Madrid, entre La Vía Láctea y la nube: El adorable esperpento

MAX.- Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El
sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente
deformada.
DON LATINO.- ¡Miau! ¡Te estás contagiando!
MAX.- España es una deformación grotesca de la civilización europea.
DON LATINO.- ¡Pudiera! Yo me inhibo.
MAX.- Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.
DON LATINO.- Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle, del
Gato.
MAX.- Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática
perfecta. Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las
normas clásicas.
DON LATINO.- ¿Y dónde está el espejo?
MAX.- En el fondo del vaso.

 

Ramón del Valle-Inclán, Luces de Bohemia

 

 

Relatar un viaje, cuando volvimos hace un tiempo, no es nada fácil. Siempre hay una especie de resbalamiento en la cabeza, como si lo pasado se hubiera ido como el enjuague que cae con la ducha, como si “volver” fuera un corte de pelo con la memoria en las puntas. Por eso a veces tener un diario es una ventaja y, si no existe, también funciona haber sido más o menos consecuente con la colgada de fotos y pensamientos en el ciberespacio, ese lugar desmaterializado en el que tanto habitamos. Allí podemos buscar lo dicho y visto para evitar repeticiones o invocarlas: vivir en las nubes.

 

Pertenecemos a una generación que grabó las primeras entrevistas y escuchó música en casetes, que aprendió a tomar fotos con rollos 120 y 35mm y que incluso vio parte de su vida en proyecciones de diverso metraje con sonido de rastrillo sobre metal. Una generación que asistió a la llegada de la televisión a color y al nacimiento de un juego de video en el que dos palos intercambiaban pelotazos como en un precario ping-pong. Todo esto sin nostalgia: un simple dato histórico y quizás absurdo para iniciar una crónica sobre Madrid que puede arrancar en el techo de La Vía Láctea —un lugar más terrenal de lo que suena— y continuar en esa nube a la que nos encaramamos para reconstruir lo andado.

 

©Ángela Bonadies
© Ángela Bonadies.

Dos años seguidos hemos elegido Madrid como centro de operaciones para movernos a otras ciudades españolas y europeas. Algo tiene la capital peninsular que nos atrapa y seduce: algo de ciudad y de pueblo. Allí podemos hablar de la crisis durante largas horas de sobremesa y seguir entre olivas y cañas, vinos y patatas, cubatas y bocadillos, para volver a empezar y poner en duda todos los argumentos utilizados. La crisis en Madrid se respira como una tapa servida con bondad en las terrazas, como una putada servida en bandeja de plata desde el gobierno. Ella es cierta y existe: alto índice de paro, ancianos sin pensiones, ejecución de injustos desahucios, emergencia en el sector salud, recortes en cultura, contratos basura y una corrupción política que deja ver los ojos de la bestia que nos engendró, junto al ascenso de las más apolilladas y rancias franquicias políticas e ideológicas, esta vez provenientes de Latinoamérica. Ahora podemos decir: no solo somos productores de petróleo, también exportamos nuestro fallido sistema de gobierno y, además, nos podemos sentir orgullosos: algunos lo califican de “justo” y es que por lo visto somos tendenciosos los que vivimos aquí en Venezuela. La ironía la podemos extender, pero aún, pensamos: Madrid le gana la batalla a la ceguera en blanco y negro y nos deja ver otras esquinas con gran cantidad de colores, esperemos que por un buen tiempo…

 

En 2013 nuestro refugio madrileño se encontraba sobre la estela de La Vía Láctea, un local nocturno que fue emblemático durante los años de la movida y que cada cierto tiempo renace o es redescubierto por diversos grupos en la marcha inagotable de la capital y en particular de Malasaña. Entre crisis y paro, protestas y denuncias, cierre y apertura de negocios: cada jueves, viernes y sábado la entrada del local estaba abarrotada de gente y desde un primer piso nos colocábamos a conversar, mirar la calle y finalmente tomar una serie de fotos que titulamos: “Crisis y una noche de verano”. Desde allí se desplegaban las escenas típicas que, vistas sobre los hombros de un gigante, resultaban distintas: extendidas en el espacio por la perspectiva en picada nos permitían ver un poco más allá de los retratos, un poco más acá de las exclusiones. Como ver un partido: el ligue, los abrazos, la exuberancia, el sexo aguantado o desbocado, los grupos, las soledades y cierta ebriedad ambiental que armaba igual la comedia y la tragedia en noches que parecían eternas.

 

©Ángela Bonadies
© Ángela Bonadies.

Madrid es muy distinta de día y de noche y lo sentimos sobre todo en verano. En el día el sol insistente taladra las ideas o las evapora y los refugios son lo más deseado: un árbol de El Retiro, un banco en El Capricho o los chorros de Madrid Río a orillas del Manzanares, las sombrillas de la Plaza Santa Bárbara, el Mercado de San Fernando, los cines versión original de Plaza España, la Filmoteca, los museos y las galerías, las terrazas de Conde Duque a Lavapiés, Malasaña a Chueca, Atocha a Chamberí y… Matadero, donde hay que alcanzar las naves industriales entre bibliotecas, expos y oficinas, para no acabar achicharrado en el medio de la nada, a menos que los “escaravox” ya estén en funcionamiento. También funciona cualquier bareto encontrado al azar, de los miles que hay en la ciudad, en cada barrio, en cada esquina, de diversas escamas, bardúmenes podríamos decir, moviéndonos en círculos viciosos.

 

©Ángela Bonadies
© Ángela Bonadies.
©Ángela Bonadies
© Ángela Bonadies.
©Ángela Bonadies
© Ángela Bonadies.

En la noche la calle es bar y el bar la calle y por eso el peatón es fiesta y la calle un río atiborrado de branquias nocturnas. En una barra de Chueca un señor mayor sirve un trago, con la banderola arcoiris al frente, y le explica a un amigo contemporáneo que se celebra una fiesta en la que la gente se respeta y la pasa bien, sin decir más. No hay mundo perfecto ni ideal, acordamos desde esta orilla, pero hay espacios para pensar en la igualdad, en la posibilidad de justicia, al margen del partido a cargo: los partidos a cargo son siempre un desastre para la justicia, porque ponen peso de su lado. Partido: parte, quiebra, quiebre, lado; qué va. Otros partidos siguen.

 

Amigos de la calle, fugaces, muchos de ellos se dejaron descargar un flash mientras posaban la manera en que los “modernos” se suben los pantalones y esperaban, contorneados, que la pequeña cámara hiciera el clic luminoso cerca de la Calle Pez, la más nadada, donde bajábamos, cruzábamos, subíamos y entrábamos en distintas peceras oxigenadas.

 

©Ángela Bonadies
© Ángela Bonadies.

Un día a plena luz y gracias a Andreína, una amiga que surfea en París y aterrizó en Madrid, se propició un descubrimiento curioso: conocimos un lugar extraño en la carretera hacia La Coruña: un enorme polideportivo, de esos con aspecto facha que construyó el caudillo de España, donde por una suma pequeña te puedes tumbar a la orilla de una enorme-casi-eterna piscina rodeada de gramita y sombrillas, con máquinas expendedoras de tickets: bocadillo de jamón, cerveza en lata, cerveza de grifo, patatas fritas, refresco, bocadillo de tortilla… y hasta pimientos. El Parque Deportivo Puerta de Hierro es, creo, uno de los castigos post-mortem más justos asestados sobre la tirana y fofa cabeza del folklórico dictador: allí cada quien está a su aire y el aire que se respira es bastante excéntrico, indescriptible, horizontal, húmedo. “¡Púdrete!” -era el coro que escuchábamos en un sueño colectivo de amigos en el que miles de personas orinaban eufóricas sobre la tumba del tirano. “Púdrete”, gritamos silenciosamente, exorcizando nuestros odios locales y los universales también, ahogándolos en esta-nuestra líquida modernidad, más expectante que emancipada. Pensamos todo eso, pero la justicia no es ni tan sencilla ni tan poética.

 

©Ángela Bonadies
© Ángela Bonadies.

“Si escribo versos es porque no sé escribir aviones” —leímos días después en una pared de Conde Duque, cerca de la plaza donde unos niños levantaban una ciudad con latas goteantes y abolladas—. “Una tienda” —nos dijeron— y confiamos en la capacidad de escribir versos y aviones, incluso de versar ciudades. Al fondo, el sonido de la pelota de fútbol y los gritos anunciaban una posible destrucción a fuerza de puntapiés e histeria colectiva.

 

Volvimos a la noche, a la calle del Gato y la del Pez, a La Vía Láctea, la nube y los espejos para comprobar que mientras quede un vaso por llenar: Madrid es Madrid, el especular partido y el adorable esperpento.

 

©Ángela Bonadies
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