Hulda Guzmán, Fiesta en el batey, acrílico sobre lienzo, 2012.
© Hulda Guzmán. «Fiesta en el batey» (2012). Acrílico sobre lienzo.

Cuando el fin del mundo comenzó, Héctor engranaba con Cyrille, Bartolomé con Amaury y Celeste con Ananda e Idelisa. Yo, en cambio, pensaba en Jack Veneno. Lo había visto por primera vez deambulando por El Conde con sus licras amarillas, los ojos brillantes y la sangre hecha ron, cuando se precipitó sobre mí como una picadura. Jack Veneno husmeaba en mi cabello y untaba mis dedos en saliva olor a naranja mientras mataba los mosquitos que bailaban sobre su cabeza.

 

Esta vez el recuerdo de Jack Veneno no estaba sentenciado por la abrumadora melancolía que solía acompañarlo: una amazona de tetas canela y dedos de algodón me recordaba que el mundo estaba hecho de neblina y color, que el mar siempre aullaría a lo lejos y que la noche era andrógina por su propio derecho.

 

La isla se achicaba a nuestro alrededor, abriéndose a la cadencia de la lluvia tropical. Sentí que mi cuerpo se perdía en el abrazo de las tetas canela, que me encendía como un bombillo y que retumbaba como un eco en la órbita de sus caderas mientras el mundo entero se hacía vapor. Entonces vimos, sentimos, a lo lejos, la ola.

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