El derviche y la clarividencia

© Charles W. Cushman, 1965.

Son inmortales los animales

porque ni saben que mueren ni ejercitan

a plenitud la memoria.

Juan Nuño

 

Para Leonardo González-Alcalá

 

1

 

Puede que en sí misma la memoria sea un género literario. Después de todo, es la madre de las musas, engendradas con el semental mayor. Puede que su tablero de instrucciones consista en damnificar o resucitar a quien le acontece el recuerdo, transformando el ejercicio en una sutil clarividencia adiestrada. Porque adivinar hacia atrás igualmente depara la angustia de quien debe confrontar o no la realización de la profecía. Recordar necesita narrar el recuerdo, volver a edificarlo incluso desde algunas licencias, y como recordar etimológicamente es “volver a pasar por el corazón”, nos transmite una profecía que insiste en la inmanencia del viaje: moverse en el tiempo, convertir el paisaje en discurso: hablarás del mundo, ese es tu destino maravilloso y desgraciado.

 

2

 

Orhan Pamuk (1952) se apropió de ese tablero, como todo novelista que sea importante en la vida de alguien. Como el derviche, que gira para ascender y que describe infinitamente un círculo espiritualizado, el tiempo detalla un ciclo vital y fatídico: encerrado en su perfección, en su profecía adiestrada e infalible, el tiempo que retorna promete un truco para la vida que vuelve a ser contada. Es el tiempo edípico de la omnipresente Grecia, con su simetría penosa de causa y efecto. Sus novelas no dicen nada novedoso, el truco y su poder literario reside en arrancar la costra de la vieja llaga, asomarnos al penoso oficio de un Narciso insomne e insatisfecho.

 

3

 

En El museo de la inocencia (2009) un hombre ama pero se da por vencido al primer orgasmo: muere feliz, pero no acepta emprender un borrón y cuenta nueva: cumple con su destino: es un hombre turco de la clase acomodada, ella es pobre. Nadie quiere incomodar a los dioses de la vida arreglada ni a las tribus del desierto que derramaron su sangre para escribir la historia del imperio. El círculo en realidad es una burbuja, su singularidad de tiempo y espacio solo es capaz de engullirnos. La singularidad igualatoria es el amor.

 

4

 

Lo que es ahistórico es la necesidad de esperanza, dice John Berger. El amor en las novelas de Pamuk suele durar el resto de la vida de alguien, y es bien sabido que sobre pocas cosas se deposita tanta esperanza como en el amor. Así, alguien que decide leer una novela de quinientas página quizás necesita un acto conservador, un compromiso de memoria sobre el abismo del tiempo: en Una sensación extraña (2015), Pamuk consuma, con la excusa de una biografía del hombre común estambulí, un vínculo transcendente que parece recuperar las viejas promesas de amor, lealtad y tolerancia entre los hombres. En un tiempo donde la norma es hacer las propias normas, donde el amor eterno –o al menos el compromiso–, dura lo que tarda en llegar el aburrimiento a un romance vía WhatsApp, leer una novela de quinientas páginas quizás sea la aproximación más genuina y perdurable de estar con otro ser humano: se leen novelas porque a pesar del exhibicionismo alienado de nuestro tiempo queremos trazar vínculos con los otros.

 

5

 

En Me llamo Rojo (2003), una mujer intenta apropiarse de su cuerpo y de sus pronósticos. Debe burlar la ley de Dios y el más vulgar conato de dominación de quienes la rodean. Del hombre que desea conserva un recuerdo vago que es, al mismo tiempo, el recuerdo de sí misma cuando era capaz de anidar un deseo. Las mujeres de Pamuk recuerdan hacia el futuro: esto no puede continuar así. La ley de Dios y de los hombres no puede subyugar el fervor de un pezón erecto, de una boca que sabe incubar ángeles y monstruos.

 

6

 

Pamuk habla de Estambul incluso cuando estornuda, y en su apresurada autobiografía insiste en la ciudad como un penitente regodeado y melindroso. Pero Estambul. Ciudad y recuerdos (2006) también es una bitácora de lecturas, masturbaciones, protuberancias, guerras sanguíneas y fracasos tiernos, errores de cálculo y de intensidad que configuran el poder del futuro: en la memoria reside la personalidad, explica Borges, y lo contrario se traduce como idiotez. Pamuk necesita el oráculo de su ciudad para no desvanecerse en los límites de su condición humana. Se necesitan muchas más vidas, la recolección de otros tiempos personales, para inventar la eternidad. Se necesita consenso para burlar una cruel matemática de dioses ausentes y demasiado abismo en el horizonte.

 

7

 

La novela es el juego de invertir amor y adivinanza en los límites de algo realmente desconocido. La novela es la escolarización de la memoria.

 


 

*Acerca de la autora:

Enza García Arreaza (Puerto la Cruz, 1987) Narradora y poeta. Obtuvo el VII Premio Literario Cuento Contigo de Casa de América (Madrid, 2004) con «La parte que le tocó a Caleb». En 2007 resultó ganadora del Concurso para Obras de Autores Inéditos, auspiciado por Monte Ávila Editores, con el libro de cuentos Cállate poco a poco (Monte Ávila Editores, 2008). En 2009 recibió el III Premio Nacional Universitario de Literatura de la Universidad Simón Bolívar con El bosque de los abedules (Equinoccio, 2010). Textos suyos aparecen en las antologías Cuento Contigo 2 (Madrid, Siruela, 2006) y Zgodbe iz Venezuele (Eslovenia, Sodobnost International, 2009); en las muestras De la urbe para el orbe. Nueva narrativa urbana (Caracas, Alfadil, 2006), Joven Narrativa Venezolana III. Premio de Cuento Policlínica Metropolitana para Jóvenes Autores 2009-2010 (Caracas, Equinoccio, 2011), De qué va el cuento. Antología del relato venezolano 2000-2012 (Caracas, Alfaguara, 2013), Tiempos de nostalgia / Tiempos de saudade (Caracas, Ediciones del Instituto Cultural Brasil –Venezuela, 2013) y en Voces -30. Nueva narrativa latinoamericana (Chile, Ebookspatagonia, 2014). El libro de cuentos Plegarias para un zorro aparece en 2012, editado por bid & co. editor. El animal intacto, primer libro de poemas, llega en 2015, cortesía de Ediciones Isla de libros.

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