Correspondencias (I): Josefina Ludmer / Ricardo Piglia

Ugo Rondinone, «Seven Magic Mountains» (2016).

 

 “Leo la literatura como si fuera un tarot, como borra de café, como instrumento para ver el mundo”.

La frase no debería sorprender: habla Josefina Ludmer, una de las más reconocidas y originales críticas literarias de la Argentina. Aunque a lo largo de la conversación dirá que no le gustaría que su próximo libro, el que contiene (en texto o en espíritu) la frase antedicha, estuviera en el estante de crítica literaria de las bibliotecas.

Flavia Costa. “Elogio de la literatura mala”. Entrevista a Josefina Ludmer

 

La correspondencia es un género perverso: necesita de la distancia y de la ausencia para prosperar.

Ricardo Piglia. Respiración artificial

 

 


La presente nota bio-bibliográfica constituye la primera de una serie de aproximaciones dedicadas a la crítica cultural latinoamericana. Más precisamente, a esos autores y textos que, en mi opinión, determinaron su singularidad como práctica de lectura distinta en el campo del latinoamericanismo de las últimas décadas del siglo XX, así como a las posibles zonas de debate y de diálogo entre ellos, y con este presente que nos sobrepasa. Zonas sobre las cuales podrían volver a tramarse hoy secretas y no tan secretas correspondencias y complicidades.

 

En un artículo titulado “Postautonomía: pasajes” (2009), Raúl Antelo se interroga acerca de la potencia de cierta crítica cultural latinoamericana en el nuevo tiempo de glocalidades desencontradas, tiempo de postautonomía literaria y cultural en Occidente que se abre al devenir histórico con el nuevo milenio, a partir de lo que considera una posición distinta de la crítica frente a lo nacional, en tanto plenitud de sentido y en cuanto adscripción a un imaginario histórico y político de identidades sólidas y estables. Afirma: «La crítica cultural latinoamericana viene destacándose por no perseguir más ‘lo nacional’ o, en todo caso, por concebirlo como un confín, un entre-lugar, algo situado más allá de la memoria identitaria, a ser abandonada, para, precisamente, transformar la crítica en la voz de lo que no se es, aunque ese otro, sin embargo, nos habite y atraviese desde el vamos». Signo de un estado de abandono verdaderamente asumido ―y/o asumido como verdad en el pensamiento y en la vida―, forma irreversible de un logos desterritorializado, Antelo continúa estableciendo deslindes y singularidades:

 

Una de las más acabadas representantes de esa posición es Josefina Ludmer, para quien la postulación de una literatura postautonómica, implica pensar la literatura en perpetua exposición universal ante la imagen como ley (ante la ley como imagen). No es que la lógica de la autonomía no aparezca más en nuestras acciones sino que lo hace en la forma del abandono. El abandono consiste en la disposición a enfrentarse al presente sin la pretensión impositiva de fórmulas apriorísticas, para mejor captarlo, conducirlo o controlarlo. El presente y la presencia derivan del juego mismo del acontecimiento. Son fruto de las fuerzas que se configuran gracias al acto crítico y así generan sus propias arquitecturas (sus propias archi-texturas) de manifestación. Ese instante presente ya no afirma, frente a la estabilidad cerrada del pasado, el flujo incesante y promisor del tiempo. Promete, en cambio, una reconfiguración temporal que se nos presenta como confluencia, casi siempre catastrófica, de temporalidades. En ese instante presente se reconoce, no obstante, el pasado que, aún negado, continúa actuando de manera tensa y simultánea junto a la afirmación del futuro.

Esta crítica, que podríamos llamar tensional, deconstruye la metafísica intencional nacionalista, en la medida en que derriba el principio de una arke. Sabe (porque lo ha padecido) que no se puede llevar el pensamiento a un centro que lo retenga y justifique, sino que es necesario soltarlo para que oscile, libre o hasta caóticamente, conforme a la ley del movimiento. En este juego de reinvención de la historia, la tarea de la crítica se redefine y pasa a ser la de detectar provisorios puntos de unidad, que le son indispensables para la formación de nuevas perspectivas acerca del tiempo y el espacio. [El énfasis corresponde al autor].

 

Un paso más al respecto, también Beatriz Sarlo representa, para el autor, una de las figuras centrales de la crítica latinoamericana de las últimas décadas del siglo XX en su tránsito hacia el XXI. Sin embargo, desde su perspectiva, mientras Sarlo se resiste nostálgica a una “caída” del epos, como experiencia de algún tipo de consistencia del sentido aún contenido en las formas; Ludmer la celebra y elije como ethos privilegiado de un discurso que se despliega sin ambages en la percepción de la oscuridad de lo contemporáneo ―tal como lo concibe Giorgio Agamben en el ensayo fundamental que dedica a definir esta categoría. Y por ello, desde esta perspectiva, entre las dos grandes figuras/posiciones encarnadas como ejercicio de una práctica de crítica cultural distinta en Argentina, «Sarlo quiere realizar la literatura sin suprimir la institución»; «Ludmer quiere suprimir la literatura sin institucionalizarla». Es decir, abandonarse “verdaderamente” a la generación de nuevos puntos de encuentro entre pasado y presente a partir de los cuales reinventar la historia y/o volver a leerla, de maneras siempre renovadas.

 

El artículo de Josefina Ludmer ―esta suerte de anarquista excéntrica y atópica, “rara” de la crítica cultural latinoamericana― al que se refiere más precisamente Antelo, para citar un ejemplo de este nuevo ethos, ethos contemporáneo de la práctica en América Latina, como un problema de lectura del tiempo, “Temporalidades del presente” (2003), forma parte del último libro publicado por la autora ―Aquí América Latina: Una especulación (2010). Y en él, como apunta el también crítico argentino (de lo) contemporáneo, «tanto los procesos culturales de refuerzo identitario, como las cronografías nacionales dominantes, sin confines […] se vuelven […] poderosos instrumentos críticos para pensar el presente»… Porque es abiertamente una lectura del presente lo que interesa a esta investigadora en lo que constituye su última gran aventura crítica, y su aventura más extrema y desenfadada: una lectura del presente como posibilidad de recomponer el pasado ―o esa zona de contaminación de diversos pasados, que este presente postautónomo de confusiones varias abre a sus ojos como posibilidad de lectura. Así podemos constatarlo en el par de textos que dedica a la noción de “postautonomía literaria”, y que circularon en la web en varios formatos entre 2006 y 2007 ―“Literaturas postautónomas” y “Literaturas postautónomas 2.0”. Y así lo expresa la propia Josefina Ludmer en una entrevista realizada por Flavia Costa y publicada en la Revista Ñ del diario Clarín, el 1 de diciembre de 2007:

 

En la literatura, diría que junto a los best-sellers y a las escrituras que suelen llamarse “malas” (y que yo no considero nada malas), de ahora, existe la buena vieja literatura, con múltiples lecturas. La literatura hoy incluye todo su pasado, aun el de cuando todavía no era “literatura”, y puede ser crónica, carta, mensaje, diálogo, testimonio. El problema justamente es leer el hecho crucial de que “lo anterior” está presente en el presente, junto con formas aparentemente nuevas. En otro campo, y para repetir lo que ya he escrito: ese es el problema del libro Imperio. Hardt y Negri consideran que la etapa imperialista está concluida y que ahora rige sólo el imperio desterritorializado: hacen un corte en la periodización. Discrepo desde nuestra región: está el Imperio, pero también el imperialismo ―donde el imperialismo es un modo de expansión y dominación nacional sobre otros territorios―. Y ésa es una de las claves de lo que debemos leer: cuáles son las relaciones entre Imperio e imperialismo, entre presentes y pasados. El primer capítulo de mi libro se titula “Temporalidades del presente” y trata este problema. Es un análisis de muchas ficciones que salieron en la Argentina en el año 2000. Y mi hipótesis es que a partir de esta cancelación del futuro, y gracias a la tecnología, el presente se densifica enormemente y absorbe todos los pasados. La novela de ciencia ficción El juego de los mundos, de César Aira, lo muestra bien, así como El árbol de Saussure. Una utopía, de Héctor Libertella, cuya atmósfera es, en cierta medida, fantástica; porque vivimos en una utopía realizada.

 

*     *     *

 

En efecto, escritora e investigadora de referencia obligada en el campo del latinoamericanismo del siglo XX, tanto los primeros trabajos que dedica a las elaboraciones literarias de García Márquez y Onetti ―Cien años de soledad, una interpretación (1972); Onetti, los procesos de construcción del relato (1977)―, como esos siguientes en los que se propone pensar el problema de lo nacional en Argentina y en América Latina, a través de la poesía gauchesca del siglo xix ―El género gauchesco, un tratado sobre la patria (1988)― y/o del cronotopo del “crimen”, en tanto instrumento crítico capaz de organizar una lectura política de la historia cultural de ese país y de toda la región ―El cuerpo del delito, un manual (1999)―, el vuelo cada vez más arriesgado ―más amplio y más rizomático― de las aproximaciones de Josefina Ludmer, y de las problematizaciones que emergen y se fugan de ellas, solo se compara con el rigor de su revisión del archivo y de las complejas constelaciones que consigue articular a partir de él. Riesgo y rigor donde marxismo y psicoanálisis se entrecruzan con una profunda conciencia de lo histórico en lo que sería la consolidación de un “compromiso con la teoría” como el que propusiera Homi Bhabha en su libro fundamental El lugar de la cultura (2002 [1994]). El compromiso de quien siempre se pensó/deseó a sí misma como una “activista cultural”, al margen de los programas de la crítica literaria de su época, y de la rigidez del academicismo universitario burocratizado en lo que fuera el campo de su ejercicio como investigadora y lectora de la literatura y la cultura argentina y latinoamericana:

 

― ¿Por qué?

― Porque considero que ya no hago crítica literaria.

― ¿Qué hace, entonces?

―Trato de ver algo, algún punto del mundo en que vivimos, a través de la literatura. Leo el modo en que la literatura construye realidad, construye mundo, temporalidades, subjetividades, territorios, para pensar las condiciones de vida actuales. Y uso la literatura porque tengo entrenamiento en eso, pero se podría ver el mundo a través de cualquier cosa: la sociedad, el cuerpo, las creencias. Una vez que sabés leer algo, lo podés usar para pensar lo más general, incluso podría decir “lo humano” contemporáneo.

[…]

Mi proyecto es ser algún día activista cultural. Siempre me pareció importante poner en circulación ideas, materiales diferentes. Nuestra cultura es muy provinciana, narcisista en el mal sentido. Hay que sacudirla un poco”. (En Costa, 2007).

 

Y eso fue, en efecto, la persona Josefina Ludmer (Córdoba, 1939 – Buenos Aires, 2016): una “activista” de la cultura ―una «crítica punk», según Hernán Vanoli, «versus Sarlo que defiende a la socialdemocracia y las instituciones» (En Fornaro). Y no solo para sus lectores, sino para sus estudiantes: una “activista” de la crítica cultural distinta, que emergía como tal durante los años difíciles de la dictadura, para asentarse luego en los de la reconfiguración democrática del país:

 

maestra de escritores, lectores y docentes ―durante la última dictadura pasaron por sus grupos de estudio privados Jorge Panesi, Alan Pauls, Claudia Kozak, Gabriela Nouzeilles, Fabián Lebenglik, entre muchos otros―, en 1973 Ludmer acompañó de cerca a Osvaldo Lamborghini, Germán García, Luis Gusmán, Ricardo Zelarayán y Jorge Quiroga, fundadores de una de las más importantes revistas literarias de la década: Literal.

A partir de 1984 fue titular de Teoría Literaria II de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, y entre 1992 y 2005, docente de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Yale, de la que hoy es profesora emérita. Desde esa posición a la vez reconcentrada y excéntrica (en la Argentina, “la que está en Yale”, disfrutando las bondades del Imperio; en Estados Unidos, una “latinoamericana, judía, medio india”; es decir ―subraya con orgullo― “una completa marginal”), Ludmer desarrolló además una de las tareas que más le entusiasman: la de “agitadora cultural”. Fue ella, por ejemplo, quien en 1999 contagió a editores y lectores porteños el interés, no siempre benevolente, por el libro Imperio, de Toni Negri y Michael Hardt; la que impulsó la lectura de Paolo Virno, Scott Lash y Brian Holmes; la que inculcó la importancia de leer lo escrito en el país en el marco de América latina. (En Costa, 2007).

 

Daniel Molina, periodista y crítico cultural argentino, y discípulo de la investigadora lo refiere de la siguiente manera (citado por Gigena): «la Facultad de Filosofía y Letras contaba con un seleccionado de grandes maestros, desde David Viñas hasta Beatriz Sarlo, de Enrique Pezzoni a Beatriz Lavandera. En ese grupo, brillaba Josefina Ludmer. Era la que iba más lejos, la que estaba a la vanguardia, la que abría puertas que ni sabíamos que existían. Cuando fui a su primera clase sobre la poesía gauchesca a comienzos de 1985 casi enloquezco: nunca había escuchado a nadie argumentar de tal manera, pensar con tanta erudición y libertad. Fue lo más parecido a Borges que dio la crítica argentina». Y Ana Fornaro, siguiendo de cerca a Jorge Panesi, lo sintetiza en la imagen de Josefina Ludmer como “máquina de lectura” ―imagen de mujer-máquina de lectura que atraviesa, por cierto, la literatura y el pensamiento crítico en Argentina, desde Macedonio Fernández hasta Ricardo Piglia:

 

—China hace delirar los textos ̶ dice su amigo y colega Jorge Panesi ̶ . Formó parte de una generación, que también es la mía, donde había espacios para las búsquedas teóricas. Ella siempre se atrevió a ir un poco más allá, a crear nuevas máquinas de análisis. Cuando la crítica recién estaba llegando a determinadas lecturas, ella ya estaba pasando a otra cosa.

Panesi ̶ que años después fue director del Departamento de Letras de la UBA ̶ fue una de las tantas personas que asistían a los seminarios que daba en su casa durante la dictadura. Había llegado a la China a través de Alan Pauls, que a su vez se había enterado de los famosos seminarios gracias al escritor Luis Gusmán. Pauls tenía 17 años y quedó deslumbrado.

—La experiencia fue completamente decisiva ̶ dice Alan Pauls treinta y cinco años después ̶ . Me desingenuizó para siempre. Me enseñó que escribir es pensar la literatura, siempre, escriba uno lo que escriba, y que ese pensar nunca está atrás sino adelante, en proceso, siempre a descubrir.

 

*     *     *

Conocí a Josefina Ludmer en la Universidad Simón Bolívar de Venezuela hacia 1995, en un pequeño seminario organizado por la Maestría en Literatura Latinoamericana de esa institución ―“La construcción del héroe popular en la literatura de fin de siglo xix”. Su exposición iniciaba con un apunte personal acerca del nuevo ciclo de vida que representaba su entonces último trabajo en curso sobre El cuerpo del delito, un manual. Ese libro que, como ella misma afirmara en diversas oportunidades, respecto de la investigación sobre la gauchesca que había emprendido durante la década anterior, marcaba también un giro inesperado en su historia personal: «―Cada libro es un ciclo de mi vida. Por eso son diferentes. Esos periodos fueron como de diez años cada uno. Por ejemplo, en cada libro vivo en una casa distinta, tengo relaciones distintas. Después hago un duelo de un par de años y vuelvo a juntar material, a pensar en el próximo paso. Y después viene una especie de periodo de locura que es darle forma» (en Fornaro).

 

Poco tiempo después hice fundamental para mi propio acercamiento a la literatura escrita por mujeres en América Latina su breve e imprescindible ensayo sobre las “Tretas del débil” (1984), en torno a la dimensión táctica del discurso del saber/no saber en la conocida “Carta Atenagórica” de la monja mexicana Sor Juana Inés de la Cruz. Mi tutora en el Doctorado, Sonia Mattalía, hablaba entonces de su idea de volver a escribir sobre la angustia en Onetti, autor al que Ludmer había dedicado un estudio relevante que ella no paraba de mascullar ―Onetti, los procesos de construcción del relato. Mi colega y amigo de aquellos años valencianos de estudio en la Universitat de València, Jesús Perís, leía apasionadamente su texto sobre la gauchesca ―El género gauchesco, un tratado sobre la patria. Y mi compañera de andanzas académicas e inquietudes intelectuales, Nuria Girona, comenzaba a pensar en el que sería su libro sobre escritoras latinoamericanas, Rituales de la verdad. Mujeres y discursos en América Latina (2008), de la mano del artículo “Mujeres que matan” (1996), que llegaría a formar parte de El cuerpo del delito, un manual… Ludmer acompañaba, pues, nuestras discusiones de esa época como una presencia indiscutida. Y sus textos producían un deseo de originalidad en nosotros, una necesidad de experimentar que Sonia alimentaba como producida por aquella misma escuela de aproximaciones deseantes a la lectura y a la interpretación literaria y cultural que tantos han referido como característica de Ludmer.

 

Unos años antes, en un bar que hacía esquina con la calle Marcelo T. de Alvear, en Buenos Aires, había tenido la oportunidad de compartir un café con Ricardo Piglia, escritor de esa novela enigmática y memorable, ficción teórica sobre la historia cultural argentina y latinoamericana ―La ciudad ausente (1992)―, que de alguna manera continuaba la pregunta sobre lo nacional argentino como historia de un crimen, en torno a la cual había girado su primer relato ―Respiración artificial (1980). No sabía entonces que Josefina Ludmer y Ricardo Piglia habían estado casados en los años de la dictadura. Y como unidos por una secreta trama de ficción, una ficción digna de Borges, ella murió el 9 de diciembre de 2016 y, apenas unas semanas después, el 6 de enero de 2017, él.

 

Referencias

Agamben, Giorgio (2011 [2009]). “¿Qué es lo contemporáneo?”. En Desnudez, Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora. Traducción Cristina Sardoy.

Antelo, Raúl “Postautonomía: pasajes”. En: Pasajes: Revista de pensamiento contemporáneo, Número 28 (2009).

Bhabha, Homi (2002 [1994]). El lugar de la cultura. Buenos Aires: Manantial. Traducción César Aira.

Costa, Flavia. “Elogio de la literatura mala”. Entrevista a Josefina Ludmer. En: http//www.edant.clarin.com/ suplementos/cultura/2007/12/01/u-00611.htm (Consultado el 11/02/2017).

Fornaro, Ana. “Ludmer, una máquina de lectura”. Revista Anfibia. En: http://www.revistaanfibia.com/cronica/ludmer-una-maquina-de-lectura/ (Consultado el 18/02/2017).

Gigena, Daniel. “Josefina Ludmer. La crítica que formó a una generación de escritores y lectores argentinos”, La Nación, domingo 11 de diciembre de 2016. En: http://www.lanacion.com.ar/1965907-josefina-ludmer-la-critica-que-formo-a-una-generacion-de-escritores-y-lectores-argentinos (Consultado el 11/02/2017)

Ludmer, Josefina (1972). Cien años de soledad, una interpretación. Buenos Aires: Editorial Tiempo contemporáneo.

_____ (1977). Onetti, los procesos de construcción del relato. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.

_____ (1984) “Tretas del débil”. En: La sartén por el mango. Río Piedras: Huracán.

_____ (1988). El género gauchesco, un tratado sobre la patria. Buenos Aires: Perfil Libros S.A.

_____ “Mujeres que matan”. En Revista Iberoamericana, Número 176-177 (1996).

_____ (1999). El cuerpo del delito, un manual. Buenos Aires: Perfil Libros, S.A.

_____ “Literaturas postautónomas”. En Ciberletras. Revista de Crítica literaria y de Cultura. Número 17 (2007)

_____ “Literaturas postautónomas 2.0”. En Z Cultural. Revista do programa avançado de cultura contemporânea. Año IV: Número 01 (2007).

_____ (2010). Aquí América Latina: Una especulación. Buenos Aires: Eterna Cadencia.

Piglia, Ricardo (1980). Respiración artificial. Barcelona: Anagrama.

_____ (1992). La ciudad ausente. Barcelona: Anagrama.

 


 

Sobre la autora:

Eleonora Cróquer Pedrón es profesora titular de la Universidad Simón Bolívar, jefa del Instituto de Altos Estudios de América Latina y responsable del Centro de Investigaciones Críticas y Socioculturales (CICS-IAEAL). Es Licenciada en Letras (UCV, 1991), con una maestría en Literatura Latinoamericana (USB, 1995) y Doctora en Filología Hispanoamericana (Universitat de València, España, 2004). Desde una perspectiva en la cual se intersectan la crítica cultural y el psicoanálisis de orientación lacaniana, ha trabajado en problemas de la literatura escrita por mujeres en el siglo XX latinoamericano; representaciones del cuerpo en la literatura y el arte latinoamericanos; imagen y cultura visual; relaciones entre política y estética; formaciones de lo menor en el ámbito de la autoría literaria y estética. Como parte de su trabajo en el CICS-IAEAL, forma parte de dos grupos de investigación interdisciplinarios: “Anormales / Originales de la Literatura y el Arte”, del cual es responsable; y “Políticas del discurso en la Venezuela contemporánea”. Asimismo, coordina el espacio “Formas profanas/ Laboratorio de pensamiento crítico”, para la formación académica de estudiantes de cuarto nivel en el campo de la crítica cultura; y la actividad de extensión “Entrevisiones: espacio itinerante de crítica contemporánea”. Sus publicaciones más importantes son El gesto de Antígona o La escritura como responsabilidad (Clarice Lispector, Diamela Eltit y Carmen Boullosa) (2000) y Escrito con Rouge: Delmira Agustini (1886-1914), artefacto cultural (2009). Próximamente, será publicado su tercer libro, Caso de Autor: Armando Reverón (1889-1954), entre otros “raros” de la literatura y el arte.

Compartir