Carlos Salazar Lermont, Rigor Mortis. 100 X 104cms. Caracas, 2015. Salón Jóvenes Con FIA 2015
Carlos Salazar Lermont, Rigor Mortis. 100 X 104cms. Caracas, 2015. Salón Jóvenes Con FIA 2015

Rigor Mortis; una fotografía digital de aproximadamente ochenta y cuatro por noventa y siete centímetros, muestra mis dos brazos. Uno, en estado normal; el otro entumecido, frío, morado, azul, verde, cadavérico, como muerto. Ambos reposan sobre lino blanco, reminiscente de una mortaja, quizás a alguna como el Sudario de Turín, aquella falsificación en la cual muchos todavía creen ver la fidedigna impresión milagrosa del polémico nazareno.

 

Mi brazo izquierdo alcanzó el estado que se aprecia en la fotografía colocando un torniquete bajo el hombro por varios minutos. Algún tiempo después, cuando por razones médicas tuve que sacarme la sangre, me di cuenta de que en los laboratorios te lo atan suavemente. Es apenas una ligera presión que hace que la sangre se agolpe ahí donde la enfermera te va a meter el pinchazo. Pues, tanto en la sesión fotográfica que originó esta pieza, como en la serie de performances y videos de la familia Rigor Mortis, me ato el torniquete como si fuera a amputar mi extremidad; tan fuertemente que no tarda mucho en comenzar a palidecer. Al soltarse, deja vistosas franjas púrpuras que por alguna razón me divierten cuando aparecen y me da nostalgia cuando se tornan verde oliva hasta que desvanecen.

 

Rigor Mortis trata sobre la muerte. Vamos a morir, eso lo sabemos, pero pareciera que la mayoría de los seres humanos creen que vivirán después de fallecer, ya sea en otra vida terrenal o, más gracioso aún, que vivirán eternamente en otro plano: sufriendo sin ningún tipo de descanso, o felices, libres de cualquier obstáculo o reto. Buscan sortear dos miedos: Miedo natural a la muerte, lo que es algo prácticamente genético, límbico, un instinto de supervivencia, similar al de la tráquea que se cierra automáticamente cuando te sumerges en el agua. El otro miedo es un poco más complejo: el temor a que la vida no tenga sentido. Que todo este peo llamado vida sea tan insignificante como una pelusa de ombligo; que todo lo que se hace, todos los logros, riquezas y momentos desaparezcan como la carne de los huesos. Que sean polvo. Que el bueno y el malo reciban el mismo premio al final: nada.

 

Una amiga me dijo una vez tomando birras en el Kuan Hua: “la vida tiene que tener un sentido”. ¿Cuál es el sentido de la vida? Las palabras que siguen a esa pregunta nunca llenarán el vacío que abre. ¿Hay quien cree a ciegas en un sentido específico? ¿Existe alguien que no dude un instante? Yo creo que el sentido de la vida se mide por la concepción que se tenga de la muerte.

 

Puedes creer lo que quieras, pero ahí está la muerte. El fin de tu vida. Siempre está cerca, nunca lejos. Está al borde de una ventana o en el parachoques de un conductor ebrio. Está en el arma del malandro o en las fuertes olas del litoral.

 

Siempre me ha apasionado la entereza que algunas personas pueden tener frente a la muerte inminente. Me pregunto cómo se siente un soldado minutos antes de la batalla y segundos después de que ha comenzado, o si habrá una diferencia entre las emociones de un efectivo corriendo de trinchera en trinchera durante la Guerra Mundial o la de un legionario romano en la vanguardia que sabe que será el primero en morir.

 

Pocas cosas hay tan sublimes como la cruda verdad de que un buen líder o gobernante es una persona que tiene las agallas y decisión para mandar a morir a muchos, o en todo caso, a matar. Si aspiras al poder, debes estar listo para mandar a matar, mandar a morir. Sin embargo, eso por sí solo no te hace buen gobernante. La clave está en saber cuándo es necesario que otros mueran a tu orden.

 

En nuestro país hay gobernantes que prefieren dejar morir a la gente antes que permitir entrever su propia incapacidad y torpeza, términos que les quedan grandes. Frente a una crisis de medicinas causada por su idiotez; numerosos bienhechores en el exterior reunieron insumos y los enviaron a nuestro país para ayudar al pueblo a sobrellevarlo. Los gobernantes dijeron: “No, aquí no entra esa mierda. Nos deja en evidencia. Para acá no vienen esas medicinas”. La gente muriéndose, ellos engordando.

 

Debo confesar que me gusta mucho mi pieza. No es un gusto relacionado a calidad o admiración. Más bien se debe a que siento que es un pedazo de mi mente hecho imagen. Es curiosa la sensación de ver un pedazo de tu mente en una pared. La mayor parte de mi producción artística es hecha en vivo, es performance. No la veo, sino que veo a través de ella, mientras la hago. Con Rigor Mortis veo un pedazo de mi conciencia traducido en imagen, resumiendo conexiones inefables, meditaciones no documentadas y sentimientos ante los cuales la lógica se queda corta. Es una sensación enigmática y cautivadora. Algunos lo tildarían de narcisista, y quizá alguien tenga problema con eso.

 

En mi caso, no. No sé si catalogarme de narcisista. Puedo ver mi pieza por ratos largos. Hice una imagen que pensé que debía existir. La obra que quería ver, la que necesitaba ver, y ahora existe.

 

Hecha a mi medida, para satisfacer mis necesidades expresivas, para que diga lo que no puedo decir, para morir sin perder la vida y resucitar sin bajar al sepulcro.

 


*Acerca del artista

Carlos Salazar Lermont (Caracas, 1987) Artista y productor especializado en el arte de performance y obras derivadas de la acción, desarrolladas a través de la fotografía, video, instalación e intervención. Graduado en Artes Plásticas mención Escultura de la UNEARTE (2012) y de la Escuela de Artes Visuales Cristóbal Rojas (2005). En 2013 fui distinguido con una Mención Honorífica en el XVIto. Salón Jóvenes Con FIA y en 2014 con el Premio Salón Jóvenes con FIA 2.0/3 además de una Mención Honorífica por su curaduría internacional Desafío Al Poder en la III Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de Los Andes. Ha participado en varios eventos internacionales como Encuentros de la Carne (Lima y Trujillo, Perú, 2015), Soap Box Sessions (Londres, Reino Unido, 2015), PAEkort #14 (Rotterdam, Países Bajos, 2014) Rapid Pulse International Performance Art Festival (Chicago, Estados Unidos, 2013), TRAMPOLIM_plataforma do encontro con a arte de performance (Vitoria, Brasil, 2011), NADAQUEVER (Argentina, 2011), HORASperdidas (Monterrey, México, 2010), Performar (Santo Domingo, República Dominicana, 2009). Entre algunas de sus participaciones nacionales contamos Obra Abierta: Ejes de Libertad, ID performance, Encuentro de Arte Corporal, Velada de Santa Lucía, Fugaz: Feria de Performance del Estado Lara, NOMASDECINCO, PerfoChoroní, y varias más. Cofundador del Colectivo de Arte Acción La Evidencia de lo Inusual (2008-2010). En 2013 funda la organización P3 Plataforma Para Performance, para apoyar la creación, difusión, investigación y formación en el área de la performance. En 2015 crea la Bienal Internacional de Performance de Caracas. Actualmente estudia una Doble Maestría en Administración y Políticas de Arte e Historia, Teoría y Crítica del Arte Moderno y Contemporáneo en la School of the Art Institute of Chicago gracias a la beca New Artist Society adjudicada por la misma institución.

 

Página web: carloszamuro.blogspot.com

 

 

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