Entregas: Visita a la Casona Ibarra

En uno de esos puntos huidizos del campus de la Universidad Central de Venezuela se halla la Casona Ibarra, un tesoro colonial que durante los cuarenta sirvió de base de operaciones a Carlos Raúl Villanueva. Desde allí dirigió la construcción de la Ciudad Universitaria que la Unesco declararía en el año 2000 Patrimonio Mundial de la Humanidad. Hoy, la Casona es sede de la Fundación Villanueva y en ella se resguardan cientos de planos, bocetos y documentos diversos del ilustre arquitecto y su proyecto. Una visita a este extenso y estimulante archivo era, sin duda, ineludible en la programación del seminario “Micropolíticas de creación, archivo y las ciudades del porvenir”, dictado por Camila Pulgar Machado con Backroom como invitado.

 

La visita iba guiada por una intención propuesta con antelación por la profesora: realizar un croquis que contuviera el punto de vista ciudadano, un constructo narrativo y creativo de los elementos que compusieron la experiencia subjetiva. Para ello, planteó dos nociones referenciales de Armando Silva:

1) Punto de vista ciudadano: «Por punto de vista ciudadano entiendo, precisamente, una serie de estrategias discursivas por medio de las cuales los ciudadanos narran las historias de su ciudad, aun cuando tales relatos pueden, igualmente, ser representados en imágenes visuales» … «Debo aclarar que entiendo por punto de vista una operación de mediación: aquella entre el cuadro o imagen y su observador real. El punto de vista, por esto, implica un ejercicio de visión, el captar un registro visual, pero también comprometer la mirada, esto es, al sujeto de emociones que se proyecta y se encuadra en lo que mira».
2) Croquis: «… opongo el mapa al croquis. Gráficamente un mapa puede dibujarse por una línea continua que señala el simulacro visual del objeto que se pretende representar: el mapa de Colombia, por ejemplo, rodeado de los países limítrofes, Venezuela, Panamá, Ecuador, Perú y Brasil. El croquis al contrario lo concibo punteado, ya que su destino es representar tan sólo límites evocativos o metafóricos, aquellos de un territorio que no admite puntos precisos de corte por su expresión de sentimiento colectivos o profunda subjetividad social».

 

A continuación, una selección de escenas narrativas.

Fotografías: Saúl Yuncoxar.

 

 

casona-ibarra-00-web

 

Croquis: La Casona Ibarra

por Valerie Weilheim

 

Una ausencia te funda.
Una ausencia te recoge.
Rafael Cadenas

 

El miércoles anterior a la visita a la Casona Ibarra leía sobre la noción de croquis de Silva y mis ansias por plantear uno propio crecían. Pensaba que mi entusiasmo se traduciría en fluidez a la hora de escribir sobre la experiencia. Quizás, el desconcierto al descubrir que mi visita terminaría ante una puerta cerrada generó otras clausuras internas que entorpecieron mi habilidad para plantearme un croquis. Hicieron falta dos semanas y un recital de poesía sobre Caracas para motivarme a escribir finalmente la experiencia. Sin embargo, durante ese período no dejé de pensar al respecto; leí croquis de mis compañeros y algunos textos sobre la ciudad, por lo que mi recuento de los hechos quedó atravesado por fragmentos ligados a distintos tiempos, convirtiéndolo en una narración más bien rizomática que busca articular un proceso de singularización en forma de texto.

 

«La historia, la única historia posible, somos nosotros, y la ciudad comienza y recomienza un martes cualquiera», plantea Cabrujas en su ensayo La ciudad escondida. No conocía la Casona Ibarra y me emocionaba expandir mis propios límites dentro de la Ciudad Universitaria. Ese jueves cualquiera el paseo comenzó a destiempo para mí, que vivo la ciudad en un constante apuro debido a mi admitida impuntualidad. Cabrujas decía que «todo intento de desplazamiento en Caracas no es sino el logro de un objetivo» y mi objetivo ese día era llegar al archivo de Villanueva. Me encuentro con mi compañera de tardanzas en el cafetín de Comunicación y le pregunto si sabe llegar; por suerte, ella había ido alguna vez e hizo el papel de guía durante un trecho que me pareció bastante corto. Luego de pasar la piscina (zona poco frecuentada, pero familiar) mi ánimo cambió: comencé a observar todo con miras a un croquis futuro. Lo primero que marcó el cambio fue la luz entre los árboles: ya no estaba en un espacio construido, pensando en función de ella. Los juegos de Villanueva parecían no haber tocado esta parte de la Ciudad Universitaria, donde la luz se filtraba apenas entre las ramas en un ambiente más bien virgen. Recuerdo haber comentado que sería un bello lugar para conversar, si no fuese porque es terrorífico pensar en la inseguridad de la zona.

 

Encontramos al grupo disperso, distribuido alrededor de la Casona y nos enteramos de que había un percance con la visita y no podríamos entrar todos. Intenté consolarme pensando que seguro volveríamos. Silva, hablando sobre la Ciudad Universitaria de Bogotá, propone un tipo de sendero que llama caminos fantasmas: «Cuando se asciende y se llega, el caminante se estrella con una pared donde antes existía una puerta de entrada». En mi imaginación, donde antes existía una puerta abierta al archivo de Villanueva, ahora había una pared: la traba de un proceso burocrático para pedir una cita. Me acerqué a escuchar las palabras de la profesora Camila; me distraía la fachada de la Casona a sus espaldas, donde alguien se había tomado el trabajo de enmarcar con pintura las grietas que recorren la casa para señalar que estaba en recuperación. “Habría que enmarcar así toda la Ciudad Universitaria, honestamente”, pensaba.

 

En pocos lugares de la ciudad me permito entregarme a la contemplación sosegada de los espacios que me rodean, pero la Universidad es el principal. Siempre resuenan en mí las palabras de Miguel Arroyo, que recuerdo en voz de la profesora María Fernanda Palacios: “Tienen que aprender a ver”. Alguna vez alguien, escuchándome hablar de la Universidad como “la razón para quedarme”, me dijo que no era sano apegarse tanto. Creo que Cabrujas expone con claridad de dónde surge ese apego cuando dice que la ciudad es, de cierta forma, un eterno regreso al futuro: «Algo que intuimos como un logro, como una certeza, como el sitio donde seremos capaces de reconocernos». Me parece que Villanueva tenía esto en mente cuando construyó la Ciudad Universitaria. La arqueología que propone Cabrujas supone encontrarse a sí mismo en el proceso de desenterrar la ciudad, noción que encuentro muy cercana a los planteamientos de Silva sobre el punto de vista ciudadano y al archivo propio que, como discutimos frente a la Casona, está atravesado también por aquellas cosas que aún no desenterramos.

 

El desencuentro con el archivo de Villanueva hizo eco en mí con la experiencia que había contado Marianela Díaz Cardozo sobre su primera aproximación a Airear la sala. Pensé nuevamente en Cabrujas a propósito de la ciudad: «Quién sabe si el centro de su enigma es esa imposibilidad que tenemos sus habitantes de conocerla». Desde estos vacíos en el archivo surgen inquietudes que motivan nuevos procesos maquínicos; los fragmentos ocultos, invisibles, de este también son potencia para la producción de territorios. Creo que la imposibilidad hizo manifiesto un fragmento antes inconsciente de mi propio archivo, precisamente, gracias al descubrimiento de una ausencia.

 

casona-ibarra-01-web

 

Bitácora: Recorrer mi memoria de la Ciudad Universitaria

por Beatriz Mójer

 

La tarde estaba intacta, sólo algunas nubes delineaban el cielo de aquel jueves. Salimos temprano de Francés, pero, a pesar de nuestra puntualidad, una fotocopia nos distrajo y tuvimos que precipitarnos al paso veloz del grupo. Mientras recorríamos apresurados el pasillo que une la Facultad con el imponente edificio de FACES, teníamos la sensación del desconocimiento. Sabíamos que íbamos a un destino cuya existencia dentro de los límites de la Ciudad Universitaria ni siquiera conocíamos. A lo lejos, atravesando torpemente el bosque de Tierra de Nadie, divisamos la clase. Iban a una velocidad ansiosa. Irrumpíamos la cotidianidad del resto, de la hora acostumbrada a los pasos silenciosos de quienes recorren los suelos de Villanueva. Seguíamos las huellas del grupo, como quien va en búsqueda de lo recóndito.

 

—¡Voy a adelantarme para no perderlos!— les dije ansiosamente a Laura y a Alex, mientras escuchaba sus pasos igual de ansiosos detrás de mí.

 

Recordé la última vez que había caminado por los espacios que rodean la piscina, hacía más de un año. Todo lo percibía desolado. Un espacio se transforma, no solo con el paso de tiempo, sino también con la mirada que lo contempla.

 

Una empinada colina nos condujo a la fachada de la Casona Ibarra a cambio de nuestro aliento. Una arquitectura diferente a la habitual se impuso en nuestra mirada. Las columnas del porche revelaban la antigüedad de la construcción. El amplio espacio para entrar a la casa evocaba un ambiente otrora empleado para la tertulia. La madera de las puertas y vigas del techo parecían resistirse al paso del tiempo. Unos andamios para sostener sus fracturas se encontraban a la izquierda. Observaba sorprendida una reliquia de la Universidad Central de Venezuela, rodeada de ausencia. Parecíamos ser los únicos que advertían su presencia en la Ciudad Universitaria. El resto de la clase comenzó a recorrer los alrededores, a mirar, detallar y construir croquis de la visita. Algunos se agruparon en la fachada y otros se acomodaron en la pequeña isla que bordeaba la zona; el resto se repartió en las escaleras de la entrada. Irrumpimos en el silencio de la Casa Grande con un toque de madera y un señor alto abrió la puerta.

 

casona-ibarra-05-web

 

Tuvimos suerte: fuimos el último grupo que consiguió entrar. El señor nos condujo a una sala desprovista de techo. Me distraje contemplando el moho que carcomía las paredes, cómo el tiempo arrasaba a paso lento la construcción. Intentaba imaginar la casa en el momento que fue construida, cómo habría sido el espacio que ahora pisábamos. El señor abrió solamente una puerta, antigua y de madera. En la sala, la arquitectura era distinta: dos o tres mesas grandes, varias cajas amontonadas, un techo de oficina. El olor a archivo era característico. Estábamos en lo que fuera la oficina de Carlos Rául Villanueva. El señor fue mostrándonos los contenidos de unas carpetas marrones: diseños de las lámparas del Clínico, hojas amarillas, dibujos de objetos que hoy podíamos palpar en la realidad, planos, bosquejos, trazos de lo que es hoy la Universidad.

 

No consideraba nada fortuito. Recorrer la memoria –creo– no se trata sólo de pasear por los archivos de lo vivido; es, también, conocer las huellas, el borrador de lo que se transformaría en un recuerdo nítido en la vida de un estudiante de la Central.

 

casona-ibarra-08-web

 

casona-ibarra-06-web

 

casona-ibarra-11-web

 

Croquis: Una visita desde ‘la ausencia posible’

por Jhon Sánchez

 

Al salir de la sesión inmediatamente posterior a la visita, aún estaba en blanco. ¿Por dónde podría empezar mi croquis? Había asistido a la visita guiada a la Casona Ibarra, pero no había entrado y, como resultado, tuve la sensación de que debía empezar a reconstruir el camino, no desde la realidad, sino en un sueño. Al comienzo, mi punto de llegada estaba definido; luego, ese mismo punto terminaría siendo un misterio. Antes de ver las fotografías del grupo que ingresó, apenas tenía una somera idea de las cosas que habían encontrado adentro los muchachos, y estas no llegaron sino un rato después, como una invitación que toca la puerta días después de que la fiesta se llevó a cabo. Pero estoy bien acostumbrado a trabajar desde la contingencia y me di cuenta de que este percance bien podría ser el inicio de mi reflexión.

 

Lo que está ausente, está; opera desde el reino de lo posible: como la noche contiene al día, lo que no vemos es la promesa de una imagen. En la ausencia del padre, Lezama concibe la semilla de una futura sensibilidad, no el vacío. Lo que no vi no me convierte en un despojado, sino en un observador latente de una imagen que aún se define. Y como mi manera de gestar una imagen es, por demás, lenta, también tengo esto: la negación de la foto, la imagen instantánea. El trazo que preciso para construir mi croquis no se encuentra allí, sino más bien en las palabras que la profesora Camila nos regaló estando fuera de la Casona. No tuve la UCV en el plano, pero sí una nueva perspectiva de la Ciudad Universitaria, una visión mítica hasta aquel día desconocida para mí: “Al comienzo las personas pensaban que Villanueva estaba construyéndole un campo de concentración a Pérez Jiménez”. Qué fuerte experiencia tuvo que ser para esos venezolanos descubrir, después de la dictadura, que al contrario de lo que esperaban, la obra no tenía como propósito privar a nadie de su libertad, sino convertirse en sitio de encuentro para todas las voces divergentes. Se trataba, nada menos, que del tan anhelado hallazgo de la democracia.

 

Enterarme más adelante en la charla que hoy la Universidad Central trabaja al 300% de su capacidad prevista originalmente, no me extrañó, pero sí me sustrajo de la añoranza. La fuerza de lo actual actúa de manera similar a la gravedad: siempre nos trae de vuelta a la tierra. Pero, para mí, este ‘moverse continuamente dentro de la contingencia’ forma parte del carácter latinoamericano; consecuencia cruenta de haber tenido que entrar a formar parte de una herencia cultural milenaria, en detrimento de la nuestra: nacer constantemente, vivir adaptándonos. Tocar la puerta y descubrir que adentro no hay espacio suficiente para todos los visitantes, moldear una impresión desde su ausencia para comprender el carácter de la ciudad en la que vivo y del tiempo en el que habito, constituyen todos a su vez los trazos del primer punto de mi croquis. Para mí, líneas de agenciamientos para seguir y per-seguir durante el resto del seminario.

 

casona-ibarra-destacada-web

Compartir