Reflexiones sobre Mona Hatoum

Reflexiones sobre Mona Hatoum 1
© Mona Hatoum | © Centre Pompidou 2015

No me gustan las entrevistas. Con frecuencia me hacen la misma pregunta: ¿Qué en tu trabajo viene de tu propia cultura? Como si tuviera una receta y pudiera en verdad aislar el ingrediente árabe, el ingrediente mujer, el ingrediente palestino. Con frecuencia la gente espera definiciones ordenadas de la otredad, como si la identidad fuera algo fijo y fácilmente definible. Como una ‘Palestina’, una ‘Árabe’, una ‘Mujer’. (1)

 

Mucha de la crítica y el análisis en cada campo indefectiblemente indaga y busca “entender” en un nivel personalizado, convencidos de que debe haber un motivo racional, un ‘porqué’ para explicar cualquier acto, sea éste terrorismo, arte o astrofísica. Siendo que uno sea exitoso, claro. Porque la existencia del día a día, incluso en condiciones extremas, significa anonimato a los ojos de quien la mira. Las mujeres palestinas/kurdas/afganas en zonas de guerra, que diariamente posibilitan la supervivencia de sus familias cocinando y canturreando nanas, nunca son consideradas, mucho menos recordadas. Las víctimas, especialmente en el mundo no-occidental, son rara vez nombradas. Hay una diferencia abismal entre las urnas de soldados norteamericanos que fueron traídas a casa individualmente desde Irak y Afganistán y a las que se les dio una despedida televisada, mientras los destrozos remanentes de sus operaciones militares, etiquetados como Daño Colateral, son barridos en conjunto para el duelo único de sus familiares.

 

El valor asignado a la otredad es una variable y esto es lo que quisiera considerar aquí, mirando el trabajo de Mona Hatoum, cuya retrospectiva se exhibe actualmente en el centro Pompidou en París (hasta el 28 de septiembre de 2015); me gustaría sugerir que es la suma de sus múltiples identidades (reales o imaginadas) lo que confiere el sesgo político a su trabajo y le permite ser más que, digamos, una ilustración bien intencionada de un drama tenue y distante, y/o de una dolorosa identidad de género. Como hubiese sido una ofrenda comparable por un artista (hombre) norteamericano observando el mundo compungidamente desde su laptop en Kansas.

 

Una artista femenina de su tiempo

Muchos de los trabajos más tempranos de Hatoum han sido producto de su tiempo, completos con las sutilezas del entonces inconsciente recurrir al Conceptualismo que hizo tan divertido ser artistas –reales o aspirantes a– en aquellos días. Jardin Public (1993), la silla de parque clásica francesa con un triángulo de vello púbico, es un caso entretenido de este punto. Otros trabajos se refieren a lo que entonces se consideraba parte de la experiencia femenina clásica y que ella voltea con singular violencia, tales como las instalaciones acerca del ambiente doméstico (Home 1999) y especialmente los implementos de cocina que transforma en objetos amenazadores a escala real. Por ejemplo, el rallador de queso y vegetales (del tipo que tu abuela aún conserva) convertido en separador de ambientes (Grater Divide 2002) o Daybed (2009), basados en un implemento similar de proporciones gigantescas. La domesticidad hecha monstruosa, algo que también han considerado otras artistas de su generación –tales como Annette Messager, Marina Abramovic o Judy Chicago (y muchas más). Eso y el sangrante, palpitante cuerpo femenino. Como si el arte producido por mujeres de movimientos feministas, de la segunda generación feminista, necesitara ritualmente cuestionar los prejuicios de género socialmente definidos para permitir a la siguiente generación de artistas femeninas hablar de otra cosa. Mis disculpas por una afirmación tan esencialista, políticamente incorrecta pero, al parecer, no del todo falsa…

 

Artistas femeninas en zonas de conflicto

A pesar de las muchas y repetidas (y justificadas) veces que Hatoum ha dicho que se niega a ser reducida a su origen árabe, ha sido imposible desviar su mirada del Medio Oriente y esto la ha conducido a algunos de sus trabajos más interesantes. Al final, cuando las últimas fotografías de Gaza se hayan desvanecido y todos esos videos se hayan reducido a cenizas (mezcladas con nuestra indiferencia), lo que quedará serán estos trabajos que muestran el crudo horror del cautiverio en todos los sentidos. Este es un tema que atraviesa su trabajo –presente en Light Sentence (1992), Cube (2006), Cellules (2012), estructuras metálicas como jaulas de las que no hay escapatoria posible. La pesadilla de Kafka. Tales obras sobrevivirán para contar la historia de prisioneros anónimos, la tortura y la locura de la guerra: el minimalismo brutal del espacio metálico y constreñido será siempre más elocuente que las representaciones gráficas. Sin embargo estas formidables creaciones no proceden (hasta donde sé) de la experiencia directa, puesto que Hatoum ha vivido en Londres desde 1975, sino que parecen ser (lo siento, Mona) un producto de su herencia e identidad que está reaccionando a la situación palestina. Esto es, a sus propios orígenes palestinos, transmutados por la experiencia del arte de finales del siglo XX, no obstante una proeza alquímica por sí misma.

 

El trabajo político de Hatoum me recuerda aquí a la colombiana Doris Salcedo. El admirable trabajo de Salcedo va más allá, a alturas que Hatoum podría haber alcanzado si hubiera regresado al Medio Oriente en vez de a Londres, confrontando la violencia del conflicto directamente.

 

Con Salcedo no hay tapujos. Contemplemos, por ejemplo, su casi insoportable Flor de Piel (2012), hecha con cientos de pétalos de rosa suturados, como homenaje a una enfermera colombiana que fue horrorosamente torturada hasta la muerte. Es interesante compararla con la anterior Keffieh (1993) de Hatoum, el pañuelo palestino masculino hecho aquí con largas hebras de pelo femenino tejidas en un patrón característico. Ambas artistas (misma generación) han representado a su modo la centralidad del lugar de las mujeres en conflictos armados.

 

Los Hanging Gardens (2008-10) de Hatoum, hechos de bolsas de arena con brotes de grama, hacen eco en mi mente con la contundente instalación de Salcedo Plegaria Muda (2011), una habitación llena de mesas dispuestas cara a cara, del tamaño de ataúdes, donde ha empezado a crecer grama en una capa de tierra entre ellas. Esto fue realizado como respuesta a las víctimas de la violencia pandillera en Los Ángeles y Colombia, y también como una declaración acerca del anonimato inducido de las víctimas de guerras urbanas, un tema recurrente en su trabajo. En ambos casos, la vida traspasa los escombros de la guerra en forma de manojitos salvajes de grama viva.

 

Hatoum, desde su puerto seguro en Londres, puede tomar decisiones que Salcedo en Bogotá tal vez no pueda hacer. Pareciera ser prácticamente imposible apagar la violencia del ambiente en Colombia, lo cual hace un trabajo tan politizado mucho más vital. Tal vez Salcedo podría animar a Hatoum a pasar algunos meses en el campo palestino de Chatila, situado justo en el centro de Beirut; siento que eso podría darle esa dimensión extra forjada en la experiencia real que la llevaría de ser una buena artista a una verdaderamente grandiosa… Pero este es mi yo militante hablando y me temo que la Sra. Hatoum podría no estar de acuerdo…

 

(1) Janine Antoni: Mona Hatoum, Bomb. Artists in Conversation: http://bombmagazine.org/article/2130/mona-hatoum, Spring 1998.

 


 

Sobre la autora:

Carol Mann es una historiadora de arte y socióloga que lleva una ONG llamada Women in War (Mujeres en Guerra). Tienen una sección acerca de arte feminista producido dentro de zonas en conflicto: http://womeninwar.org/wordpress/project-list/feminist-art/. Una de sus muchas ambiciones es curar una exhibición de arte que muestre las obras de mujeres que trabajan sobre el conflicto armado.

 

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