El arte de la valentía.
Esa pieza fue por la que estuve detenida un rato. También esa es una dimensión de mi obra: hablar con la policía. Termino dándole una clase de arte a los policías y ellos en un debate moral. Se ponen casi evangélicos. Cuando me encuentran desnuda en la calle, los policías se convierten mágicamente en evangélicos. Ahora es un acto inmoral estar desnudo. ¿Inmoral? ¡Inmoral son varias cosas que ellos hacen, nojoda!
Tu cuerpo desnudo es erótico. Ver tu obra en acción dispara sensaciones remotas y algunos pueden sentirse erotizados.
Sí, puede ser. Sin embargo, yo trato de trabajar alejándome de lo erótico. La desnudez en sí misma es considerada erótica. No intento trabajar con lo erótico como significado. Jamás. El arte es erótico, el arte solo, así sea frío, es en sí erótico porque es emocionante, te produce adrenalina. El arte te acelera el corazón, te da calor, el arte es emoción. Te mezcla la emoción con la razón.
A pesar de ser el desnudo un objeto de estudio a lo largo de casi toda la historia del arte, tus intervenciones resultan provocadoras en el siglo veintiuno precisamente porque has despegado el eros de tu propuesta. Tu cuerpo desnudo, con todos los paradigmas del cuerpo femenino, despierta objeciones en los paisajes donde se expone.
Sí, porque también por mis propias convicciones, digamos, mi forma de llevar la vida, trato, por todos los medios posibles, de alejarme del estereotipo femenino en mi propia vida porque no quiero hacer caso. Cuando era pequeña me decían que fuera coqueta y yo no quería y todavía no quiero. No quiero afeitarme, por ejemplo, y estoy de acuerdo con las personas que se quieran afeitar porque pienso que el cuerpo es libre, es de uno, y uno hace con su cuerpo lo que le da la gana. Si alguien quiere hacerse una operación, que se la haga. Si se quiere cambiar de sexo, cámbieselo. Ese es tu cuerpo y haz lo que quieras, siempre y cuando tengas claro qué es lo que quieres.
Me libero de todas estas imposiciones del deber ser femenino (y odio la palabra “femenina” y “feminidad”) porque pienso que es mentira todo lo que se le atribuye a la feminidad. Es una imposición. Estas cualidades atribuidas a la feminidad también las tienen los hombres. A la mujer se le impone el ser sensible, el ser madre, el que tienes que verte así y si no te ves así pareces una machorra. Me enfrenté durante mucho tiempo de mi vida a eso: a no ser femenina, a ser marimacho, machorra, fea, cualquier vaina, porque no quiero secarme el cabello ni sacarme las cejas ni quitarme el bigote ni ser una mujercita. Tampoco quiero ser hombre, por supuesto, porque es la otra cara de la misma moneda estúpida. Simplemente, esa vaina de ser mujer se la regalo al mundo. Yo no la quiero.
Me gustaría que el género se diversificara o se eliminara. Como no se va a eliminar, pienso que se debería diversificar más aún. Todo lo que se pueda. Cuando no se siguen estos patrones, se agrede. Imposibilitar que te impongan una apariencia para ti y tu cuerpo, esa es una forma de transgresión. Yo no estoy en contra de que la gente se quite los pelos, pero a mí no me intenten imponer nada. Cuando levanto los brazos y me ven un pocotón de pelo en la axila, la gente se aterra. Hay una performance que hago que salgo en camiseta en una camionetica. Lo único que hago es agarrarme del tubo de arriba y ya, eso es todo. Eso es suficientemente transgresor para que la gente se vuelva loca. Por ejemplo, cuando me ha tocado subir la pancarta en una protesta. Parece ahí que lo importante no es la razón por la que estamos luchando, todo el peo por el que estamos pasando, que todos estos políticos se están llevando nuestras riquezas, que hay gente muriendo de hambre en el país… Eso no importa, sino mis pelos en la axila en ese momento. Coño, pana…
Uno se cansa de estar todo el tiempo en confrontación. Me vuelvo insomne. Es todo el tiempo. Me monto en un ascensor y ya, entro en confrontación. Solo siendo, existiendo, caminando de una cuadra a otra… ¿por qué eso tiene que significar un acto de valentía? Llega un momento en que no quiero ser valiente nada, quiero estar tranquila en mi vida y que nadie me mire ni me diga nada. Quiero que se acabe todo esto ya y estar tranquila en una vida simple.
En uno de tus trabajos apareces en edificaciones abandonadas. Esto plantea otra contradicción porque te ubicas en el desahucio de una arquitectura al tiempo que tu cuerpo es vibrante y fértil… Así como la Intervención en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas.
Hice esa intervención para señalar el estado de ruina en que está la entrada del que tal vez es el museo más importante de Venezuela. ¿Cómo es posible que eso esté en esas condiciones? La fachada está bonita, pero camina hacia la puerta de atrás para que veas cómo está e incluso por dentro. Está en la ruina, como está todo el aparato museístico de Venezuela. ¿Cómo están las obras en estos museos? Comidas por termitas, inundadas… Vas y la mitad de las salas están cerradas, no hay exposiciones nuevas. En esa obra yo hago un señalamiento político que es para decir “mira cómo está esta vaina, vuelta mierda”. La fotografía no logra captar lo horrible que está, más bien embellece.
¿Cómo entraste a ese lugar?
Estaba abierto y es la parte de afuera de la puerta. Digamos, ahí donde estoy parada antes había una escultura. Unas oficinas del gobierno están ubicadas en el edificio de arriba, justamente. Arriba a mi izquierda estaba un guardia con un fusil (arma de guerra). Yo le dije al fotógrafo, hagamos esto rápido. Si nos veían, ellos estaban en el piso de arriba y tenían que bajar. Ahí podíamos huir, aunque nunca nos vieron.
Lo llamaste “fotoasalto”.
Sí, fotoasalto es un género que inventé para los trabajos que hago sin permiso. Asalto el lugar en una especie de graffiti-performance. Uno interviene rompiendo toda ley y desaparece. Trabajo con la ruina por lo mismo que te decía antes: esa es mi casa. Cuando me siento ajena a esta mundo, ahí pertenezco. Es donde yo me siento bien y en confort. En la quebrada del Guaire, en una ruina o en un lugar abandonado, al margen de la ley y del control, un lugar caótico, donde se puede estar desnudo, gritando o haciendo lo que sea… Un lugar donde nadie acose a nadie.
¿Esto guarda relación con tu trabajo con el excremento?
Sí, mi trabajo con el excremento fue una búsqueda… Siempre trato de reducir, de quitar, de ir a lo mínimo y a lo esencial. Como no quiero hacer ficciones, veo que el excremento es igual a una materia como cualquier otra materia y que es una materia muy rica plásticamente y semánticamente y está allí en todo momento, en toda hora, es gratis. Tiene mucho poder, además. A mí me parece una maravilla cuando veo caer la sangre sobre una cerámica blanca. Es una experiencia estética para mí. El color es increíble, veo la sangre que sale directo de mí y cae sobre la porcelana, donde resalta el color y la forma. Me parece súper expresivo y una maravilla. Me siento bien cuando lo veo y cuando lo hago.
El techo de Carlos Raúl Villanueva en la caminería de la Ciudad Universitaria. Este techo que tiene un eco casi perfecto y tú, sobre él, acusando ser el elemento que a Villanueva se le olvidó.
Ahí estoy también rescatando la iconografía local relevante para la idiosincrasia de los habitantes. En este caso, de la comunidad universitaria. También me pareció una muy buena oportunidad hacer ese trabajo porque la universidad está considerada un patrimonio de la humanidad. Al incorporarme, me estoy incorporando a un patrimonio, me estoy convirtiendo en eso, en un patrimonio de la humanidad. Pensé, es la oportunidad para convertir mi cuerpo en un patrimonio aunque odie la palabra “patrimonio”. Me parece una mierda esa palabra. La considero súper patriarcal, pero me gusta que sea “de la humanidad” por su ingenio. Me gustó también poder señalar cosas de esa arquitectura que de repente no fueron previstas, como por ejemplo: el chorreado que hace el agua, que parece que es un goteo perfecto que ningún pintor puede superar. Los elementos orgánicos absorberían ese chorreado, pero el cemento no lo hace y la lluvia deja una marca sobre la obra limpia. Era también hablar del arte, de la arquitectura, de la historiografía, de la iconografía y era una especie de travesura. Algunas de las obras que hice ahí fueron bastante tensas. Por ejemplo, la que hice en el reloj…
¿Por qué?
Porque ahí estábamos prácticamente en la calle. Ese es un espacio de tránsito libre. Por ahí pasaban rapidísimo los motorizados y, al ver lo que estaba sucediendo, se paraban. Uno comenzó a dar vueltas alrededor mientras nosotros trabajábamos ahí. Yo le decía a la fotógrafa que me estaba ayudando a hacer el registro que le tomara fotos a la placa de la moto y a la cara del tipo. Se intimidan, la fotografía es un arma también.
Recuerdo en especial a una persona que me dijo que le parecía bello el trabajo, que realmente no era tan transgresor, que no estaba buscando “deshegemonizar” nada. Le dije, bueno, tal vez no está expresado pero sí fue muy tenso hacerlo, fue transgresor hacerlo y muy “autovulnerante”. Estábamos totalmente a merced de la circunstancia. Lo que pasa es que este tipo de trabajo atrae a locos, sádicos, fritos… En la que hice sobre el techo de la biblioteca de Ingeniería había un sádico enamorado que pasaba por ahí mil veces.
Tu obra resiste referencias occidentales tanto religiosas como literarias… Esto de polvo eres y en polvo te convertirás, el polvo enamorado… Son muchas las referencias que sujetan el cuerpo humano a la arena y la desintegración. Tu cuerpo cubierto de arena es un recordatorio del destino material.
Siempre es un recordatorio de la vulnerabilidad y también, en ese momento, estaba haciendo un llamado a la solidaridad. Ese trabajo que hice en la Universidad Metropolitana, en el marco de un evento llamado En el plano verde,se lo dediqué a los estudiantes. No solo estoy cubierta de tierra, sino que además estoy maniatada y la llave de precisión está allí para que me desaten. Para poder soltarla tienes que estar un rato ahí dándole con la llave. La gente no se atrevía a desatarme. Obviamente yo estaba en una situación muy incómoda, pasándola un poco mal. Después de un tiempo fue que una persona se percató de que podía liberarme. Se turnaban hasta lograrlo. Cuando salgo de este impedimento, me levanto, le doy las gracias y abrazo al que me soltó. Es para decirle a la gente que están pasando estas cosas. ¿Estás viendo Twitter? Vamos a la calle a vencer al gigante. Mientras no nos decidamos a tener la iniciativa y la tenacidad que se necesita para poder desatar al que está amarrado, no podremos sacarlo de sus impedimentos y liberarlo.
Para ese momento tenía estudiantes míos detenidos. Tenía una chama que estudia educación especial, súper jovencita, encerrada en el INOF [Instituto Nacional de Orientación Femenina]. A la gente le daba miedo apoyarla. Algunas personas vencieron su miedo y la apoyaron hasta que saliera a la calle. Incluso a las autoridades de la universidad les daba miedo. Todo el mundo está asustado. El miedo es también algo fundamental en la vida del ser humano. Trabajo mucho con el miedo. No todas, pero sí en muchas de las obras que hago tengo miedo. Hay que ir más allá del miedo, cuando logras avanzarlo es cuando se hacen las cosas importantes. Deja que el miedo te pase, te tome y se atraviese.
¿Cuántas veces te han censurado en Facebook?
No sé, son demasiadas, innumerables.
¿Cuántas cuentas tienes?
Ahorita tengo dos. He tenido como siete u ocho. Facebook acaba de hacer una política que no te cierra la cuenta, sino que te censura por 30 días. Hoy en día es difícil que te cierren completamente la cuenta, pero antes sí.
¿Así como en Facebook, has sido censurada en otras partes?
Uuuuuuf… La censura está en todos lados, incluso en libros. En el libro de Félix [Suazo] hubo censura y no por parte de Félix, él es una persona maravillosa. La institución que pagó el libro no estaba de acuerdo con publicar ciertas obras mías y de Deborah [Castillo]. Obviamente, el gobierno es el que da los permisos para trabajar y las empresas no quieren jugar con eso. En otro proyecto, uno que tenía con Lisa Blackmore para la FIA, tampoco se pudieron exhibir mis obras porque no se podían mostrar desnudos. En muchos espacios he tenido que darle la vuelta, en otros terminan excluyéndome. De YouTube también me bajan los videos. La censura está siempre allí.
¿Qué planes tienes para este año? ¿Nos puedes hablar de eso?
Sí, este año tengo una individual a mediados de julio en Colombia, en una galería que se llama 1200 y tengo una exposición individual en Oficina No. 1, también.
El cuerpo desnudo está presente, más presente que cualquiera, es más frágil pero embiste. El cuerpo que muestra los colmillos, erotiza la mierda, humaniza las estatuas y dilata las pupilas expone también su suavidad. Es un juego de espejos con lo de adentro porque saca a la luz pública lo que la cultura occidental deja detrás de las sombras por el peso de su herencia teológica.
El cuerpo desnudo no solamente es desnudo, es un cuerpo sin códigos, un cuerpo no colonizado.
¿Qué sientes cuando te pones la ropa otra vez?
Cuando me pongo la ropa, si estoy haciendo un fotoasalto, es como un descanso porque me pongo a salvo. Es mi protección, pero al mismo tiempo hay una pequeña frustración porque no quisiera hacerle caso a nada. No quisiera seguir ninguna norma y al fin y al cabo la estoy siguiendo. Estoy ahí siendo cordero igual. Porque no se está completamente dispuesto a asumir las consecuencias de lo que sería quedarse desnudo y ya. Terminaría presa, en un hospital psiquiátrico o muerta. Cualquiera de las tres. Como no quiero terminar en ninguna de las tres, voy y me pongo mi ropita. Pago con mi billetico y uso el castellano para hablar.
La metáfora más recurrente.
La desnudez es la metáfora más recurrente, por supuesto, y no solamente en el cuerpo. Es una actividad en sí misma. También tengo metáforas favoritas. Estoy fascinada con lo que nosotros llamamos “desastres naturales” pero no son más que fenómenos. Me gusta especialmente la figura del volcán en mis poemas y todo lo que tenga que ver con la podredumbre, la mierda, el caos… Son recurrentes a la hora de escribir imágenes que tengan que ver con la fuerza, con la potencia… Pero también con la decadencia, el cuerpo vulnerado, las heridas y la sangre.
¿Has publicado tus poemas?
Solamente en video. Me gustaría publicarlos escritos, pero para mí es más importante la declamación. Por eso lo hago en video.
¿Podrías recitarnos algo?
Te puedo recitar un poema que puede explicarte la obra en sí misma…
Yo soy un animal muerto
lo único que puedo sentir es dolor
lo único que puedo sentir es agonía…
Le pedí que recitara más y lo hizo. Nos paseó por su biblioteca y nos leyó los poemas de Villon y Panero. Así concluía nuestra estancia en su casa. Luego, quisimos retratarla y continuar la conversación sin registro estereográfico en el bar que frecuenta, frente a la escuela Armando Reverón. Compartimos un plato de “pollo negro” y unas cervezas. La saludaban por su nombre. “Érika, se hace de noche”, pero antes de que oscureciera nos mostró la zona. Vimos las cercanías en las que ha trabajado y hasta alcanzamos a pasear por el Cuartel de la Montaña. Estas andanzas mundanas nos regresaban la ligereza, pensaba a ratos. Pero no era así. Al pasar por las ruinas y otros recodos que dan lugar a sus acciones, entendí que son un elemento fundacional en su obra.
Busco sentido en Maurice Merleau-Ponty: “Queremos decir que la forma y el fondo, lo que se dice y la manera en que se lo dice no pueden existir por separado”. Me limito a comprobar la intención de una artista que suele parafrasear “solo estoy siendo” como un gesto poroso de reconocimiento con su entorno y otro de confrontación con quienes lo rigen. Como en una alienación voluntaria, es entre la mugre donde ella se siente a gusto y en las ruinas donde dice pertenecer. Por eso la llamo inmune al abismo. No es el inmune invulnerable, todo lo contrario. Es el inmune de una persona que ha asumido, con su trabajo, la sequía de su tiempo y su papel como centro de una especie de estridencia que acusa lo marginado. Le duele. Deambula en las entrañas complejas de los submundos, algunos en caños y quebradas, otros en ideas, y reacciona con una herramienta poderosa: su cuerpo no colonizado.