La perseverancia del cielo lleno de huecos

Fotograma Interstellar, de Christopher Nolan (2014)
Fotograma de «Interstellar», de Christopher Nolan (2014)

Sabes que este agujero

se originó hace mucho tiempo por la muerte de una estrella

Kip Thorne

 

I

 

Las asociaciones humanas basadas en los sentimientos suelen ser injustas. Demandan un convenio permanente entre lo que sabemos de las personas y lo que esperamos que sean, flotan en el arduo equilibrio entre la realidad y su fantasma. Así, padres e hijos se piden mutuamente que salven al mundo y hagan de él un lugar bienaventurado para el otro. Aquí yace el germen de un cuento de hadas que nos hostiga a través de la edad: que aquel primer amor suele ser una experiencia irregular pero nos exigimos creer que será consumado en augusta satisfacción. Llegamos a suponer con artificioso ahínco cultural que tener padres y tener hijos está iluminado invariablemente por la misma estrella, se llame sacrificio, abnegación o supervivencia de la especie. Pero las estrellas mueren o se transforman, hay una reverberación en el lienzo de las cosas y la singularidad duerme en la boca de un fenómeno feroz y hermoso: Murphy Cooper es la hija de alguien en Interstellar (2014) –el noveno largometraje de Christopher Nolan– y declara tener un fantasma locuaz en la biblioteca de su habitación, que a todas luces es la biblioteca de Cooper, su padre. Pero, ¿qué es un fantasma? En La carretera (2006), Cormac McCarthy ofrece una teoría al respecto: «Una persona que no tuviera a nadie haría bien en apañarse un fantasma más o menos pasable. Insuflarle vida y mimarlo con palabras de amor. Ofrecerle migas de fantasma y protegerlo con su propio cuerpo (…) Cuando no tengas nada más inventa ceremonias e infúndeles vida».

 

II

 

Tiene que haber un héroe, por supuesto. El enemigo de Cooper es que el planeta está al borde del colapso y eso significa que sus hijos van a morir. Peor todavía: mientras eso sucede, la familia sobrevive condenada a buscar su lugar en el polvo, confinados a la mediocridad de los granjeros sin estrellas. Cooper es un emisario del siglo alguna vez iluminado, la ciencia debe ser su aristocracia para que sus hijos hereden el título de reyes del mundo. Alguien tiene que enseñarnos a mirar el cielo con orgullo y avidez. Entonces, su hija, bautizada con la ley de que lo que pude pasar, pasará, en un giro místico y gracias al fantasma que habita en la biblioteca, da con las coordenadas geográficas de la NASA. Boom. Agarren su Wikipedia más cercana. En los próximos minutos habrá que entender con algunos esfuerzos que esta película también recrea la inquietante existencia de los agujeros de gusano, la relatividad espacio-temporal y los agujeros negros implacables, cuestiones que convertirán al padre y explorador en un héroe sin retorno que parte como Eneas, a ratos indolente con su pasado, pero a favor de un futuro mejor, cuyos sacrificios serán recompensados tal como al cristiano ejemplar que aguarda una vida eterna. Cooper se larga en una nave espacial (es decir, abandona a su hija) acompañado por un grupo de científicos, para visitar otra galaxia a través de una anomalía gravitacional que alguien abrió cerca de Saturno, con la esperanza de encontrar una segunda oportunidad para los humanos que ya destruyeron un planeta. Cuarenta y ocho minutos después descubrimos que el epígrafe de esta película es un poema de Dylan Thomas en la voz de Michael Caine:

 

Though wise men at their end know dark is right,

Because their words had forked no lightning they

Do not go gentle into that good night

 

A estas alturas, poco (me) importan las vulgaridades narrativas de Christopher Nolan. Mucha gente detestó la película por diversas razones y les doy la razón. Pero estoy escribiendo esto quizás porque soy un espectador débil y sin criterio o tal vez porque a mi cartografía de significados le atañen otras órbitas. A mí me interesa la fe, esa cuestión incómoda o neurótica que emerge cuando evaluamos el cuento de hadas elegido y que determina algún centro de gravedad emocional. Adalber Salas Hernández le pone la guinda a este helado cosmogónico: «La fe, como la entendemos de este lado del mundo, es una noción que tiene sus raíces en cierto acontecimiento que puede o puede no haber sucedido. Su estricta veracidad es de hecho irrelevante; lo importante es el potencial simbólico arrollador que posee la historia».

 

III

 

Al final, quien salva al mundo es Murphy, la hija del héroe.

 

Crecer y salvar al mundo es perdonarle a alguien que no nos salvó lo suficiente y que esa soledad fundamental, ese prototipo de abandono primigenio, es la piedra filosofal que nos convierte, al fin, en alguien. Lo subversivo en Interstellar es que en algún momento de su narración decide prescindir del esfuerzo alegórico y declara su razón en una línea desnuda, por mucho cursi y hollywoodesca (sic): que el amor es la fuerza más poderosa del universo.

 

IV

 

¿Es el amor la fuerza más poderosa del universo?

 

V

 

No sé. Pero por algún motivo nos contamos historias como estas y nos ruborizamos y hasta nos indignamos en álgidas exégesis al respecto. Quizás un mito injusto como el del amor corrompe el tejido social, convirtiéndolo en un ejercicio demasiado arduo, entre rupturas amorosas o padres e hijos cuyas relaciones también se rompen: hicimos del amor algo demasiado grande y a menudo estamos destinados a fracasar cuando intentamos consumarlo.  Pero hay un fantasma, una singularidad insistente, que habita más allá de la habitación de Murphy Cooper. «Llamamos fantasmas ―dice Miguel Gomes― a la felicidad que se pierde o no se obtuvo; pero también, sin entenderlo, a las ausencias satisfechas que nos acompañan en la timidez de lo invisible. De todo eso estamos hechos».

 

VI

La fe es el soberbio silencio que insiste. Desde aquí no podemos escuchar el rumor del agujero negro cuando hace su trabajo, y sin embargo.

 


 

*Acerca de la autora:

Enza García Arreaza (Puerto la Cruz, 1987) Narradora y poeta. Obtuvo el VII Premio Literario Cuento Contigo de Casa de América (Madrid, 2004) con «La parte que le tocó a Caleb». En 2007 resultó ganadora del Concurso para Obras de Autores Inéditos, auspiciado por Monte Ávila Editores, con el libro de cuentos Cállate poco a poco (Monte Ávila Editores, 2008). En 2009 recibió el III Premio Nacional Universitario de Literatura de la Universidad Simón Bolívar con El bosque de los abedules (Equinoccio, 2010). Textos suyos aparecen en las antologías Cuento Contigo 2 (Madrid, Siruela, 2006) y Zgodbe iz Venezuele (Eslovenia, Sodobnost International, 2009); en las muestras De la urbe para el orbe. Nueva narrativa urbana (Caracas, Alfadil, 2006), Joven Narrativa Venezolana III. Premio de Cuento Policlínica Metropolitana para Jóvenes Autores 2009-2010 (Caracas, Equinoccio, 2011), De qué va el cuento. Antología del relato venezolano 2000-2012 (Caracas, Alfaguara, 2013), Tiempos de nostalgia / Tiempos de saudade (Caracas, Ediciones del Instituto Cultural Brasil –Venezuela, 2013) y en Voces -30. Nueva narrativa latinoamericana (Chile, Ebookspatagonia, 2014). El libro de cuentos Plegarias para un zorro aparece en 2012, editado por bid & co. editor. El animal intacto, primer libro de poemas, llega en 2015, cortesía de Ediciones Isla de libros.

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