Eclipsar el debate mediático, torcer la opinión pública y abrir las puertas de lo inadmisible usando la palabra crítica es un logro alcanzado por muy pocos artistas. Alejandro Otero, a lo largo de su recorrido por el enigmático territorio del arte, goza de dicho prestigio experimentando la reflexión crítica como parte de su proceso creador.

 

Su afinidad por la teoría se revela por primera vez en las páginas de El Nacional en 1957 con la polémica sobre arte abstracto y desde entonces sus ensayos nos acompañan con vuelo lúcido. Alejandro Otero ocupó su atención en reflexionar en torno a la obra de Reverón, Cézanne, Soto, Picasso, Monsanto, Marcos Castillo, el expresionismo alemán, la escultura británica, Josef Albers, Mercedes Pardo o Cristóbal Rojas; ensayos versátiles y retadores como la misma obra de Otero. Juan Carlos Palenzuela asegura que «hacia el final de su existencia, [Otero] manifestó su afán en reunir en un solo libro sus textos de prensa». [1]

 

Llegado el año 1990, este deseo se hace realidad. El Fondo Editorial del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas decide compilar y publicar una selección de sus obras escriturarias bajo el título El territorio del arte es enigmático, motivados por la idea de hacer un libro capaz de dialogar con los jóvenes y condensar el aparato teórico del artista. El resultado es un objeto de culto que pone en jaque a todos los teóricos –Marta Traba, Juan Calzadilla o Carlos Contramaestre– esforzados en reconocer el arte abstracto como «un magnífico fuego de artificio». [2]

 

 

Según la escuela de Traba, el arte abstracto utiliza la teoría como herramienta para  adquirir densidad y resolver los problemas de “contrasentido”. Alejandro Otero, al asumir el rol de teórico, expande la lectura en torno al abstraccionismo, incluyendo la experiencia de vida y el contexto social encargados de llenar de «significación las formas»:

Cuando decimos “encarnar significaciones” tenemos que pensar en un largo camino ligado a la experiencia, a todo lo que el artista en el curso del tiempo que vive “procesa”: retiene, clarifica, madura sustancialmente en su contacto con el mundo real. Allí está el trasfondo de los contenidos que no son sino las razones profundas en que se apoya el arte, el material que expresa.[3]

 

 (  Clarificación  )

 

Alejandro Otero es heredero de la realidad platónica expresada en el mito de las cavernas, un convencido de que el mundo de la imagen enmascara una esencia profunda alcanzable a través de la reflexión y el dominio técnico.

El artista, el creador, es un andariego, un caminante que pareciera moverse de espaldas a las cosas, como si no las viera. Lo cierto es que no las ve. Puede tener la sensación de que las posee, pero es una posesión ilusoria. El trabajo del verdadero creador se realiza a ciegas.[4]

Cónsono con esta visión, su credo respecto al arte abstracto establece que «el tema del arte abstracto es la vida, pero la vida como totalidad, no reducida a su anécdota ni a su alegoría, ni siquiera a su símbolo» (p.64) Así, el artista debe poseer la capacidad de comprender la vitalidad en toda su extensión, rechazar su signo convencional, generando una gramática ritual para expresarla.

 

Recorrer las páginas de El territorio del arte es enigmático es toparse una y otra vez con la idea del creador como clarificador; una suerte de alquimista encargado de decantar y pulir el opaco magma de lo real hasta transformarlo en transparente cristal a través del cual se pueda reconocer el tiempo, el mundo y sus fuerzas naturales. Es por esto que asegura:

Mi obra es el medio que tengo a mi alcance para clarificar mi situación en el mundo, mi reflexión sobre él, al mismo tiempo que mi participación en él y la celebración de lo que en definitiva imagino y comprendo de él[5]

 

Mala pintura

 

Todo gran hacedor se forja a partir de un criterio de selección y debe necesariamente reconocer antónimos del modo de creación que materializa y defiende. Otero no es la excepción, en sus ensayos aborda el tema de la “mala pintura” y afirma que «la idea de reflexión es inherente a la buena pintura; como la ceguera conceptual, la simpleza, lo sería de la pintura mediocre». En este marco de reflexión, se entiende el profundo desdén que causan en el artista experiencias como el hiperrealismo, el surrealismo o el arte ingenuo. Todas estas corrientes «siguen anclando sus obras en el prestigio de la imagen, aunque en ello no esté la esencial importancia que las sostiene» (p.44).[6]

 

A este proceso de confusión guiado por obras persuasivamente obstinadas en romper lazos con la crítica y el pensamiento en función de abandonar toda reflexión, Alejandro Otero lo denomina “el estallido”; implosión que podríamos encontrar en la obra de los cuatro «monstruos cardinales»: Bacon, Dubuffet, Cuevas y De Kooning, acompañados por Jacobo Borges, Carlos Contramaestre y Régulo Pérez.

Para no salirnos del círculo de la pintura, están entrando en ella todas las banalidades, las invenciones más descabelladas y superficiales, o las combinaciones de éstas. Todo esto ha traído como consecuencia la aparición de una pesadilla visual donde cabe lo inimaginable: los pintores parecieran haberse dedicado a expresar lo imposible, es como una ebriedad, como un “delirio” sin dirección ni frontera, que lo ha invadido todo(…) Lo que sorprende es que el terreno del arte pareciera haber sido elegido como el medio apropiado para que germinara en él (solamente en él) ese estado de descomposición

 

Para Otero, la nueva figuración es una táctica de enunciación que busca presentar un signo enfermo y descompuesto, un magnífico fuego de figuras, imposibilitado para expresar la realidad profunda de las cosas.

 

El territorio del arte es enigmático

 

Digitalizar y hacer disponible de forma gratuita este libro nace como impulso de la sinceridad que transmite su lectura. El territorio del arte es enigmático es una fuente primaria de la teorización del arte abstracto en Venezuela, que permite además el gesto íntimo de acompañar a Alejandro Otero en una visita a El Castillete y compartir anécdotas con Reverón, descubrir la epifanía que lo mantuvo eternamente atado a la pintura, o dibujar la frontera entre arte y diseño: «Algo que diferencia una forma “diseñada” de una forma tradicionalmente creada es que aquella casi podría tomarse como de origen “divino”, mientras que ésta es de procedencia inequívocamente individual o humana».

 

En profundo agradecimiento por el legado teórico de Alejandro Otero a los seres humanos, presentamos entonces esta modesta versión digital de El territorio del arte es enigmático, texto formal que «deriva de lo que contribuye a expresar y expresa en su más alta y estricta especificidad» los  caminos transitados y a transitar por el arte.

 

Descarga el PDF: El territorio del arte es enigmático. Alejandro Otero. Fondo editorial Museo de Arte Contemporáneo Sofía Imber, 1991. [Cortesía de TEXTVRA.NET]

 

cover

 

Referencias

[1] Juan Carlos Palenzuela. (1997). El mirón insistente. Caracas: Grupo editorial Ballgrub.

[2] Marta Traba. (1965). Los cuatro monstruos cardinales. México: Era.

[3] Alejandro Otero. (1990). El territorio del arte es enigmático. Venezuela: Fondo Editorial Museo de Arte Contemporáneo de Caracas Sofía Ímber.

[4] Ibíd.

[5] Ibíd.

[6] Ibíd.

 


 

Acerca del autor:
Nicolás Gerardi (1989) es un visualista que desarrolla proyectos mutantes entre la curaduría, el cinema live, la escritura y la creación digital. Actualmente lleva junto a María Isabel Acosta Alfaro el blog TEXTVRA.NET se dedica a incentivar el ritmo caraqueño desde buscatuespacio.com.ve y cultivar la memoria a través de investigaciones salvajes.
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