La poética de lo ilegible

Se podría afirmar que la legibilidad precede cualquier preocupación sobre una poética, pues ¿en qué consiste la poética de algo que no podemos entender? Sin embargo, nuestra interacción con la tecnología digital nos expone constantemente a la ilegibilidad intrínseca a su funcionamiento –e incluso a los errores que éste pueda arrojar. El objetivo de este ensayo es explorar la poética de lo legible para la máquina en oposición a lo inteligible al ser humano, además de proponer que nos encontramos frente a un régimen de ilegibilidad que, además, no se limita a la escritura. Tras estas reflexiones quedará responder: ¿Qué podría significar lo ilegible como un recurso expresivo?



El régimen de lo decodificable

¿Para quién es ilegible lo ilegible? ¿Quién decide qué es ilegible? El régimen de la legibilidad desciende de ciertos preceptos establecidos durante la Ilustración, como la transparencia semántica y la austeridad del lenguaje. Desde Occidente, se ha pensado históricamente en las formas de escritura no-alfabéticas como sistemas opacos que obstaculizan el acceso al pensamiento, en oposición a la supuestamente inherente legibilidad del alfabeto occidental. Estas percepciones operan dentro de una cosmovisión eurocéntrica del lenguaje; por lo tanto, parece un despropósito detenerse a discutir sobre la posibilidad de una legibilidad intrínseca a alguna forma de escritura formal por encima de otra. Sin embargo, podemos discutir situaciones mucho más actuales en las que lo que se puede leer queda en entredicho frente a los procesos computacionales.

 

Prácticamente cualquier operación que implique cálculo o escritura sucede en este momento en una computadora. Redacto este ensayo con un teclado QWERTY en una laptop, y no hay duda de que el grueso de lo que se escribe hoy requiere de un procesador de texto. No hay espacio aquí para una arqueología de la interfaz, o una historia del software, pero cabe traer a colación que si pudiéramos leer la información que una computadora lee o procesa sin la interfaz de por medio, nos resultaría imposible encontrarle significado: desde ceros y unos hasta impulsos eléctricos, miraríamos el lenguaje convertido en número o en energía. La interfaz existe para devolvernos una versión legible (para un humano letrado) de las operaciones de la computadora, que responden a su vez a nuestros comandos; una orden decodificada por el procesador y vuelta a codificar como un producto comunicable.

 

Existen infinidad de ejemplos que ilustran los procesos de decodificación y codificación que suceden a través de programas de computadora. Tomaré uno particular cuya interacción con lo ilegible es evidente. Ocrad.js es un programa de OCR (Optical Character Recognition, o Reconocimiento Óptico de Caracteres) que convierte imágenes escaneadas de texto en texto otra vez. Esto resulta útil, por ejemplo, para convertir un texto digitalizado en un documento editable o, por otro lado, para violar las barreras de seguridad implementadas con CAPTCHAS. Dependiendo de su soporte, Ocrad.js tiene la capacidad de “aprender” nuevos idiomas e identificar similitudes entre letras, pero también tiene serias limitaciones.

 

A menudo, lo que resulta fácilmente legible para el ojo humano puede no serlo del todo para el programa, lo que hace que se quede en blanco. También pueden surgir grandes discrepancias entre el input y la lectura que se hace a través de OCR, lo cual genera preguntas interesantes: ¿Es posible que una máquina haga una mala o buena lectura de un texto? ¿Es indiferente para el programa, puesto que es inmune al valor semántico de lo que está escrito? ¿Lo legible es esencialmente lo decodificable, y lo ilegible entonces es simplemente aquello que no estamos “programados” para decodificar? Ya es parte de nuestra habla cotidiana afirmar que “la computadora lee” o “no lee” algún archivo. Si continuamos esta línea de preguntas, llegaremos irremediablemente a preguntarnos en qué consiste el entendimiento de un programa, asunto que excede las limitaciones de este ensayo. Sin embargo, cabe detenerse a destacar dos cosas: la función del programa de OCR es decodificar el texto alfabético y devolverlo también en forma de texto alfabético, pero además es posible que identifique (que “lea”) letras donde, para los efectos de una inteligencia humana no las hay.

 

Las siguientes imágenes muestran algunas de mis interacciones con el programa, explorando sus capacidades y sus errores:

 

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Aquí se lee claramente que he escrito “poética”, pero el programa arroja “pOÉfilp”.
En el caso de esta imagen, dibujé un garabato que fue reconocido como la letra “m”.
En el caso de esta imagen, dibujé un garabato que fue reconocido como la letra “m”.
En este último caso, el programa no reconoció ninguna letra cuando escribí “lee” con letra corrida.
En este último caso, el programa no reconoció ninguna letra cuando escribí “lee” con letra corrida.

Reverse OCR es un bot creado por el artista Darius Kazemi, cuyo usuario personal es, apropiadamente, @tinysubversions. Un bot es una aplicación que realiza tareas automatizadas y usualmente repetitivas en Internet; desde tuitear una y otra vez una frase o hashtag hasta jugar mahjong contra un ser humano.

 

Como su título indica, el proyecto de Kazemi emplea Ocrad.js a la inversa del funcionamiento que demostré arriba, lo que permite observar la “lectura” basada en OCR desde otro punto de vista. Reverse OCR elige una palabra de su repertorio y comienza a dibujar líneas al azar hasta que Ocrad.js logra reconocer la palabra exitosamente. Acto seguido, el bot tuitea una captura de lo que “escribió” con líneas, junto a la palabra reconocida por el programa. En prácticamente todos los casos, la escritura del bot es completamente ininteligible para un humano, y sin embargo sabemos que Ocrad.js fue capaz de relacionarla con una palabra real.

 

Abajo algunos ejemplos tomados de la cuenta @reverseocr y del Tumblr Reverse OCR:

 

Subtlety (Sutileza)
Subtlety (Sutileza)
Diaspora
Diaspora
Haiku
Haiku
Brethren (Prójimo)
Brethren (Prójimo)

Kazemi se autodenomina un artista de Internet. La mayoría de sus proyectos son generadores y art bots que funcionan en Twitter o Tumblr. El “universo” de los art bots en Twitter es diverso, pero en líneas generales suelen funcionar de dos maneras: algunos operan a través de la interacción con usuarios o con otros bots, mientras que otros son “autosuficientes” y se limitan a tomar de una biblioteca o base de datos para ejecutar su algoritmo, como Reverse OCR.

 

Por la misma naturaleza de su programación, la poética de los bots tiende a estar fundamentada en la reiteración y la permutación. Una vez que sabemos cómo funciona el bot de Kazemi, podemos intentar imaginar cuántos intentos hizo para lograr el reconocimiento de cada letra; personalmente, encuentro esa idea algo alienante, en cuanto trae a mi mente lo azaroso y repetitivo del proceso, nociones que asocio con lo computarizado. En cualquier caso, Reverse OCR deja en evidencia que, desde que se habla de la “lectura” de la máquina, lo legible no es ya un criterio que incumbe solamente a la inteligencia humana, pues la ejecución de tareas automatizadas que creemos comprender –y de cuya lectura correcta interior dependemos ampliamente– implica procesos de decodificación y codificación que no entran en nuestro entendimiento.

 

La noción de legibilidad dentro del régimen de lo (de)codificable se relaciona estrechamente con la capacidad de decodificar ciertos lenguajes. De hecho, la noción de significado en el marco de lo legible también puede ser ampliada para englobar la “experiencia” de las máquinas: un script de Python, por ejemplo, está escrito con caracteres alfabéticos que los humanos podemos leer; sin embargo, la lectura óptica que hace una persona de ese script no arroja el mismo significado que la del programa, cuya lectura exitosa se manifiesta en llevar a cabo un comando. Incluso puede que un programador entienda lo que el script está diseñado para lograr, pero su lectura no puede acceder a la “sustancia” de ese texto en particular.

 

El asunto de la ilegibilidad en el contexto de lo computarizado puede complicarse aún más. Para empezar, se podría decir que existe una resonancia entre el imperativo de transparencia semántica de la Ilustración y lo que constituye un código “elegante” en programación: precisión, claridad, ausencia de “ornamentos” o elementos adicionales que obstaculicen la ejecución efectiva de la tarea. Entonces, cuando la letra y la materia están separadas en la escritura alfabética, y mientras que en los lenguajes visuales prehispánicos el signo era inseparable de su materialidad, en los lenguajes computarizados el signo está anudado con la ejecución. Una equivocación dentro del código lo vuelve ilegible para la máquina, lo cual resulta en que la tarea no pueda ser realizada: es una falla esencial del lenguaje. Sin embargo, en los márgenes y áreas grises de la falla, en las lecturas a medias y ejecuciones defectuosas, nuestros ojos han aprendido a lidiar con y leer el error, e incluso a convertirlo en un recurso expresivo.

 

La expresión a través del error

En esta segunda sección, me centraré en las expresiones ilegibles de la tecnología, específicamente aquellas que, o no son del todo comprensibles para la inteligencia humana, o al menos son resignificadas por ella o por la máquina. El error de lectura digital es impráctico, pero tropezar con uno, expresado a través de una interfaz, es descubrir una pequeña subversión de un proceso que esperábamos fuera efectivo, pues ¿no es ese el propósito de la automatización? Y en eso precisamente radica la fascinación que genera.

 

En su artículo “Aesthetics of the Error: Media Art, the Machine, the Unforeseen, and the Errant”, el profesor de la Universidad de Glasgow Tim Barker afirma que la condición que marca la era postdigital es la condición para el error: “En la condición en que los sistemas maquínicos buscan lo imprevisto y lo emergente, también existe la posibilidad de que el error imprevisto surja. Esta condición puede ser vista en la tradición de los artistas que utilizan el error… como una herramienta creativa”. En entrevista con el blog ecologies of intimacy, la artista digital Miyó van Stenis reflexiona sobre las prácticas que aprovechan esa “condición para el error” técnico para producir arte: “Desde una posición filosófica creo que el error o el glitch es el punto de encuentro más claro entre máquinas y tecnología. La tecnología refleja el hecho de que los humanos queremos crear perfección… algo que siempre esperamos funcione de forma satisfactoria. Si Nietzsche y Hakim Bey cuestionaron la necesidad de Dios, ¿por qué no podemos jugar a destruir el orgulloso hijo del ser humano, la extensión de nuestros sentidos, y que irónicamente nos controla? Esta relación glitcheada es una dialéctica perfecta, ver belleza cuando todo falla”. En definitiva, el error técnico puede ser un recurso expresivo, y muchos artistas digitales emplean lo ilegible y lo defectuoso para crear un discurso.

 

ELIZA es un chatterbot escrito por Joseph Weizenbaum entre 1964 y 1966. Podía correr un script llamado DOCTOR, a través del cual simulaba ser una psicoterapeuta, utilizando un primitivo procesamiento de lenguaje natural y un corto repertorio de respuestas para interactuar con su “paciente humano”. Si llegaba a agotar su repertorio, ELIZA simplemente recurría a una respuesta genérica: por ejemplo, si el usuario decía “Me duele la cabeza”, ELIZA respondía “¿Por qué dices que te duele la cabeza?” Es un popular caso de estudio no sólo por ser uno de los primeros de estos bots, sino porque, a pesar de que los usuarios sabían que se trataba de un programa, no podían evitar relacionarse con ella como si fuese una terapeuta real.

 

El artista Daniel Temkin escribió el lenguaje de programación Entropy en 2010. En sus propias palabras, quería responder a cómo la programación refuerza hábitos compulsivos, y creó un lenguaje en el cual la data decae progresivamente, lo cual obliga al programador a abandonar la precisión y el control a medida que cunde el desorden. Posteriormente, Temkin decidió reescribir ELIZA utilizando Entropy, pero manteniendo su lógica y la austeridad de sus expresiones intactas.

 

Abajo una captura de pantalla de una breve conversación con el programa resultante, Drunk Eliza (o ELIZA Ebria):

TEMKIN

 

Drunk Eliza arroja las mismas respuestas lacónicas de la Eliza original, pero comete “errores” de tipeo que crean la ilusión de que conversamos con alguien bajo efectos del alcohol. Inclusive sus equivocaciones tienen sentido dentro del esquema QWERTY (es decir, las letras erradas no están tan distantes de las correctas). A medida de que la conversación con esta ELIZA progresa, su escritura se vuelve cada vez más errática, hasta el punto en que se hace difícil entender el sentido de sus oraciones.

 

Drunk Eliza utiliza un lenguaje programado para alcanzar la ilegibilidad. Si bien su ejecución es correcta, su fin último es generar una lectura cada vez más opaca para el usuario (hasta que, de hecho, el bot colapsa). De esta manera, Temkin subvierte nuestras expectativas del lenguaje de programación de un chatterbot –generar o mantener una conversación, no complicarla– y, al mismo tiempo, humaniza el error de ELIZA de forma inesperada, pues si bien aún debatimos si las máquinas pueden pensar o aprender, no es común discutir si se pueden emborrachar. Drunk Eliza lee y decodifica nuestros enunciados apropiadamente, pero en su estado de ebriedad le es difícil codificar respuestas apropiadas.

 

Aunque no se relaciona directamente con la escritura o lectura de texto, quiero detenerme en el glitch porque las prácticas de glitch art constituyen un campo prolífico para detallar el uso del error técnico como recurso expresivo. En términos generales, el glitch computacional es un error de funcionamiento menor; no imposibilita el uso del dispositivo o del programa, pero obstaculiza su éxito. A pesar de que no se manifiesta necesariamente de manera visual, es común asociar la palabra glitch con los glitches gráficos, que usualmente aparecen como líneas aberrantes, apilamiento de caracteres, corrupción de colores, congelamiento de imagen, texturas deformes, y todo otro elemento que distorsione la imagen en algún grado.

 

Glitch en pantalla de cine. Crédito: Juan Manuel Acosta
Glitch en pantalla de cine. Crédito: Juan Manuel Acosta.
Glitch en búsqueda de apartamentos. Crédito: esús Torrivilla
Glitch en búsqueda de apartamentos. Crédito: Jesús Torrivilla.
Glitch en cámara Blackberry. Crédito: Alissa Lovera
Glitch en cámara Blackberry. Crédito: Alissa Lovera.

El glitch art consiste en emplear esa estética del error gráfico digital como un recurso expresivo, a través de la corrupción intencional de un archivo. Si la corrupción de la imagen digital es una técnica artística, cada glitch artist construye su propio discurso a través de ella. Sin embargo, también cabe considerar que esta técnica se inscribe en la corrupción/intervención de un universo simbólico que trasciende discursos individuales: el código como lenguaje, la interfaz como medio y ámbito de lectura. En su artículo “GLî†CHÉD IN †RAN$LA†ION: Rèading †ex† and Codè as a Plaÿ of $pacés”, Matt Applegate, profesor de Digital Humanities en Molloy College, afirma que “la representación visual del glitch art es simultáneamente la ambiguación y la desambiguación de la operación continua del código. Es decir, el funcionamiento del código se ve simultáneamente ofuscado y evidenciado en donde el glitch se hace visible, sometiendo tanto la visualización como la ofuscación de sus funciones a ser interpretados como procesos estéticos.” Similar a cómo Reverse OCR manifiesta la “lectura” (y escritura) de un programa, el glitch expresa esos mismos procesos desde su condición para el error; la diferencia radica en que, mientras cada dibujo de Reverse OCR es una tarea bien ejecutada, cada glitch es una escritura/lectura fallida. Por lo tanto, el glitch art echa mano de una poética del error, que a su vez implica una ilegibilidad bidireccional: dentro de la máquina –lo que produce el glitch– y, en el caso del glitch gráfico, en la pantalla. Al considerar el glitch art como una práctica con una serie de estrategias y técnicas para generar el error a propósito (incluyendo la creación de software especializado), podemos hablar de la ilegibilidad como un discurso subyacente al discurso individual del artista.

 

Nostalgia de Corina Lipavsky (2014)
Nostalgia de Corina Lipavsky (2014).
Imagen de Rosa Menkman
Imagen de Rosa Menkman.
Imagen de Michael Betancourt (2016)
Imagen de Michael Betancourt (2016).

DESK + DESKTOP (2011) DE MIYÖ VAN STENIS.

 

La posibilidad de lo anudado y los nudos por hacer

Lo ilegible es una definición profunda, igualmente cultural que íntima, amplia y a la vez complicada, aplicable a texto, imagen, código, ruido, abstracta pero manifiesta. Posee un estigma: nos aleja del conocimiento, genera errores, obstaculiza la ejecución de una tarea. Ahora bien, lo ilegible no interesa solamente en la medida que puede o no ser descifrado. Con frecuencia interactuamos con ello, y la intención de este ensayo ha sido demostrar que, de hecho, no nos es tan extraño. Tal vez resulte productivo renunciar al –muy humano– impulso que lleva a buscar mitigar la ansiedad frente a lo ilegible, y aceptar la posibilidad de signos a medias, inestables, incluso corruptos. Lo ilegible ofrece amplias posibilidades de lectura y creación en la medida en que no está restringido por una significación absoluta y transparente. De lo contrario, ¿Qué podríamos decir sobre el glitch art, con su desinterés en resolver el error? Puede que, para los estándares del conocimiento occidental, la “oscuridad” semántica traicione la razón y la eficiencia, pero resuena donde la razón no aplica, donde no todo es transparente. No se trata de quebrar normas expresivas solo por hacerlo (aunque ello podría ser una estrategia creativa válida), sino de abordar la ilegibilidad como un discurso posible. En palabras de la poeta, geóloga y crítica Lisa Radon: “Existe la red lógica y analítica de conexiones, sí. Pero también existen los extraños contactos, la conexión entre lo que no se conecta histórica o lógicamente, y esa es la promesa del poema, la promesa de hipervínculos errantes y cruzados…”

 

En lo ilegible, el signo está anudado consigo mismo y las impresiones, emociones y conexiones a las que invita. A la vez, la poética de la ilegibilidad radica en la distancia semántica entre signo y comprensión. Es en el desentrañar de ese nudo que se da pie a significados que se sienten.

 

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Referencias

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