Lección de inmunología fallida

© Thomas Ruff, Kiss, 2001. De la Nudes Series.

What shall we ever do?

T.S. Eliot

 

 

I

 

Le temo a las bacterias. La crisis humanitaria en ciernes ha perfeccionado el miedo infantil de mi adultez. Las bacterias son el terreno antagónico donde tomo conciencia de que los otros son una amenaza legendaria y donde mi propio cuerpo opera a través de razones sibilinas que no siempre discurren a mi favor.

 

Las bacterias nos matan aunque suprimir absolutamente su existencia de igual forma sería morir. Se sigue de ello que la naturaleza es sabia, pero la cultura (el lenguaje) añade las categorías y el discurso para que el miedo suceda más allá del cuerpo, o suceda como un cuerpo mismo. «El cuerpo como tal no es más que un pedazo de carne y hueso. La cultura es la red simbólica que inscribe ese cuerpo en un sentido que lo puede hacer deseable, torturable, prohibido o lícito, abierto al placer o al sufrimiento»¹, apunta Ana Teresa Torres.

 

II

 

A menudo me preguntan si escribir es un acto erótico. He dicho que no, a ver si me excluyo de cierto lugar común: el de la escritora como una mujer que se ha liberado del yugo condenatorio de una sociedad que históricamente le impidió a la hembra asumir placeres. Es que me asfixio (aunque sea verdad), porque razono que escribir comporta un número más amplio de razones. Pero después de esa gran vuelta, como el perro antes de echarse, las evidencias confluyen en un hecho tan atávico como evidente: escribir es un acto erótico, porque Eros es un dios que aterroriza: basta pensar en lo exigente de su lealtad y en lo crudelísimo de su represalia cuando Psique violó el acuerdo de no averiguar la identidad de su amante. Si hay algo erótico en escribir es que incomoda. Requiere negociar con las bacterias del propio ser y permitir que el manto imnunológico exhiba sus grietas, de cara a la virosis del mundo.

 

III

 

Estar vivos es la historia de la enfermedad y ostentar un cuerpo es coexistir con la amenaza terrorista de consentir la tentación de la muerte misma cuando se disfraza de goce y paraíso: comer, singar, beber, esnifar, incluso escuchar música a todo volumen con unos audífonos, ejemplifican túneles emocionales que sitúan al cuerpo en el doble rol de recipiente del deleite y perpetrador de un mal a largo o corto plazo. En el fondo, quizás, solo hay dos tipos de personas: suicidas de velocidad y suicidas de resistencia. Y están quienes desconfían de tan inexorable dicotomía y se plantean nuevos horizontes, como diciéndole a la muerte «déjame ver si puedo llegar por otra ruta»: «Las mujeres somos una agonía ―escribe Andrés Neuman―. Quizás por eso sabemos cuidar a los enfermos: nos identificamos con su parte demandante. Quizás por eso mismo los hombres sean enfermeros tan torpes. La suciedad les da pánico porque los compromete. A nosotras parece que nos gustara mancharnos. De flujo, de sangre, de mierda, de lo que sea. Pobres nosotras, pobres ellos. Yo, si pudiera, elegiría ser un hombre. Y jamás me mancharía sin preguntar por qu黲. Es el mundo binario, no solo de géneros que sirven a una cultura modelada por los placeres y los espantos, sino por la asombrosa dualidad de lo vivo y lo muerto manipulando simultáneamente nuestra concepción del destino. A veces yo también quisiera ser hombre de la misma forma en que me pregunto qué sentido tiene vivir reflexionando sobre la muerte o seguir vivos si a diario parece tan mal negocio. Generar antagonismos quizás sea una forma básica de la supervivencia.

 

IV

 

Queremos estar juntos y queremos estar solos. Abrazamos un nihilismo for dummies y practicamos un ampuloso politeísmo. El mundo se está acabando pero necesitamos tiempo para el crecimiento personal. Somos libres y somos adictos. No confiamos en los políticos pero traicionamos al vecino. Construimos algún aislamiento y también somos promiscuos, pero cuando no alcanzamos la comprensión del otro (ni la ofrecemos a los otros) la grieta revela una disconformidad inminente, un mundo irresoluto. Víctimas adiestradas de una permanente rebatiña iniciática, en el cuerpo del otro, en la desnudez compartida, se nos anuncia la vergüenza de una desilusión: «―Bueno ―dijo―, no tenemos todo el día. Si no se te para la verga, me pagas y te vas. […] Me incorporé y como pude, me vestí. Mi larva se había suicidado. Ya no se hincharía […]: estaba muerta para siempre. Tiré el dinero en el catre y salí del cuarto. Llovió dentro de mí. Las nubes estallaron y estaba en medio de la tormenta de caras sin carnes, inlavables. […] Me vi amortajado […] por una placenta de seda que se adhería a mi piel hasta la asfixia»³. Sucede en una novela de Israel Centeno y sucede en la vida de cualquier humano en edad de merecer. El comercio emocional con el mundo es difícil, las tarifas sofocan y desangran. Es erótico, de nuevo, porque en primera instancia, Afrodita convocó a Eros, su hijo, para que le complicara la vida a Psique, no para enamorarla. Esta convergencia de dos cosas vivas (uno y el otro, uno y el mundo) se tiene que pagar con la vida misma. Por eso, quizás, la masturbación es el gran logro cultural de nuestro tiempo, terapia ocupacional que degrada orgasmos en filtros de Instagram, última instancia antibiótica frente al mundo patógeno: «Con esa indiferencia hacia el tiempo histórico ―advierte Gilles Lipovetsky― emerge el narcisismo colectivo, síntoma social de la crisis generalizada de las sociedades burguesas, incapaces de afrontar el futuro si no es en la desesperación»4.

 


Referencias:

A. T. Torres Historias del continente oscuro, Alfa, p. 205

A. Neuman, Hablar solos, Alfaguara, p. 59

I. Centeno, Iniciaciones, Periférica, p. 27

G. Lipovetsky, La era del vacío, Anagrama, p. 51


 

*Acerca de la autora:

Enza García Arreaza (Puerto la Cruz, 1987) Narradora y poeta. Obtuvo el VII Premio Literario Cuento Contigo de Casa de América (Madrid, 2004) con «La parte que le tocó a Caleb». En 2007 resultó ganadora del Concurso para Obras de Autores Inéditos, auspiciado por Monte Ávila Editores, con el libro de cuentos Cállate poco a poco (Monte Ávila Editores, 2008). En 2009 recibió el III Premio Nacional Universitario de Literatura de la Universidad Simón Bolívar con El bosque de los abedules (Equinoccio, 2010). Textos suyos aparecen en las antologías Cuento Contigo 2 (Madrid, Siruela, 2006) y Zgodbe iz Venezuele (Eslovenia, Sodobnost International, 2009); en las muestras De la urbe para el orbe. Nueva narrativa urbana (Caracas, Alfadil, 2006), Joven Narrativa Venezolana III. Premio de Cuento Policlínica Metropolitana para Jóvenes Autores 2009-2010 (Caracas, Equinoccio, 2011), De qué va el cuento. Antología del relato venezolano 2000-2012 (Caracas, Alfaguara, 2013), Tiempos de nostalgia / Tiempos de saudade (Caracas, Ediciones del Instituto Cultural Brasil –Venezuela, 2013) y en Voces -30. Nueva narrativa latinoamericana (Chile, Ebookspatagonia, 2014). El libro de cuentos Plegarias para un zorro aparece en 2012, editado por bid & co. editor. El animal intacto, primer libro de poemas, llega en 2015, cortesía de Ediciones Isla de libros.

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