En un rincón del tamaño de un grano de maíz

pulula lo mínimo como un pichón engrandecido

Luis Enrique Belmonte

 

Los mínimos movimientos surgieron en medio de las maniobras anímicas para sostener el día en un momento de ensimismamiento y de imposibilidad de articulación verbal, he pensado en esto como en una estructura de palitos de madera que me alberga contra toda esperanza. A veces el espacio que aloja al proceso creativo poético se nutre del silencio y la contemplación, es un trabajo de fondo y de fragua, de observación hacia adentro en el afuera difícil de explicar.

 

De pronto vi cómo un cuadro contenía una escena muy tenue, unas florecitas moviéndose con el viento, tomé mi teléfono celular y grabé ese espacio temporal a fin de enmarcarlo en una especie de caja que lo contuviera y preservara. Así  comenzaron a sucederse pequeñas tomas que las supuse como versos de un largo poema enumerativo, como una composición de imágenes tal vez disímiles entre sí, agrupadas bajo ciertos rasgos comunes: la repetición, un trayecto enmarcado entre los ángulos de una toma microscópica,  la necesidad de capturar movimientos sutiles, ínfimos, o desplazamientos inesperados  dentro del paisaje. Movimientos lentos donde lo imperceptible se revelara, como si un halo hiciera palpable lo invisible dentro del espacio. Este andar gacho y meditabundo me ha hecho en estos días ver los detalles minúsculos y tantas veces obvios, que de manidos o insignificantes se ahogan en su mismidad. Ha sido el mirar de las cosas y resueltamente  el atender al “despertar”,  a ese estado de la experiencia de ver que propone Rafael Cadenas en su poética y en su andar vital, que “tiene que ver con el presente, con la atención, con un percatarse de las sensaciones”, con ese percibir lo extraordinario de lo ordinario, del misterio que emana de las cosas simples cuando realmente se las ve.

 

 

Hago tomas fijas o al menos eso procuro,  las sostengo a pulso muchas veces, grabo a diario esos  movimientos que van apareciendo a mi paso. Ando en un cierto estado de deriva, a veces me he sentido como el poeta de la novela El paseo de Robert Walser, quien se declaraba en un “estado de ánimo romántico-extravagante”, en la pesquisa de situaciones que me sorprendan por su magnificente simpleza.  Fijo la mirada en esas minúsculas cosas que veía de niña en el jardín de la casa, la abeja con sus patas cargadas de polen (esa toma la deseo y la persigo), la hilera de bachacos transportando en sus tenazas los pedazos de hojas tijeretadas, el fondo mórbido de una pecera, el desplazamiento de una pereza, la respiración de un gato, el concierto de las sombras de las hojas de los altos árboles  en la tarde sobre el cemento, el despliegue de lo que se ve por vez primera.

 

 

Sé que escoger una toma de un objeto es anclar una de sus múltiples, ilimitadas variaciones de movimiento. Merleau Ponty desgrana tan finamente el proceso de percepción del objeto que no puedo hacer otra cosa que citarlo para explicarme: “mirar un objeto es habitarlo y desde ahí captar todas las cosas según la cara que vuelven hacia él. Pero, en la medida en que también las veo a ellas, quedan como habitaciones abiertas a mi mirada, y, virtualmente situado en ellas, apercibo ya, bajo ángulos diferentes, el objeto central de mi visión actual”. Esta perspectiva también fija lo mirado desde el punto de vista temporal, desde el momento cuando miro y grabo ese pequeño soplo de tiempo, lo sustraigo de las otras posibilidades de la mirada. Fue esa y no otra la toma que capté y la hice propia, acaso como una memoria fija en mi mente ( y sé que esto es imposible en cuanto será memoria transfigurada cada vez que la recuerde). Toma hecha video e insertada en la red, susceptible al mínimo movimiento de un dedo sobre el mouse o sobre la pantalla, instaurada en su duración en la mirada y la memoria de otro, que si fugaz en el vértigo de las imágenes de la red, acaso haga su huella de lentitud en quien la miró hacia adentro también.

 

La idea de hacer esa primera toma de las flores mínimas surgió unida a la necesidad de compartir ese espacio capturado en mis redes sociales, de trasladar esos #minimosmovimientos a aquel otro lugar donde medro tantas horas, asintiendo a formas y articulaciones de una comunicación escrita y visual mediadas por plataformas y convenciones predeterminadas, al facebook y al instagram, plenos de contenidos pre hechos, de memes, de Gif y videos que encajan en recetas de emociones dispuestas al mejor postor, que con un rápido movimiento, suben a su perfil y con ellos declaran su felicidad, su malestar o alguna cháchara o conseja pertinente a lo que creen pensar o sentir.

 

 

Mi serie de videos se ha filtrado con su morosidad en esa autopista de imágenes e información y se ha hecho viral, no desde la imagen o desde lo que muestran, que al fin y al cabo son mis pequeños elogios a la lentitud,  sino desde la mirada. La receptividad de mis amigos ante esos pequeños espacios dentro del paisaje se ha manifestado en la creación de sus propios mínimos movimientos, que comenzaron a compartir en mi portal y que se han multiplicado bajo el hashtag #mínimosmovimientos.

 

 

En este mirar en los espacios del facebook y del Instagram valoro y han sido fuente de inspiración la presencia de artista venezolanos que de modo tenaz insertan su trabajo en la red: José Vívenes, Hayfer Brea, Ángela Bonadies, por citar algunos. Pero de manera especial resalto el registro que diariamente hace Consuelo Méndez de los espacios de su jardín, detalles y acercamientos del lente sobre hojas, frutos, reflejos de la luz sobre superficies orgánicas, humedades, sombras, la quilla del cerro Ávila entre los edificios a la primera hora de la mañana, gatos, tierra, troncos, su bosque de bolsillo. Consuelo cada mañana me dice que por más limitados que física, política, económicamente podamos estar en un espacio, en una ciudad, en un país, siempre es posible salvarnos a través de la mirada íntima de lo minúsculo e inadvertido al margen del desastre.

 

 


 

*Acerca de la autora

Eleonora Requena (Caracas, 1968). Poeta venezolana. Cursó estudios de letras en la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab). Participó en los talleres de creación literaria del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg). Realizó el Diplomado en Crítica de Arte de la Escuela de artes de la UCV (2012). Participó en el Taller Curatorial Experimental III-2013 del Periférico Caracas-Arte Contemporáneo. Ha publicado los poemarios Sed (Eclepsidra, 1998), mandados (La Liebre Libre, 2000), Es de día (El Pez Soluble, 2004), La Noche y sus agüeros (El Pez Soluble, 2007), Ética del aire (bid & co. editor, 2008) y Nido de tordo (Kalathos editores, 2015) . Su trabajo aparece reseñado en diversas antologías y estudios críticos dentro y fuera de su país. Con mandados obtuvo el Premio de la V Bienal Latinoamericana de Poesía José Rafael Pocaterra (2000), mientras que con La Noche y sus agüeros obtuvo el Premio Italia 2007 para la Poesía en el certamen “Mediterráneo y Caribe”, auspiciado por el Instituto Italiano de Cultura de Venezuela y el Centro de Poesía Contemporánea de la Universidad de Boloña.

 

 

 

 

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