Eulàlia Massat, Vindicante: ¡Ni tuerta, ni discapacitada: Vulnerable!

Presentación

Juzgamos un mundo que nos negamos a conocer
y nuestro juicio se convierte en un medio para negarnos a conocer este mundo.
Judith Butler

 

Nuestra segunda invitada a “Actos diversos” es Brígida Maestres, investigadora y docente en el campo de la sociología y la psicología social, quien ha realizado trabajos en diversos ámbitos como el sistema político, la semántica, la gestión y la vivencia.

 

Su experiencia de investigación se ha desarrollado en los campos de corrupción, políticas de igualdad, política criminal, salud y género. Recientemente se ha interesado por los procesos de victimización, combinando los estudios de discursos jurídicos sobre pasados genocidas con su interés por las políticas de inclusión de la discapacidad.

 

Para esta entrega, Brígida desarrolla el tema de “la vulnerabilidad” a partir del pensamiento de Judith Butler, quien plantea que todas las formas individuales son también formas de determinación social, es decir, que necesitamos asumirnos vulnerables para ejercer nuestro derecho a la singularidad.

 

A partir de esa idea, la autora del texto que presentamos desarrolla lo que denomina “la autorreferencia de la normalidad”, en sus palabras: “el drama del que ve tuerto al ojo del tuerto es la inconsciencia de su propia vulnerabilidad, no sabe que no ve lo que no puede ver”.

 

Nathalia Manzo

 

Eulàlia Massat, Vindicante: ¡Ni tuerta, ni discapacitada: Vulnerable! [1]

 

El cuaderno de notas de Eulàlia Massat, ausente ya del panorama de este mundo, era tan confuso como la crónica de sus propias afecciones. Un sinfín de páginas con trazos de bolígrafo negro, textos sangrados hacia los bordes: a veces en disposición ascendente, otras tantas en descendente, siempre evocando al cuneiforme. Unos esbozos del pájaro loco y de diálogos entre pequeñas doncellas triangulares, que jamás nunca completaban su trazo ni coincidían las líneas que los repasaban. Las imágenes, en nervioso movimiento, parecían más que meros trazos de mano temblorosa.  Se intercalaban al azar, grupos de tres o cuatro páginas con diagramas, ejes de coordenadas completados con esos jueguecitos de estrellas que se hacen sin levantar el lápiz. Eran apuntes, sistematizaciones, listas de nombres en columnas bajo la “H” y la “V”.  Descifrables a los ojos de la modernidad, una fecha que siempre encabezaba esas páginas, Caracas, 23 de enero de 1973, y una firma, pululante, a veces en un rincón, en vertical, como quien firma una tira cómica: “yo, Eulàlia Massat, vindicante: ni tuerta, ni discapacitada; vulnerable“.

 

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Aquellos para quienes Eulàlia no era más que una mujer con el ojo tuerto, veían en sus trazos la expresión de un error, de una falta ortográfica o de la gramática vital. Los garabatos de Eulàlia Massat, refería la introducción del manual de caligrafía de Celia de la Torre, como ejemplo de aquellos errores que los niños no debían cometer en su escritura. Aes trazadas de derecha a izquierda, efes con los palos pespunteados, oes que parecían úes, íes como torres de Pisa. Se diría que a las letras se le superposaban destellos de luz, como si sobre sus hojas blancas hubiese un chispear permanente de fuegos artificiales. Itinerantes entre frase y frase,  había bocetos de escarabajos que se difuminaban en su centro para recuperar nitidez en sus extremos, una especie de transitar nublado de un cuerpo por esta causa fragmentado. Había páginas sólo rellenas de diminutos cuadrados, que se impactaban los unos a los otros compartiendo relleno de tinta negra. Todo en perpetuo movimiento, como si un gran astigmatismo los observase.

 

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Una mano zurda escurriendo tinta por doquier alcanzaron a entrever aquellas voces dispuestas a la tarea de investigar. El cuaderno de la filósofa Eulàlia Massat fue publicado por primera vez en la prensa, a instancias de sus editores, con el objeto de dar con las claves de su obra y, por qué no, de su repentina desaparición. “Se buscan ojos que puedan ver”  y una frase a descifrar: “El ojo de la tuerta, se ve tuerto, porque lo ve un ojo tuerto” (Eulàlia Massat, autorreferencia de la normalidad).

 

Aquella frase llevaba la clave de sus escritos y  reivindicaciones, sirviendo de epígrafe al que transcribimos a continuación. Un observador moderno que, al mirarlo, plasma su juicio implacable sobre quién ve de una determinada manera, otra. Casi toda la obra de Eulàlia Massat estuvo dedicada a la epistemología, a hacer comprensible cómo “vemos” lo que “vemos”, y a denunciar los puntos ciegos de nuestra cultura, abocados a la tarea del prejuicio y la discriminación. Hay quienes ven en el trasfondo de esta búsqueda, la crónica de un resentimiento, un intento por superar su experiencia de doble estigmatización. No obstante, esta sería la mirada moderna que Eulàlia cuestionaba tanto. Especialmente en la obra que presentamos ─“el tuerto o, autorreferencia de la normalidad─”,”ver” es una operación estética, moral y cognitiva y no sólo o no tanto una potestad de las estructuras físicas, denunciando la arrogancia de los juicios de normalidad. “¿Quién es el tuerto?” ─se pregunta─ y una posible resolución en lo que denomina la autorreferencia de la normalidad:el drama del que ve tuerto al ojo del tuerto es la inconsciencia de su propia vulnerabilidad: no sabe que no ve lo que no puede ver”.

 

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Como quien se atreve con el juego de figura y fondo, aquel animalarium que a ratos se componía en su cuaderno, en realidad dejaba un universo en su revés. Las constelaciones azarosas de luces que resultaban del impacto de la luz en las zonas dañadas de las retinas de Eulàlia, eran recuperadas conscientemente por ella para componer sus imágenes, “bañándolas de realidad” y reivindicándoles con ello su lugar en este mundo. Sus escarabajos los bosquejaba a modo de impactos de luz sobre una película dañada, como quien comete la aventura de la caja negra sobre un cartón agujereado, no obstante, reivindicando para estas formas la posibilidad de también formar parte del animalarium planetae.[2] La pieza dañada es universal, fortuita y aleatoria; “el random, el random, ¡todo el mundo tiene su random!

 

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Con sus garabatos Eulàlia Massat no pretendía representar el mundo de sus dificultades, menos aún comulgar con el juicio de quienes enuncian proezas mientras emplean el vocablo discapacidad.  Ella tan sólo pretendía comunicar cómo veía y aprovechar este “doble rendimiento filosófico” en la construcción de una nueva epistemología. Las consignas que iba vociferando por doquier, también daban luces sobre su locus auditivo, ¡sacalapatalajá! ¡sacalapatalajá!, que imprimían a la imagen aún más realidad. La densificaba como la vida misma, como lo era de hecho esta consigna para la generación del 28 [3], un corpus comunicativo que se resiste a la doble dimensión. Las doncellas tosían, cof, cof, cof.

 

¡¿Quién carajo es el hijo de la tuerta?! Shopin, Shopin, Shopin. Caracas, 23 de enero de 1973.

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Aquello que componía el cuaderno de Eulàlia Massat no era entonces la crónica de una falta sino la aventura de la empatía, de ponerse en los ojos del otro y expresarle, en su lenguaje, cómo ve su epistemología. Sus estructuras fisiológicas,  su estética, su moral, todo densificado en imágenes que resuenan y reclaman ser como cualquier otra. Imágenes que ella llamaba aún fuera de consenso,  como si entreviera un devenir en el cual estos se romperían y todo valdría por igual, todos como uno y todos como todos.

 

Y si bien los consensos de la modernidad han ido cayendo uno a uno, no han sido lo suficientemente aplastantes para romper con la fuerza de la costumbre. El pensamiento normalizador sigue engendrando discapacidades y diseñando un universo de “ciencias grises” dedicadas a su “cuidado”, ¡cuidado con las banderas de la inclusión social! He aquí, entonces, la  vigencia de su obra, que habiendo sido elaborada cuando la posmodernidad era apenas un teorema, una hipótesis, una expectativa, se presenta en diálogo sincrónico con las teorías de  la diversidad funcional, en rechazo del aún vigente y feroz ímpetu de la vulneración. Aquí, el individuo solipsista del que nos habla, y aquí también su reivindicación: ni tuerta, ni discapacitada, vulnerable, ¡vulnerable!

 

¿O acaso tus imágenes son más reales que las mías? ¿Más bonitas?

 

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No sabemos si fue por un problema de espacio, o tal vez de ese empecinamiento de la razón por seguir generando monstruos, que aún después de haberse descifrado algunas de las claves de las reivindicaciones de Eulàlia Massat, no así las de su desaparición, este cuaderno acabó siendo apodado por sus archivadores como lo que nunca quiso ser, El Diario de La Tuerta.

 

El Tuerto o, Autorreferencia de la normalidad

Por Eulàlia Massat

 

El ojo del tuerto, se ve tuerto, porque lo ve un ojo tuerto… esta es la autorreferencia de la normalidad; su tiranía, su ceguera. ¿Cómo fundar entonces una ética en la que todos podamos reconocernos como iguales? La vulnerabilidad es un buen punto de partida para la refundación de una neo-ontología del ser humano.  Incluso de ese “ser humano individual”. Sí, de ese que como individuo nos cría/lo criamos como suerte de oda a la autosuficiencia: un normal; que no puede identificarse con quien no ve como un semejante: un ciego de empatía. Pero esto no es una oda a la lástima, ni tampoco a la solidaridad paternalista, ni una fantasía scout de quien reconoce el esfuerzo de la discapacidad desde un pedestal. No señor, y quien así lo perciba es porque se encuentra en alguna de las fases del cíclope, probablemente viendo al ojo tuerto del tuerto que ve con el ojo tuerto. La necesidad de una ética universal se fundamenta en la no vana pretensión de felicidad, pero: ¿quién le dice al individuo darwiniano que su supervivencia tiene que ver con reconocerse en el espejismo del tuerto, para liberarlo, y no con la normalidad de los más aptos? La amenaza de la violencia, mientras duran sus influjos, nos hace reconocernos en la vulnerabilidad. No obstante, pasada esa excepción epistémica en la cual nos reconocemos e identificamos como iguales frente al mal, la normalidad arremete con mayor voracidad. La defensa del más apto es su monstruosidad. Su arremetida: hiere, mata y al tuerto lo deja incluso sin cavidad ocular; pero ya en la sombras, el tuerto no conoce de vigilias. Se incorpora a la nocturnidad del arrogante y lo cuestiona: ahora tú eres el tuerto… y así despierta el individuo solipsista, muerto de otredad e inseguro de sí mismo. Ésta es la vulnerabilidad del todo en tanto individuos socialmente constituidos. La pregunta salta a la vista: ¿quién carajo es, entonces, el hijo de la tuerta?

 

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[1] Este trabajo se presenta en calidad de trabajo en proceso adelantado por Brígida Maestres y Ángela Bonadies, en el marco de una futura publicación, escrita y plástica, titulada “Anatomía Política e Imaginaria de Eulàlia Massat”.

Así mismo, se encuentra en deuda con el pensamiento de Judith Butler, en particular, con el diálogo sostenido con Adriana Cavarero  (sobre el pensamiento de Emmanuel Lévinas), en las Jornadas “Cuerpo, Memoria y Representación”, llevadas a cabo en Barcelona en 2011. http://www.ub.edu/cdona/es/publicacions/cuerpo-memoria-y-representacion-adria

En el mismo sentido, este trabajo se nutre del video “Examined Life”, protagonizado también por Judith Butler y  por Sunaura Taylor. https://www.youtube.com/watch?v=k0HZaPkF6qE

El texto debe su contorno al relato, “La Tuerta”, de la escritora decimonónica brasileña, Júlia Lopes de Almeida (1862-1934). http://lenguayliteraturacens.files.wordpress.com/2013/05/la-tuerta-julia-lopes-de-almeida.pdf

Finalmente, es un texto que se erige en diálogo con la artista Alice Wingwall, cuyo descubrimiento, ex post factum, nos emociona y dispone a la aventura de comunicárselo. http://www.alicewingwall.com/biography.html

[2] Cucaracha o Escarabajo era el nombre con el cual los Hutu degradaban de la condición de humanos a los Tutsi, en el contexto de su exterminio en 1994.

[3] Esta frase está sacada de “Fiebre” de Miguel Otero Silva.

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