Logos Meme

¿Cómo es Jaimito? Cuando estaba pequeño e iba al colegio, me preguntaba constantemente cómo era Jaimito. Escuchaba sobre sus aventuras y desventuras a diario. En mi salón, en el recreo, e inclusive en boca de otros estudiantes mayores. Solo existía alguien más que vivía, asimismo, tales situaciones humorísticamente increíbles: Manolo. Pero Manolo estaba situado geográficamente, siempre acompañado de su existencia gallega. ¿Cómo era Jaimito? ¿era blanco como María Joaquina o negrito como Cirilo?

 

Por un momento, Jaimito encarnaba al humor del venezolano, una voz que muchos tomaban manteniendo una distancia prudencial. Jaimito desobedecía al lenguaje, la moral y las reglas “de los adultos”; quien lo evocaba oralmente fungía como cómplice en la transgresión, nunca como protagonista. Pero con la llegada del nuevo siglo, la imagen tomó un papel central en la constitución de la vida cotidiana, y la función humorística-transgresora que cumplía Jaimito consiguió otra presentación –una más adecuada al incremento de los dispositivos electrónicos portátiles–: el meme. La proliferación de imágenes en la actualidad suscita la cuestión en torno a la interpretación: nos vemos arrollados por una avalancha en que cada imagen busca constituirse como la parte real del acontecer total.

 

Desde la fachada del humor, el meme permite expresar una opinión de manera aparentemente segura. A través del chiste es posible acceder a la razón, al deber y a la proyección; mientras el interés principal es provocar la risa, con ella viaja información valiosa tanto de quien lo comparte, de quienes los crean y del mundo que todos habitamos. Desde esta posición, el meme es un instrumento mediante el cual se le otorga sentido al acontecer: es una imagen que nos interpela y que se nutre principalmente de lo popularmente conocido.

 

Un aspecto fundamental del meme es su cualidad contextual. El meme expresa la multidimensionalidad de los actos comunicativos; si bien para algunos es un artefacto, es uno con el cual nos conectamos constantemente con la otredad, con la infinitud de las posibilidades. En la infinitud es posible obtener reconocimiento: a veces compartimos memes porque en ellos vemos representada alguna parte de nuestra vida y la respuesta de la audiencia a ese contenido compartido teje un nosotros –un no estoy solo en el tránsito por la existencia. El meme no sólo es risas inmediatas: aprendemos y aprehendemos al mundo en su constante fluir.

 

Composición “clásica”. Imagen y el nosotros a través del sufrimiento.
Composición “clásica”. Imagen y el nosotros a través del sufrimiento.

El meme parte de una narrativa particular, así como de un contexto histórico, sin perder su potencia interpretativa. Un contenido generado en Japón puede ser reconfigurado para apuntar a otra dirección en Suramérica (el caso del meme “Vamo a calmarno” constituido desde un personaje de la serie Pokemon). La potencia metafórica de la imagen permite su incesante recomposición. Un meme no requiere gran esfuerzo técnico para su realización, lo que evidencia su poder frente a otras formas comunicativas actuales; tanto los insumos para su creación como su distribución se encuentran en la red. Cada meme es un screenshot cultural –uno que, como las historias de Snapchat, está condenado a desaparecer a la brevedad en el infinito de las historias digitales.

 

El meme es la moneda de cambio actual en las transacciones conversacionales del siglo XXI, ubicándose entre el texto y la cultura avasallante del emoticon. Hay un meme para cada ocasión, desde los más especializados en su contenido como los más populares por su cualidad viral. Oscilando entre ambos extremos, la palabra escrita pierde la supremacía en el constante intercambio de información cotidiana. El mundo actual demanda rapidez, y el meme consigue cumplir eficazmente la función comunicativa por su versatilidad. Un “¿Cómo amaneciste?” puede responderse sin una letra de por medio.

 

Composición que muestra la apropiación que ejerce el lenguaje y su relación con el mundo.
Composición que muestra la apropiación que ejerce el lenguaje y su relación con el mundo.

Es preciso señalar cómo, con el meme, la interpretación adquiere una dimensión activa. Desde su creación, el meme acontece más allá de una mera contemplación; al existir transforma el mundo, creando un nexo común con la audiencia que lo recibe y lo comparte (el poder transformativo del meme puede percibirse con mayor claridad en ciertas investigaciones periodísticas sobre el tema, véanse artículos de The Guardian o The New York Times). En el caso venezolano, el psiquiatra Ángel Riera sitúa y define el meme dentro del contexto de la “guerra de sexta generación”, concibe la replicación y viralización como una deformación de la realidad. Desde esta posición, el meme es reducido a un médium más para la guerra, una herramienta que existe para crear confusión y descrédito con fines casi exclusivamente políticos-estatales. Al convertirse en un medio para la difamación y la mentira, el Estado supuestamente debe adoptar una postura protectora, lo que conduce a formular regulaciones para este tipo de “contenidos”.

 

Composición que “desacredita” al presidente Maduro a partir del discurso pretoriano del gobierno venezolano actual.
Composición que “desacredita” al presidente Maduro a partir del discurso pretoriano del gobierno venezolano actual.

 

Composición que “desprestigia” al presidente Trump, fundamentada en sus expresiones en campaña.
Composición que “desprestigia” al presidente estadounidense Trump, fundamentada en sus expresiones en campaña.

Otras investigaciones determinan el meme en una faceta más individual, funcional. El meme sirve como fachada para hacer pública una serie de trastornos mentales –los cuales, coincidencialmente, evocan las ruinas del sueño moderno. Esta postura entiende el humor en una relación con el nihilismo: el meme es la voz de la juventud desencantada. Desde la orilla patológica, lo que es conocido en la red como shitposting expresa cómo el meme se convierte en el alfabeto emocional de muchos usuarios, quienes de tanto andar a caballo han olvidado cómo andar a pie: socialmente, comparten su incapacidad para relacionarse con la otredad, pero revelan partes valiosas e íntimas de su sí mismo que no compartirían en una relación cara a cara.

 

Ambas posiciones descritas arriba constituyen tematizaciones que circunscriben el meme como un problema social. Aquí, justamente, regresamos a Jaimito, el transgresor de la juventud del siglo XX. El humor de Jaimito amplifica un asunto moral, así como una dimensión social que usualmente no quiere ser atendida. Jaimito formula un problema, que desde una postura “seria” tomaría quizás no solo más tiempo para su formación argumental y su presentación formal, sino también en su aprehensión por parte de la audiencia. Jaimito, cual Apolo, dispara certeramente sus flechas. Esperando la risa casual podemos descubrir fragmentos de un mundo común que no conseguía un pronunciamiento tan eficaz.

 

Uno de los resultados del quiz “¿Cuál meme existencialista eres?" en la plataforma web Buzzfeed.
Uno de los resultados de la encuesta “¿Cuál meme existencialista eres?» en Buzzfeed.

Jaimito ilumina fragmentos de la sociedad que permanecen constantemente en la oscuridad. En esta medida, su actualización, el meme, expresa su peligrosidad. Al suscitar la risa expresamos, con ella, una valoración moral, muchas veces sin consentimiento plenamente racional. La risa nos deja desnudos y vulnerables, arroja más información de la que tal vez queríamos compartir. La desnudez moral implica la superficialidad en la cual muchos viven su vida. El temor al meme acontece en tal supuesto: algunos denigran la cultura del meme como una “cultura juvenil” porque asumen la seriedad como una parte esencial de la adultez, y los adultos se ríen solo de cosas moralmente aceptables.

 

Es también notable la necesidad de asignarle una única dimensión al tema del meme en investigaciones periodísticas. Tanto la dimensión originaria –la mirada arqueológica al primer meme– como la dimensión funcional –la que estipula que existen para un amo / comunidad– manifiestan el temor a la diversidad propia del artefacto. La metáfora, antigua enemiga de la verdad, encuentra en el meme un poderoso aliado. Heidegger mencionaba cómo la existencia auténtica era la del poeta, quien no se conformaba con la unidimensionalidad en manos de la lógica proposicional. El meme es un constante re-enmarcamiento de la existencia, un encuadre inesperado y, algunas veces, justo.

 

La rana "Pepe", el símbolo del desencanto y el odio en Norteamérica.
La rana «Pepe», el símbolo del desencanto y el odio en Norteamérica.

De tal manera, el meme puede concebirse más cercano a la posibilidad de la forma que a la determinación exclusiva del contenido. El meme es un logos del siglo XXI, comprendiendo al logos como lenguaje, más allá de su faceta de la razón moderna. Como lenguaje es multimodal, no se circunscribe exclusivamente a la dimensión política o psicológica. Es más que un artefacto; si bien es instrumentalizado no es una cosa en sí, expresa la infinitud del sentido que se teje desde la condición humana. Creamos y recreamos al mundo a través del logos meme, lo re-encantamos y lo extendemos desde lo popular. La cosificación del meme responde a la conciencia verificativa o epistémica hegemónica. Todo meme transmite información; no obstante, su cualidad de logos lo acerca más a la posición del des-cubrimiento. A través de su uso nos encontramos con la verdad, nos comprendemos desde nuevas aproximaciones a lo cotidiano. Su eficacia narrativa, muchas veces sin ningún tipo de filtro institucional, nos notifica sobre el estado actual de las cosas, invitándonos a explorar y mantener una posición activa en el acontecer. El logos meme posee la potencia imaginaria como es propuesta por Castoriadis en su trabajo en torno imaginario social: por un lado, existe materialmente como imagen, por el otro, su carácter es radical, expresa la discontinuidad propia de la existencia. Dicho en otras palabras, imaginamos radicalmente en el logos meme.

 


Sobre el autor:
 
Erly Ruiz es muy académico para lo cotidiano, muy cotidiano para lo académico. Es sociólogo (2008) y profesor en el Departamento de Teoría Social de la Escuela de Sociología de la Universidad Central de Venezuela. Lidera el proyecto musical Dolli.

Compartir