Deborah Castillo me recibe en su casa donde hasta los objetos parecen contagiados de su arrojo. Una bandeja con dos tazas de té era nuestro territorio ideal para convencer un tiempo que a veces está en dos tiempos: empezamos de día y rápidamente se nos unió la noche. Mientras caía la tarde, paradójicamente la sala se llenaba de una luz tan incisa como un puñal. Hablamos bajo la influencia de la conmoción. Así fue nuestro diálogo:
El picahielo: ¿Cómo te iniciaste?
Es que no hay tiempo de inicio, siempre ha sido así. No tengo un momento en que inicié nada, ha cambiado las formas y los contenidos. Es decir, no recuerdo cuándo empecé pero estaba muy pequeña. No puedo decirte que hay un comienzo o que hay un fin; la obra para mí no es un destino sino un tránsito. De hecho, cuando finaliza una idea hay una especie de duelo. Te separas de esa creación, algo que es muy tuyo que viene de adentro y del que luego tienes que separarte porque ya es del público. Entonces, este tránsito que te digo, no tiene fecha de inicio ni creo que tenga fecha de culminación.
Hay una gran necesidad de experimentación, de expandir los límites. Fui una niña especial pero nunca se dieron cuenta, no encajaba en nada y pasé toda mi primaria bajo castigo. Tuve que haber sido tratada de una manera especial, pero el sistema educativo es un fracaso y no le da al niño lo que necesita sino lo que la educación cree que necesita.
En ese tránsito, ¿cuál podrías decir que fue tu primera curiosidad?
Es que yo nunca lo he visto como algo externo. La curiosidad estaba dentro de mí, no afuera de mí. Era más que nada un tema de experimentación por cosas que me rodeaban. Yo quería las cosas distintas. Mi mamá me compraba la casa de la Barbie, por ejemplo, y yo no quería esa casa, quería otra y la hacía. Llegué a hacer estructuras arquitectónicas, con ocho años, con cartón… hice carros, villas… porque yo quería algo que no existía en el mercado. Luego, cuando era adolescente, fui punk y dentro de todo eso que considero un espíritu, el espíritu de la rebeldía, ya ahí empecé a hacer cosas que tampoco estaban en el mercado y me dediqué a peinar, maquillar, hacerme la ropa, tejer, bordar todo lo que es manual lo hago. De adolescente también fui una niña problema. No me adaptaba al colegio, no quería estudiar lo que el colegio decía sino lo que yo quería. Tengo una estructura de pensamiento un poco “borderline” y siempre quería poner los límites y era imposible, un niño o adolescente no puede poner los límites. El arte ha sido para mí el lugar donde yo realmente decido mis límites, donde decido hasta dónde puedo llegar, donde he sentido la libertad plena. Hay algo de Nietzsche que dice que al que le guste el abismo, como a mí, tiene que tener alas. El abismo con alas es una imagen que se relaciona con mi manera de crear y la manera cómo me siento cuando estoy creando. Cuando estás llegando a lo finito, abres las alas y vuelas.
El abismo.
El abismo es lanzarme a mis ideas. Mi línea de investigación ha tenido una línea bastante clara. Siempre he trabajado con el cuerpo, con la mujer… A mí me gusta cambiar mi investigación 360 grados, independientemente de que mi investigación tenga una línea muy clara. Soy una persona muy estructurada, pero esa estructura es flexible. Eso me interesa como creadora y como generadora de contenido y de pensamiento. La imagen es pensamiento. Detrás de una imagen yo puedo pasar años. Tengo una formación formal de fotógrafo. Sin embargo, no me considero fotógrafo. Me he formado en muchas áreas porque soy curiosa. Con un área me quedo corta. Estudié arte y pasé por todas las disciplinas. Sé esculpir, sé hacer serigrafía, artes gráficas, video, instalación, escultura, performance, mixed media, cerámica… Cerámica fue una de las cosas que estudié formalmente. A los 18 años estudié artes del fuego. Luego entré a la Reverón y de ahí me fui a Londres.
Cuando tengo una idea, la idea se adapta al medio; no el medio a la idea y son dos maneras muy diferentes de crear porque yo no soy una artista de oficio, no tengo horas de taller. Mi oficio está en pensar. Mi oficio no es dominar la materia, sino dominar las ideas. Esa es la diferencia entre mi trabajo y un trabajo como el de Cruz Diez, por ejemplo. Para mí, lo más importante y lo más poderoso es la idea. Es muy “duchampiano”. A esa idea se tienen que apañar todas las cosas en gráfica, en imagen, en movimiento, en volumen o instalación. Dependiendo de mi idea. Puedo estar encerrada en un cuarto con una computadora y desde ahí puedo hacer una exposición completa.
¿Cómo es tu proceso de investigación una vez que tienes una idea? ¿Qué lees? ¿Hacia dónde vas?
Soy una artista muy heterogénea, plural. Me nutro de todo. Me nutro de la calle, de la poesía, del ensayo, de ver exposiciones… Es todo un sistema muy amplio en el que voy haciendo relaciones y voy generando mis imágenes o desarrollando mis ideas. Un artista serio tiene que tener un camino. Las ideas que tengo ahorita no se me acaban de ocurrir, tengo 15 años trabajándolas de una u otra manera. Siempre he trabajado con el poder, con el sexo, con el cuerpo… Hay cosas que son irreductibles y luego estos pilares se van adaptando a lo nuevo y la evolución.
Desde la primera vez que entré a la universidad, a la escuela de arte, mi primer trabajo fue con el cuerpo y considero que ese germen todavía está y no ha cambiado en nada. Ahora, todo lo que se genera y todo en lo que transforma ese pulso es lo que conforma mi obra 15 años después. Mi primer trabajo de taller fue con la fotografía. Yo viajaba por todos lados con mi camarita y así empecé a descubrirme.
El arte ha sido para mí una manera de conocerme y como dice Louise Bourgeois, “el arte es la única garantía para la sanidad”. Cuando las manos están ocupadas, el corazón está en paz. Mi salvoconducto a la cordura es el arte. Cuando no hago obra, pierdo el norte, pierdo el foco. El arte me enfoca. Mi adicción es mi obra. En este momento estoy trabajando pero para mí es un placer. Las horas en las que me angustio son cuando no estoy haciendo obra.
Para los artistas corporales como yo, la vida es la obra y la obra es la vida. Para mí, una conversación me ayuda a agudizar ciertos conceptos, entonces una conversación forma parte de mi obra porque además hablar de la obra es la obra.
Y genera pensamiento.
Siempre genera pensamiento.
Quisiera contarte una anécdota personal. Cuando vine a tu casa la primera vez, me deslumbró esa frase que salió de ti: “genera pensamiento” y la adopté. Es un agradecimiento que te debo.
Es que si no, no me interesa. No hago arte retiniano. Hay obra que se genera y se produce y se recibe aquí, solamente (señalándose el estómago). Siempre me ha gustado García Lorca por el cuchillo. Tengo obras que tienen que ver con el cuchillo. Soy cercana a la poesía. Tengo una relación muy especial con la gente que hace arte corporal y con los poetas. Hay una manera de sentir mía que la siento afín al poeta.
¿Cómo se siente?
Leo un poema y siento internamente y emocionalmente cada palabra. En la narrativa no me pasa, en el ensayo tampoco. Érika [Ordosgoitti] me dice “es que tú eres poeta, pero no haces la poesía hablada”. Tenemos una estrecha relación porque ella es artista corporal y poeta, en cambio yo no soy poeta. Érika es un fenómeno de la naturaleza, ella te recita Así habló Zaratrusta de memoria.
Tus nortes.
El arte bueno es como una daga que te atraviesa. Atravesar para mí es muy importante. Como generadora de imágenes quiero atravesar el público y me interesa que la gente sienta desagrado, pero que sienta.
Cuando empecé hace años, leía poesía y hacía imágenes. Me he ido deslastrando de la palabra y me he quedado con la imagen y con hacer sentir. Por ejemplo, en estos días Érika me trajo un libro de Cadenas y tenía tiempo que no lo leía. Amo a Cadenas. Ese día estuve todo el día conmovida por lo que leía… e hice una obra. Entro como una manera de sentir y busco la desazón. Mi obra parte de la desazón. La felicidad no sirve para nada como artista. La felicidad no se cuestiona. La felicidad se transita y se vive. La desazón, el desconcierto y la pena generan imagen porque estás sintiendo como un amplificador cuando estás en duelo, un despecho. Eso es lo mejor que hay en este mundo. A veces digo, necesito despecharme, porque necesito estar en un estado en que el alma se convierte en un estado de amplificador de todo y sé que esa es una estrategia de los poetas. Los poetas malditos me encantan todos. Todos me fascinan y las malditas más. Tuve una época que leía pura poesía femenina y todavía continúo por lo femenino, pero ahora he metido lo masculino.
¿Cómo tu condición femenina ha permeado tu obra?
No soy feminista. Uno de mis ídolos es Simone de Beauvoir, porque ella en su época dijo cosas que a lo mejor si yo hubiese vivido al unísono las hubiese dicho. Las banderas de Simone de Bouvoir es el derecho al útero, a decidir por ti y no que la sociedad decida por ti el tema de los hijos. Eso es algo que me ha acompañado sobre todo en nuestra sociedad donde todos son machistas. Hay artistas que dicen que no son machistas y lo son. Pero ahorita sí estoy un poco más allá del género inclusive en el amor. A veces pienso que el amor es algo que debe ir más allá del género. Uno se enamora de un ser y casualmente es mujer o casualmente es hombre. Actualmente en mi trabajo estoy tratando de que la obra se proyecte más allá del género. Empecé hace 15 años y lo hice con un reconocimiento de mi cuerpo y me empecé a desnudar para entenderlo. Una de las cosas más difíciles que le pasa al ser humano es el entendimiento sexual. Ese es uno de los grandes traumas que uno tiene cuando pasa de la pubertad a la adolescencia. Como mi obra es una herramienta de reconocimiento psicológico y emocional, empecé a descubrir mi sexualidad por medio de mi obra, entonces me disfrazaba de todas las fantasías que podían tener los hombres.
Soy de las primeras artistas de este país que se desnuda como lo hago. Somos una sociedad muy pacata. Ahorita todo el mundo se desnuda por Instagram, pero hace 15 años no existía ni Facebook y ahora que lo hace todo el mundo, pues yo no me desnudo, pero resulta que ahora estoy más desnuda que nunca porque es un desnudo emocional. Es desnudo emocional es el más difícil porque combate contra el pudor. Es más fácil quitarse la ropa. El desnudo es algo que va más allá de lo físico.
Mi trabajo ha ido evolucionando a un desnudo más metafórico. Por ejemplo, la lengua es un órgano sexual, intelectual y gustativo. Es uno de los órganos que tiene más funciones en el cuerpo y es un órgano sexual con el que puedes tener sexo independientemente de que te desnudes.
Masa y poder es una pieza muy importante porque lamo libros que tratan sobre el poder. Este año, retomaron el Premio Mendoza y me invitaron a exponer fuera de concurso. Yo me pregunté, ¿Dónde estoy ahora? Entonces decidí hacer una obra con los libros sobre el poder y el sexo. Voy pasando las hojas y los lamo. Fetiches teóricos es de mi última serie y son videos en los que lamo libros sobre el poder. Será una individual en la Sala Mendoza para el 2015. Trabajo con mucha antelación a mis exposiciones.
El trabajo de la obra conceptual lleva mucho tiempo. Voy cambiando los libros porque la obra y el concepto van madurando. Tomé unas clases en la Universidad Central con Sandra Pinardi que me iluminaron. Ella me hizo entender que estaba trabajando con los fetiches. El libro es rastro y huella, tú lo sabes como escritora. Si hay un libro cerrado en una biblioteca, está muerto. Entonces, algo orgánico como la lengua y la lengua como idioma, es lo vivo y lo que se escribe es lo muerto. ¿Cómo hago para hacer posible lo imposible en una imagen? ¿Cómo hago para acercar lo corporal a lo intelectual?
¿Por qué poner a dialogar la intelectualidad con la sexualidad?
Porque son extremos.
El acto erótico tiene una connotación de vida. Estás abriendo y lamiendo el libro y simultáneamente creas con tu acto performativo.
Y lo imposible. El video donde beso a Bolívar en Acción y culto es un video sobre la imposibilidad. No hay nada más morboso que lo imposible. Tiene un ritmo importante igual que el libro. Esa imposibilidad en el caso aquí que es el héroe. Pudo haber sido cualquiera, ha podido ser Sócrates. Él representa el patriarca y representa la desmitificación y la humanización del héroe. Este video tiene algo surrealista que asemeja una película de Buñuel.
¿El video es tuyo? ¿Te grabaste tú?
Sí. Es como una obra de cine, tengo gente que me ayuda. Pero llego con todo pensado. Me pinto las uñas, me pongo una malla negra… La idea acá era que no te distrajera más nada, que el acto erótico fuera precisamente ese.
Él no reacciona.
Ahí está la imposibilidad. Como el éxtasis de Santa Teresa, el místico, inerte. El tiempo en el acto erótico se dilata y se contrae. Este cuerpo de trabajo empieza en 2011, cuando me lancé al piso en la Velada Santa Lucía a lamer una bota.
El escalafón del poder.
Lo decía Scarface: “First, you get the money, second, you get the power… then, you get the girl”. Para mí, en el escalafón del poder, el sexo siempre está ligado al poder. El poder es uno de los delirios más grandes del ser humano, donde se siente inmortal, donde toca a Dios.
En Acción y culto y en Fetiches teóricos, ¿dónde queda la mujer?
Lo femenino siempre está presente, pero cada vez tiene un peso igualado, no es lo más importante. Antes lo femenino era mi única preocupación. Trabajé con las fantasías sexuales por mucho tiempo. En mis primeros trabajos exploré los estereotipos sexuales. Pasé de ser una sirvienta sudaca a ministra. Me dediqué unos cinco años a estudiar la sexualidad y cómo los códigos se convierten en mercancía para la masa, en productos de consumismo. Los gestos se consumen. Tú no deseas, el deseo te va formando. Hay gente que pasa su vida atrapada en el mercado, en esa fantasía… Entonces los artistas pasamos a ser traductores. La lucidez es una condena. Veo cosas que la gente no ve. Cuando uno hace obra lo que hace es masticar, rumiar y luego botar. Lorena [González] dice que soy una traductora de la contemporaneidad porque me elevo y puedo ver cosas que para mí son fáciles de ver, pero para la gente no. No te estoy diciendo que mi obra va a cambiar el mundo ni el pensamiento de la gente, pero por lo menos hago efectivo un señalamiento, una reflexión, una crítica en relación a las cosas que pienso que deberían ser de otra manera. Lamezuela se ha convertido en una imagen icónica de este momento que vivimos como país.
Y te la han censurado…
Varias veces. Ya me la han censurado tres veces en este año. Claro, una parte de mí celebra que lo censuren porque la censura…
La censura valida.
Exacto. La censura no es más que la validación de las imágenes. Un chavista me denunció en la televisión diciendo que esto no era arte. A raíz de eso recibí como unos 400 tweets de chavistas como profanadora de la patria.
¿Fueron a ver la exposición?
Sí, fueron e hicieron cola para entrar.
¿Cómo reaccionaron en la sala?
En la sala no hicieron nada, pero luego recibí muchas amenazas maravillosas como que yo era “la verrionda del arte”, “la profanadora de la patria”… Recibí un chat donde me insultaban y me decían que si yo era artista, ellos eran la Venus de Milo. Luego de eso, me invitan a la bienal de Bolivia y la Embajada de Venezuela me censura. Con cada censura que me hacen están validando más mi obra. A la gente le digo: por favor, difundan la información de Bolivia, eso lo tienen que saber en Venezuela. Ningún periodista lo quiso decir aquí. Llamé a varias personas, pero ese tipo de censura hace, por ejemplo, que se evidenciara en Bolivia, la ineptitud de este gobierno. Ellos se retiraron de la bienal. A mí me preguntaron cuál fue mi ganancia de haber ido a Bolivia, pues que se evidenciara internacionalmente en una bienal de arte que el gobierno Venezolano es totalitario y me censuraron.
Estuve a punto de irme del país. Mi abogado se empezó a asustar. Estaba en riesgo mi vida.
Sobrevolar el abismo.
Sobrevolar el abismo.
Octavio Paz dice que desde el exilio es cuando uno puede ver con ojos frescos hacia su país. ¿Qué pasó cuando miraste desde Londres hacia acá?
Estudié los estereotipos. Les parecía sexy que fuera latina. De hecho esa es una postal que se llama Horny Latin American Cleaner, que son parte de las imágenes que generé cuando estaba en Londres. Ahí comencé a hacer obra política más directamente. Ya el trabajo con el cuerpo es político. Cuando llegué a Londres ya había explorado un poco el estereotipo de las conejitas, de las malas, buenas… pero es ahí donde empiezo a sentirlo en carne propia. Estudio qué significa el estereotipo latinoamericano, cómo coincide y cómo reafirma ciertas conductas sexuales. Empiezo a meterle a la obra el tema geográfico y la inmigración, la legalidad y la ilegalidad, el comercio sexual. El ejercicio sexual es uno de sumisión porque te tienes que rendir ante un país que no es el tuyo, pero eres una latina y eres sexy.
La prostitución en Londres funciona en los teléfonos públicos, dicen las imágenes “call me now” e hice estos personajes. Ponía los números y la gente llamaba. Nunca atendí, pero ellos dejaban mensajes. Hasta ahí llegaba mi rol. Esto fue un trabajo complejo porque yo soy la puta, no contraté a nadie. El trabajo tiene que ver con penetrar lo subversivo de tales canales de distribución, sin ser parte de ese mundo. Soy una espectadora y una protagonista. Siempre digo, soy la única porn star venezolana que nunca ha cobrado por mostrar el culo. De Londres me invitan a España para el rol de South American Cleaner, que la censuró Telefónica.
A mí primero me conocen desnuda que vestida. Siempre he recibido acosos, primero eran sexuales ahora son políticos… Siempre me he enfrentado al tema del morbo. Eso es parte del abismo. Me han pasado cosas, pero no me ha pasado nada grave. Estoy comprometida con mis ideas y tengo que seguir hasta donde ellas lleguen. A veces pienso, tengo más bolas que un hombre porque no conozco a un hombre en este momento que esté criticando al gobierno desde la sumisión, desde lo femenino (es decir, desde lo que supuestamente es sumiso, débil) y ya lleva dos censuras por parte del gobierno y dos censuras privadas.
Mi interés por los canales regulares me ha llevado a hacer mi primera fotonovela, El extraño caso de la Sin Título, donde también soy sirvienta. Es una crítica al comercio del arte, que es uno de los poderes más bajos y nefastos del sistema del arte y la sirvienta que termina siendo Ministro. Me voy hasta el centro de Caracas para distribuirla.
Buscando nuevamente el canal.
Copio el canal de distribución. Lo que hago es operar en ese canal de distribución y las pongo junto a las otras fotonovelas. Las puedes encontrar bajo el puente Fuerzas Armadas, donde hay un puesto de alquiler de fotonovelas. Ahí dejé 100 copias sin decir nada, sin mencionar que yo era artista o conceptual. Y pongo a la gente del pueblo a dialogar. Me interesaba que esto operara en las calles.
¿Cómo fue tu regreso a Venezuela?
Cuando llegué a Venezuela empecé a traducir mi desazón hacia el sistema venezolano y me di cuenta que era un animal más del circo. Y dije: “Lo que haré es burlarme de mí misma y de todos en una parodia”. Invité a artistas y curadores a que se unan al circo. Mi rol fue de domadora (no sé de qué, porque nunca he sido domadora del arte, el sistema del arte es indomable). Pero fue un ejercicio tener a los artistas y a los curadores bajo mi látigo. La realidad no es así, pero estamos hablando de ficción y de un terreno donde todo es posible. Empecé con lo artistas, que son más fáciles de seducir y continué con los curadores: Félix Suazo, Gerardo Zavarce, Lorena González, Carmen Hernández y Peran Erminy.
¿Y después de los fenómenos?
Después de los fenómenos del circo hago esta exposición que es muy particular en el cuerpo de mi trabajo. Que fue mi primera exposición en Oficina No. 1 y es una de las obras más carnales que he hecho, a pesar de lo sublime de las imágenes. Esta pieza es una Ofelia. Aquí hay una manera muy distinta de acercarme a la imagen porque es desde el dolor.
Parece que fuera otro artista.
Cuando estás en un duelo tan grande no hay incisión, no hay crítica, no hay irreverencia.
Hay exposición del dolor.
Hay dolor puro del cuerpo porque la maternidad tiene que ver mucho con lo corporal animal. Todas las demás cosas son construcciones sociales. Aquí es el cuerpo desnudo solo. En este tránsito corporal absoluto, que es lo que llaman maternidad, dar vida, generar otro cuerpo desde dentro de tu cuerpo. Fue muy fuerte y muy pura esa experiencia.
Esto es una fractura en tu trabajo. La daga tocó fondo.
Sí, aquí estoy totalmente despojada de todas mis herramientas incisivas, irónicas… Mi trabajo es muy visceral pero aquí toca las vísceras en lo más puro. Es una imagen que opera desde mí en otra frecuencia. Estas son imágenes en película infrarroja. El pulso herido del que habla García Lorca.
¿Esta muestra tuvo título?
¿Cómo titulas tú un duelo? ¿Cómo le pongo título al dolor? Para esta exposición yo no quería anécdotas. La gente sabía que mi hija se acababa de morir, que yo estuve a punto de morir, que me dieron infartos, trombosis… Fue un proceso físico muy fuerte. Estaba despojada. Se me habían quitado todas las armas y todas las estrategias. Debía traducir mi hundimiento.
No puedo crear desde la felicidad, no puedo crear cuando me siento bien. Sentirme bien me molesta. Cuando estoy demasiado bien con la vida me fastidio.
El duelo para mí es sublime. Cuando Fedora cumplió un año de haberse ido, le dije a mi esposo: “mañana nos vamos a Araya”. Yo me fui con mi cuerpo y con la cámara de un celular. Yo necesitaba el agua, necesitaba curarme. Creo que la obra de arte es sanadora y creo en la catarsis del público y mía. Quería hacer una acción, así como lamo las botas para hacer catarsis con el país, me fui a esas aguas y me pelé toda la piel como una serpiente. Entonces fue un trabajo del que yo llegué sana.
Una fractura.
Una bisagra que une dos partes de mí, el antes de Araya y salto de aquí, el mismo año a Maracaibo a lamerle las suelas a un militar en la Velada de Santa Lucía.
¿Tu obra dialoga con otros de tu generación?
Sí, hay varios. De mi generación con Érika Ordos, que aunque ella no es exacta a mi generación, siento que hay ciertos momentos en los que nuestra obra se tocan. Hemos tenido muchas coincidencias en la manera de sentir lo que hacemos. Con quien también me relaciono mucho, con quien tengo afinidad también es con Sandra Vivas. Las tres tenemos una obra afín pero que no se parece la una a la otra.
¿En qué sueles pensar cuando te despiertas?
En lo que tengo que hacer.
¿Hay algo en tu mesa de noche que nos permita entenderte como artista?
Los libros. En este momento tengo Slavoj Žižek, El acoso de la fantasía. Tengo un libro sobre arte contemporáneo y cuerpo, tengo el libro de Cadenas. Tengo mi libreta de anotaciones (porque a cualquier hora de la madrugada se me ocurre una idea la debo anotar). Estoy trabajando hasta en los sueños. En los sueños resuelvo cosas técnicas. Los sueños me dan revelaciones y las anoto. No paro, no sabes todo lo que sueño.
¿Encuentras inspiración en otras disciplinas?
Sí, eso es muy importante. En el cine, es una fuente inagotable de inspiración. La poesía porque me pone en un estado muy sensible espiritualmente y al tener esa sensibilidad siento que acceso más fácilmente a imágenes.
La poesía es imagen.
Lo que te dije al principio: la poesía te hace sentir por medio de la imagen.
Te gustan los malditos…
Me gustan los malditos y ella es mi maldita preferida. Alejandra Pizarnik me llevó a la cama en depresión y no soy una mujer depresiva. Otra de mis grandes inspiraciones es Antonia Palacios. Ni qué decir de Silvia Plath o Virginia Woolf. Tuve una profesora que se llamaba Cecilia Ortiz. A sus clases llevaba poesía corta sobre mi cuerpo. La poesía me ayudó mucho a encontrarme. Me identifico más con la vida del poeta que con la del artista.
¿Por qué?
Porque hay una intensidad que a veces en la vida del arte no se permite. Hay una intensidad en la emoción.
¿Una castración? En la poesía también.
Se trata de sentir la obra, no pensarla solamente. Una obra completa es para mí la que tiene una buena factura, una buena idea pero que te hace sentir. Esa trilogía para mí es importantísima en la creación y en el consumo. Yo también consumo arte, voy a exposiciones, trato de viajar para ver muestras, compro libros… Siempre digo que soy una “artholic”, adicta al arte. Me interesan varias artes: la moda, las artes plásticas, la literatura, la poesía, la filosofía, la decoración, la gastronomía.
Y tu esposo es chef…
Sí, pero yo también. Considero que tengo dos armas de seducción: la obra y la cocina.
Eres una mujer muy coqueta.
Hay un mito que no comparto que es si tú eres artista, no puedes ser vanidosa. Soy una vanidosa porque me encanta ser bella, porque me encanta cortarme el cabello, me cuido… Soy una artista corporal y tengo que mimar mi cuerpo. Ver, dejarse ver y oler divino. ¿Por qué si yo disfruto el goce estético, mi cuerpo tiene que ser disonante?
A mí me fascina Oscar Wilde por eso, porque era un tipo carnal. Yo puedo sentir un poema y también puedo sentir un perfume.
He percibido que a veces, por eso, nos toman menos en serio en este país misógino.
Totalmente. Tú no sabes lo que me cuesta a mí tener un amigo porque siempre hay un interés sexual. No hay manera que sea de otra manera. Ya tengo un trauma. No tengo casi amigos y no es un problema que tengo contra el género masculino. Es un problema que a ellos se les presenta porque mi obra es sexual, porque soy una mujer sensual pero no quiero tener una vaina con ellos.
¿Y la cocina?
Siento que soy bastante libre en muchos espacios, pero como la cocina no es mi oficio, la cocina no es mi profesión ahí me puedo equivocar sin frustrarme.
Voy a decirte unas palabras y me vas a responder con una frase u otras palabras. Empiezo:
Belleza.
Intensidad.
Ojo.
Cuerpo.
Cuerpo.
Espíritu.
Desnudez.
Abismo.
Franqueza.
Desnudez.
Poder.
Miedo.
Mujer.
Sentidos, emociones.
Negro.
Rojo.
Invisible.
Infinito.
Tiempo.
Espacio.
Desgarre.
Profundo.
Afuera.
Inválido.
Confrontación.
Lucha.
Luz.
Esplendor.
Censura.
Imposibilidad.
Estoy.
Transitar.
Sublime.
Dolor.
Ahora tengo que estar en silencio mucho tiempo.
(Pausa)
En ese momento Deborah se levanta y va a buscar algo en su cuarto. Me trae el catálogo de Acción y Culto lamido en dorado, un tratamiento especial que le da a unos pocos ejemplares que sabe que estarán a buen resguardo. Yo seguía alumbrada por nuestra conversación donde a ratos mi rol era acaso de muda expectante. En mis manos tenía ahora el documento de uno de sus riesgos más recientes, con el trazo fresco de su lengua, un órgano que hace minutos había dado todo de sí a través de la palabra y que, al mismo tiempo, fungía como hendija por donde otear un abismo profundo en lucidez.